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El pez por la boca...

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RENÉ DELGADO

Si existiera el Premio Nacional a la Contradicción, la competencia sería reñida. En ese campo funcionarios y dirigentes se pintan solos. Son auténticos tahúres del discurso y la práctica política. Según el auditorio o el campo de acción, barajan la carta oratoria o el recurso indicado para darle gusto al respetable: hacen de la contradicción, gala de congruencia. Son plurales y universales, les dan gusto a todos.

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En plena campaña electoral estadounidense, fuera del ámbito de su función, el entonces secretario de Hacienda, Luis Videgaray, y su jefe Enrique Peña Nieto privilegiaron al candidato republicano, Donald Trump, en demérito de la candidata demócrata, Hillary Clinton. Lo invitaron a la residencia oficial de Los Pinos y, el 31 de agosto pasado, Trump recibió trato correspondiente a jefe de Estado. Claro, la preferencia electoral se movió a su favor. Desde luego, la intervención mexicana en el proceso electoral estadounidense se presentó como una simple cortesía.

Siete meses después, ante los señalamientos del secretario de Seguridad Interna, John Kelly, y del senador republicano John McCain, advirtiendo que no sería bueno para su país que un izquierdista antiestadounidense llegara a la Presidencia de México, el ahora secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, asegura haber señalado a Kelly no intervenir en las elecciones mexicanas.

"... las decisiones electorales y la selección de autoridades en México corresponden solamente a los mexicanos, y lo que esperamos por parte de los Estados Unidos es que se respete el proceso electoral mexicano", le habría dicho.

La única duda que genera la contradicción es ¿a qué jugamos?

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En la convención de banqueros, en coro y bajo la batuta presidencial, más de un secretario de Estado entonó el discurso antipopulista. Se destacó que el futuro de México estaría en juego de llegar alguien de ese perfil al gobierno. Se tiraron de los cabellos advirtiendo el peligro, en sentida defensa del neoliberalismo.

Sin embargo, el mismo coro y bajo la misma batuta, hasta hace unos días dejó de acudir al Estado de México y derramar en regalos -es un decir, el dinero era de los contribuyentes- quinientos millones de pesos en despensas, brazaletes, casas, tarjetas...

El dogma neoliberal sucumbió ante el credo populista a la hora de ir a comprar o coaccionar votos. Incluso, el candidato tricolor, Alfredo del Mazo, ahora promete un "salario rosa" a las amas de casa en reconocimiento a su trabajo, sin revelar cuánto costará el gesto populista y de dónde saldrá el dinero.

Una cosa es ir a buscar crédito -en el sentido profundo de la palabra- con los banqueros, otra ir a comprar votos. Pero más allá de la contradicción, resulta curioso que ésta se registre justo cuando el gobernador del Banco de México, Agustín Carstens, advierte que no es hora de expandir el gasto porque las finanzas públicas no están para eso.

Son los tricolores, neoliberales no practicantes en temporada electoral porque, en ese campo, les gana el alma populista.

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Desde la campaña en busca de la Presidencia de la República, el hoy jefe del Ejecutivo prometió impulsar medidas contra la corrupción. Sin embargo, el resbalón de adquirir de un contratista la famosa Casa Blanca como domicilio particular del mandatario transformó la promesa de campaña en demanda ciudadana y, gracias a la presión, se legisló un complejo Sistema Nacional Anticorrupción.

Transcurridos los meses y los días, apenas el martes pasado se instaló con todos sus integrantes el traído y llevado sistema. Sólo faltaron dos de ellos a la ceremonia: el fiscal que perseguirá el delito y los magistrados que lo sancionarán. Al margen de ese detalle, la solemnidad coronó la ceremonia.

Pese a convocatorias y audiencias de los interesados en ocupar la Fiscalía Anticorrupción, el Senado -en particular los legisladores del PRI y el PAN- nomás no pudo nombrarlo. No está claro si el incumplimiento del Senado derivó de legítimo desacuerdo o tramposo acuerdo. A su vez, al Ejecutivo se le escapó proponer los candidatos a ocupar los asientos de los tres magistrados especializados en sancionar la corrupción. O sea, todo el aparato está listo a excepción nomás de quien perseguirá la corrupción y de quienes la sancionarán.

El flamante y costoso vehículo está de lujo, sólo falta el motor. Mientras tanto los exgobernadores Duarte, de Chihuahua y Veracruz, siguen en fuga y los demás calculando si vale la pena contratar o no de fijo a un despacho de abogados.

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Desde fines del sexenio de Ernesto Zedillo así como a todo lo largo de los de Vicente Fox y Felipe Calderón y lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto, se intenta construir una policía confiable: federal, nacional, estatal, municipal, certificada, bajo mando único o mixto. Diecisiete años después, el prolongado ensayo se resume en un inconcebible fracaso de priistas y panistas, acompañado de un río de dolor, sangre, muerte y desaparecidos.

El fracaso no conmueve ni mueve a los gobiernos y los partidos. No, practican la salida fácil que tanto critican, echan mano del Ejército, archivan el proyecto de la policía y, ahora, intentan una ley de seguridad interna que supuestamente quedaría lista y sería aprobada en un período legislativo extraordinario que se celebraría en enero pasado; luego la prometieron para el periodo ordinario que arrancó en febrero, estamos en abril y no hay policía, ni mando estatal ni mixto ni seguridad interna y la violencia criminal repunta. Eso sí, no hay mando. ¿Cuál será la nueva tragedia que orille a elaborar un nuevo discurso?

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Ante este cuadro, lo menos que se puede hacer es instaurar el Premio Nacional a la Contradicción. En ese campo sí que habría competencia.

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