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Don Giovanni

JESÚS SILVA-HERZOG

Giovanni Sartori fue el reinventor de la ciencia política en la patria de Maquiavelo. Desde muy temprano en su carrera académica se dedicó a limpiar el vocabulario y el razonamiento que se emplea para pensar la política real. No le interesaba el fundamento último de la obediencia ni se dejaba atrapar por las fantasías de una sociedad sin gobierno. La ciencia política debía emanciparse de la filosofía política para estudiar con rigor los hechos, los hábitos, las reglas. Un conocimiento práctico de la política realmente existente. Para entender el mundo de la política había que cuidar el lenguaje, ser escrupuloso con los datos y riguroso en el método. Quiso un conocimiento para la acción política inteligentemente llevada. Por ello le parecía tan siniestra la demagogia como el academicismo. La primera se olvidaba del deber de pensar escrupulosamente, de fundar la palabra en prueba, de respetar la historia de los conceptos. La segunda se desprendía de la responsabilidad. La ciencia política académica, llena de fórmulas y cargada de pretensiones cuantitativas se veía el ombligo y se olvidaba del mundo. Sartori, siempre nostálgico, lamentaba que los politólogos de estos tiempos habían aprendido a sumar para olvidarse de pensar.

Escribió muchas veces el mismo libro sobre la democracia. Lo extendió y lo resumió; lo llevaba él mismo de un idioma a otro, en algunas versiones lo cargó de fuentes y citas, en otras lo aligeró hasta volverlo un cuadernito de divulgación. Nunca dejó de reescribirlo, de agregarle un capítulo en un otro libro, de actualizarlo con un apunte urgente. ¿Qué quedará de esa obra cuya primera versión cumple 60 años? Mucho. Pensado como un tratado sobre las ideas clásicas y la polémica contemporánea, es una de las mejores guías por el régimen de las conciliaciones. Una de las exposiciones más lúcidas de la gestación de la democracia liberal y sus complejidades institucionales. Pero no es un manual inocuo. Es la defensa de un ideal y, al mismo tiempo, una advertencia sobre los límites del propio régimen. Lo dijo muchas veces: nada le hace tanto daño a la democracia como esperarlo todo de ella. Tras la elegancia didáctica de la obra de Sartori hay un mensaje claro: la democracia es un régimen y es, al mismo tiempo, la crítica de ese régimen. Es el régimen de la inconformidad: la democracia no es nunca lo que debe ser.

Don Giovanni se inscribió en una tradición liberal que creyó compatible el elitismo y la democracia. Veía en el voto, ese instante de la igualdad, un mecanismo que permitía seleccionar a los mejores, reclutar a los más competentes, premiar a los más talentosos. Con John Stuart Mill creía que la democracia no podía ser el imperio del número porque eso sería otra forma de nombrar el dictado de la fuerza. La representación política no debía por ello convertir al parlamento en un reflejo directo de la diversidad, sino tambien una palanca de la decisión. Lo decía con una reiteración que es con frecuencia olvidada: un gobierno democrático, además de democrático debe ser gobierno.

Fue un polemista severo, un crítico feroz. Combatió el "sultanato" de Berlusconi, el multiculturalismo, la demagogia disfrazada de democracia y toda expresión de lo que llamaba "analfabetismo politológico." Era inclemente sin perder la elegancia. El académico se acercó en los últimos años de su vida a la literatura de panfleto. Lo hizo con brío y con la exageración que es propia del género. Piezas de combate que comprimen la complejidad en un golpe. Sus libros de hicieron más breves, más polémicos, más irritantes. El trabajo más importante de esta última etapa de su vida fue, sin duda, su diatriba contra la televisión. La pantalla estaba transformando al ser humano a tal punto que ponía en riesgo su capacidad para ejercer de ciudadano. El homo videns era ya un ser incapaz de pensamiento abstracto. Sólo reaccionaba ante las imágenes. Su argumento era, naturalmente, una prolongación de su meditación sobre el régimen democrático. Sin reflexión no hay ciudadanía. Sin ciudadanía no hay democracia. A esa luz se refresca la exigencia cívica de su talante liberal. El ciudadano no es simplemente el agente que pone en marcha la maquinaria democrática con el botón del voto. Debe contar con la información crucial y aptitud para procesarla.

Hará falta en estos tiempos. Sartori fue un defensor de la democracia liberal porque fue uno de sus mejores críticos.

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Escrito en: Jesús Silva-Herzog

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