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Culpar a los maestros

Con/sinsentido

MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

La convicción cada vez más generalizada de que, si algo sale mal en clase, la culpa exclusiva es del docente, es equivocada. Toda relación humana supone una corresponsabilidad y la que se da entre maestros y alumnos no tiene porqué ser la excepción. Sin embargo, hay quienes suponen que, si un alumno no hace su parte, no es porque haya algo problemático en él, sino en quienes deberían educarlo.

Eso, que ya de por es pobre de sentido, se hace más grave entre más elevado es el nivel educativo. Un alumno más adulto, debería asumir una mayor responsabilidad. Entre otras cosas, porque se encuentra preparándose para la vida, misma que no le preguntará si le gusta, le divierte o interesa; sino que le impondrá retos y desafíos que exigirán todo su potencial humano.

No obstante, algunos docentes aceptan sin dudar que ellos son los únicos culpables si sus alumnos no les ponen atención, si no se interesan en su clase o si ésta les parece aburrida. Hay algo peor todavía. Hoy muchos alumnos universitarios -y, de manera increíble muchos docentes- están convencidos de que sus maestros tienen muy poco para enseñarles y que los secretos más relevantes sobre el desempeño profesional o incluso la vida, los encuentran en Google o Wikipedia.

Por supuesto, la situación que estoy describiendo no es una verdad absoluta y monolítica, en las aulas de todos los niveles educativos aún quedan estudiantes que merecen ese nombre; aprendices inquietos, curiosos, comprometidos con su formación. Pero, hay otros muchos que simplemente no encuentran razón para estar en la escuela; que se evaden de la situación educativa -por muy dinámica y divertida que pueda parecerle a los demás- lo que se facilita con los dispositivos tecnológicos; y que, por lo tanto, no deberían estar ocupando un lugar en las aulas sino haciendo algo que en verdad los apasionara.

Los docentes no son los culpables, pero tampoco hay culpa en los alumnos. Es el sistema educativo en su totalidad el que no está funcionando. En la actualidad, las aulas universitarias, inclusive las de posgrado, atestiguan la presencia de estudiantes y maestros que tienen graves deficiencias formativas: no comprenden lo que leen, no saben realizar operaciones matemáticas y tienen un paupérrimo bagaje cultural. Ante tal realidad surgen múltiples inquietudes: ¿Cómo llegaron hasta ese nivel? ¿Por qué nadie impidió que siguieran avanzando? ¿Realmente deberían seguir adelante? ¿Esa era su verdadera vocación?

La culpa no es de los profesores ni de los alumnos, sino de quienes desde lo público y lo privado, han hecho que la educación se convierta en un negocio en el que todos ganan, menos México.

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