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Morirse a tiempo

JORGE ZEPEDA PATTERSON

En el legendario cementerio Pere Lachaise de París se encuentran probablemente la concentración de genios y celebridades más alta por metro cuadrado de todo el planeta, si en la categoría incluimos las cenizas. Moliere, Chopin, Muset, María Callas, Marcel Proust, Balzac, Oscar Wilde y una larga lista de científicos, filósofos y artistas. La belleza del lugar y el respeto que inspiran los difuntos que allí descansan, propician una torrente continuo de visitantes que recorren las tumbas y honran a los que han partido.

Pero nadie recibe más visitas, ni de cerca, que la tumba de Jim Morrison. Su lápida se ha convertido en el destino de un incesante peregrinaje de turistas de todo el mundo. Es cierto que la obra de los Doors ha logrado trascender a su generación, pero la influencia que pueda alcanzar en los anales de la música palidece frente al legado de Chopin, fallecido hace casi 170 años. Y sin embargo, la gente va a rendir tributo al vocalista de los Doors. Y es que Morrison tiene una virtud frente a todas estas otras celebridades: murió en la flor de la edad, inesperadamente, cuando se encontraba en la cima de la fama.

Se preguntarán qué tiene que ver el panteón de los músicos con una columna normalmente dedicada a la política. Honestamente poco, pero este fin de semana pensé que entre los muchos defectos que tiene el PRI es que no se murió a tiempo.

Muchos de ustedes me dirán que morirse a tiempo, en el caso del PRI, habría significado extinguirse un año después de que nació, allá por 1928 (originalmente con el nombre de Partido Nacional Revolucionario). Pero no estoy de acuerdo.

El PRI prestó importantes servicios al país durante el siglo pasado. Para empezar, el apaciguamiento de la larga guerra civil que desencadenó la Revolución Mexicana. No se cuántas décadas más los generales y hombres fuertes regionales habrían seguido levantándose sucesivamente contra el que ocupaba la silla, si el partido no hubiera encontrado la manera de imponer un presidencialismo apaciguador.

Lo del presidencialismo vino acompañado de una idea absolutamente genial: la no reelección (bueno, lo genial no era la idea, sino hacerla respetar). Ahora mismo el presidente paraguayo pretende cambiar la constitución de su país para poder perpetuarse. Algo que han intentado en algún momento, por lo general con éxito, mandatarios en todos los países de América Latina en los últimos 50 años. No en México.

No estoy seguro de lo que habría pasado en los años cincuentas y sesentas en plena guerra fría, si Estados Unidos hubiese desconfiado del gobierno civil a cargo de su principal vecino. Me temo que difícilmente habríamos impedido alguna versión local de los Pinochet, Videla o Stroessner que los gringos prohijaron en el continente.

Es cierto que además de una estabilidad relativa, el PRI instituyó un sistema que perpetuó la desigualdad y la injusticia social. No obstante por lo general se caracterizó por una gestión hábil para ofrecer puntos de fuga cada que la caldera amenazaba con explotar. Cuando observamos la proliferación de dictaduras militares en el Cono Sur y la atroz guerra de exterminio perpetradas en contra de su propia comunidad, tenemos que reconocer que ese era una de los escenarios por los que pudimos haber transitado (y el que esto escribe, inquieto como ha sido, muy probablemente no estaría aquí para contarlo).

Con todos sus defectos, el PRI fue útil al país a lo largo de varias décadas del siglo pasado y en muchos sentidos el menos peor de las opciones posibles, si nos atenemos a la comparación con países similares. El problema es que dejó de ser útil y se convirtió en un incordio. En los años sesentas, con la masacre de Tlatelolco, mostraba claros signos de agotamiento, en los setentas comenzó a hacer crisis y en los ochentas daba pena. En los noventas, el ala moderada, encabezada por Zedillo, operó una transición pacífica para entregar el poder en el 2000.

Por desgracia se habían retrasado más de una década en hacerlo. Y peor aún, lejos de irse a la tumba, el PRI regreso para hacer los desfiguros que hoy en día observamos (no voy a entrar en materia, pero lo que está haciendo en el estado de México es algo que creíamos desaparecido).

No sé que habría sido de Jim Morrison si hubiera superado la sobredosis que lo llevó a la tumba; estaría cumpliendo 74 este año. Quizá habría tenido una vida digna y productiva; o quizá se habría vuelto un tipo prepotente y abusador. Como el PRI, pues. Hay quienes envejecen con la elegancia de un buen vintage, otros devienen en la peor versión de sí mismos; en tales casos lo único que puede salvarlos es morirse a tiempo.

@jorgezepedap

www.jorgezepeda.net

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Escrito en: Jorge Zepeda Patterson

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