En contra de lo que cierta clase de etiqueta política quisiera, las campañas políticas en el México de hoy no son de propuestas sino de señalamiento y denuncia y el caso de Coahuila no es la excepción.
Lo anterior es así porque en un escenario en el que la corrupción y la impunidad son la regla, mal harían la oposición, los medios de comunicación o los líderes de opinión en soslayar el comportamiento indebido y la mala trayectoria de los protagonistas candidatos y partidos, para hacer de las campañas un ejercicio de buenas maneras.
Por eso tiene sentido hurgar en las heridas que ha dejado el moreirato en la piel de los coahuilenses, en términos de muertos y desaparecidos, quiebra económica asociada a la megadeuda, y el rezago generalizado en la inversión pública y en los servicios que prestan Estado y Municipios. Esta legitimidad es incuestionable, al igual que lo ha sido en otros tiempos y en otras latitudes la justa exhibición de frutos de buen gobierno cuando los hay, y el reconocimiento al trabajo de servidores públicos que en su momento cumplieron las expectativas puestas en ellos por parte de los electores.
En cuanto a la celebración de buenos resultados, los candidatos de Moreira no la tienen fácil, como lo demuestran los hechos. Ante el fracaso del candidato del PRI a la gubernatura por eludir el tema de la megadeuda, termina el lunes pasado por ofrecer que "en los próximos seis años no pediremos prestado ni un solo peso…", lo cual resulta creíble sólo en la medida en que la derrota deje a Riquelme fuera del cargo que pretende.
Acto seguido, Riquelme asegura que si obtiene el triunfo, su gobierno se caracterizará por tener un presupuesto austero y promete que la transparencia y la rendición de cuentas serán prioridad de su gestión, al tiempo que mira su reloj de colección cuya frivolidad expresa: Merezco abundancia. Curiosa campaña que comienza por ofrecer aquello de lo que se carece, en función de los antecedentes y el estilo del candidato.
Basta repasar la prensa local de los últimos días para descubrir el manejo deshonesto del organigrama del Municipio de Torreón, en virtud de lo cual encontramos más de ochenta personas con nombramiento y sueldo de director de área, cuando las direcciones apenas llegan a la mitad y ya de por sí son muchas. En cuanto a la nómina de empleados y funcionarios públicos priva el mayor de los desórdenes que encubre el saqueo de recursos, resultando proverbial la existencia de choferes del departamento de Parques y Jardines que ganan casi lo mismo que el alcalde. Esa es la transparencia y la rendición de cuentas que ofrece Riquelme en campaña.
Algo similar acontece con Miguel Mery como candidato del PRI de los Moreira a la Presidencia Municipal de Torreón. En entrevista publicada en El Siglo de Torreón ayer mismo, después de recordar que durante siete años ha sido funcionario de primer nivel en las nefastas administraciones de Eduardo Olmos en la que fue secretario del Ayuntamiento y de Miguel Riquelme en la que es primer regidor con licencia, como si hubiera caído del cielo el aspirante a la alcaldía asegura que si el voto popular lo favorece, el año que le tocará estar al frente de la comuna va a ser un año muy importante, "porque en ese año voy a sentar las bases del futuro de la ciudad de Torreón…".
Sólo falta que Humberto Moreira agregue a sus promesas de campaña que como diputado a la Legislatura Local, velará por la vigencia de la división de poderes en Coahuila y que rescatará la dignidad e independencia del Congreso frente al Poder Ejecutivo.
Pareciera que la oposición la tiene fácil porque ofrece un desahogo frente al hartazgo, y al menos merece del ciudadano elector el beneficio de la duda en tanto que la trayectoria y antecedentes de los empleados del moreirato son de sobra conocidos sin embargo, experiencias electorales recientes han demostrado que los coahuilenses somos de flaca memoria.
