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¿Canciller y precandidato?

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RENÉ DELGADO

A más de complicar la circunstancia nacional, Donald Trump ha alterado y afectado el calendario y el tablero electoral. Es un efecto colateral que poco a poco aflora con más fuerza.

Ahí, quizá, se explica la urgencia de la administración por renegociar el Tratado de Libre Comercio y la intervención de su jefe, Enrique Peña Nieto, en la contienda electoral. Quizá, también explica la postergación de la salida del gobernador del Banco de México, Agustín Carstens.

No están claros los términos ni el calendario de la renegociación del Tratado, pero su retraso dificulta la nominación del candidato presidencial tricolor y el panorama donde éste se podría insertar. Ante ese cuadro, Enrique Peña Nieto da muestras de oscilar entre el jefe de Estado con un problema nacional y el jefe de partido con un apuro electoral.

Por lo pronto, en el reciente Consejo Nacional del Revolucionario Institucional, el jefe de Estado archivó el asunto de la unidad nacional en tanto que el jefe de partido desempolvó el expediente de la unidad partidista.

La amenaza externa se entrevera con el calendario electoral y está por verse el resultado, si no hay destreza para conducir el Estado y el partido. Una cosa es cambiar de caballo a la mitad del río, otra pretender jinetear dos en el caudal.

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Es, desde luego, derecho del presidente de la República jefaturar su partido, respetando las limitaciones legales establecidas. Sin embargo, a veces, lo que la ley permite, la realidad lo niega y pone en juego la ética en la responsabilidad. Y, en este tiempo, la circunstancia insta a sacrificar o, al menos, restringir la militancia partidista en defensa de la política presidencial.

Dada la incertidumbre provocada por Donald Trump que no consigue integrar, asentar y delinear en serio su gobierno, pero sí descuadrar la escena internacional, es un riesgo reaccionar sin cuidado frente a sus desplantes o combinar la jefatura del Estado con la del partido. En el ámbito de la relación bilateral México-Estados Unidos, el momento reclama actuar con prisa pero con pies de plomo y visión de Estado.

En tal tesitura, asombra el manifiesto interés de Enrique Peña Nieto por participar, desde ahora, en calidad de dirigente partidista en la contienda electoral. El tono y el contenido de algunos fragmentos del discurso pronunciado en el Consejo de su partido, sobrecalientan la enrarecida atmósfera política.

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Tras abogar por la unidad nacional ante el exterior sin aceptar ni proponer un acuerdo al interior, la actuación del mandatario como jefe de partido borra las coincidencias ante la amenaza externa y subraya las diferencias internas. Privilegia lo electoral sobre lo estatal.

Decir que mientras las oposiciones "se encaminan a la división, las pugnas internas o la demagogia autoritaria, nosotros (los priistas) nos mantenemos cohesionados y con la unidad necesaria para vencer", enciende la contienda y pierde de vista la división del gabinete y el descontento de algunos "cuadros distinguidos" del priismo.

Asegurar, en relación con el costo político del incremento del precio de la gasolina, que "si algo quedó demostrado (...) es que la oposición sigue sin estar lista para ser gobierno", reabre el debate sobre el tino y el sentido de adelantar una medida con tal costo social.

En ese tenor, señalar que "a México no sólo hay que defenderlo del exterior, de hecho, hay que defenderlo aquí mismo", precisando que: "Hoy nuevamente hay riesgos de retroceso. Al igual que hace seis años, están resurgiendo las amenazas que representan la parálisis de la derecha, o el salto al vacío de la izquierda demagógica", es señalar que dentro y fuera hay enemigos y lo mejor es ocupar cada quien su trinchera.

La aclaración final del discurso es singular: "El PRI es un partido que sabe acordar, que pacta para gobernar y para transformar. Pero que quede bien claro: nunca, pero nunca pactará para dejarse derrotar. Nosotros, los priistas, y está en nuestra genética, siempre salimos a ganar". Es singular porque no cierra, reaviva el debate, no sobre la genética, sino sobre la condición de ese partido.

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La solicitud formulada a Agustín Carstens de postergar su salida del Banco de México hasta finales de noviembre, el afán de acelerar la renegociación del Tratado de Libre Comercio para concluirla a fines de año y, ahora, el llamado de Enrique Peña Nieto -en calidad de dirigente partidista- a la unidad y la disciplina tricolor, al tiempo de golpetear a la oposición y acelerar la contienda preelectoral, tienen por común denominador la fecha del destape del candidato presidencial tricolor.

Probablemente, en el último trimestre del año, el jefe de partido designará a su gallo cuando la oposición habrá tomado ventaja y cuando su margen de maniobra lo determinarán seis factores. El resultado electoral en el Estado de México, Coahuila y Nayarit; el avance, retraso o resultado de la renegociación del tratado comercial; la defensa de los migrantes mexicanos; la postura tomada frente al muro fronterizo; la estabilidad económica y financiera... y la baraja disponible de aspirantes a abanderar el tricolor.

"No ha sido esta administración una que destaque por su capacidad y habilidad para atender distintos frentes al mismo tiempo. Ahora, su figura principal, Enrique Peña Nieto, ha mandado la señal de pretender jefaturar al Estado y al partido. En la circunstancia nacional es una apuesta elevada. Y visto que, como el propio mandatario dice, el futuro del país está en juego, convendría aclarar quién lleva las relaciones exteriores: un canciller o un precandidato. Daría tranquilidad y certeza a la República saber, desde ahora, la definición de Luis Videgaray al respecto.

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