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Nuestro superávit con los Estados Unidos

JULIO FAESLER

El superávit en nuestro comercio con Estados Unidos, más de 20,000 millones de dólares al año, sugiere varias consideraciones:

La primera, es que este hecho prueba que somos sobradamente competitivos en el mercado norteamericano donde las reglas son rudas. Debemos preocuparnos por no ceder nuestra bien ganada posición frente a la competencia de China y de otros países asiáticos, que también tienen sus ojos puestos en ese vasto mercado.

En segundo lugar, cada año que pasa y nos asentamos en el mercado norteamericano, nos amarramos más firmemente hasta el grado de que, como siempre ha sucedido, amainan los deseos de los empresarios mexicanos de buscar en otros países aceptación para nuestros productos. Al irse afinando el conocimiento de los clientes y a las ventajas de articularnos mejor con la agricultura y la industria de nuestro vecino, vuelve menos atractivo, en términos de exploración y aprendizaje intentar diversificar nuestro mercado.

Las exportaciones mexicanas han estado concentradas desde siempre en el país vecino. En 1970 absorbía el 70 % de nuestras ventas. En 1976 ese índice había bajado a 60 % lo que significaba que los esfuerzos por diversificar nuestro comercio exterior habían tenido éxito. Pasados los años, el TLC relegó ese objetivo con el resultado de que hoy en día más del 95 % de nuestras ventas se va a ese mercado donde la presencia mexicana es marginal el total de sus importaciones. Desde luego que nuestras exportaciones a otros países han crecido, pero Estados Unidos sigue siendo el destino de mayor importancia.

El hecho anterior, refleja la consolidación de una realidad muy cerrada que se autoalimenta y donde México y Estados Unidos van formando una red de intereses económicos que, a diferencia de otras como la financiera o la tecnológica que se comunican sin requerir ubicación, se articula entre unidades de producción bien localizadas fisicamente.

Tercero. México está unciendo, intencionalmente, su desarrollo económico a la suerte de los Estados Unidos identificándose en lo social y lo educativo hasta el grado en que podemos esperar que afloren argumentos en favor de una relación mucho más estrecha con ese país, incluso hasta la de ser un estado "asociado", a fin de permanencia a esa ventajosa sociedad de intereses. Esta posibilidad no está tan lejos. La hemos oído de algunos académicos de la política mexicana que abogan por una formalización de lo que ven como una unidad económica y cultural binacional.

Otra consideración consiste en advertir que las relaciones comerciales bilaterales son variables y si nuestro superávit se invirtiera por cualquiera razón y viéramos caer nuestras ventas, México buscaría urgentemente nueva clientela para compensar la caída de ingresos, se endeudaría con el exterior o se atendría al turismo para resolver la situación.

El futuro mexicano más válido depende, pues, muy principalmente en acertar en políticas económicas donde la de comercio exterior es su cimiento más sólido. Lograr un estado de salud socioeconómica es parte del proceso de desarrollo, donde cada pieza depende de las demás y donde el éxito de las exportaciones está asociada con importaciones racionales.

Las tensiones sociales que se advierten en el interior del país indican la necesidad de ajustes y hasta cambios importantes en nuestros entendidos internos más básicos.

Los cambios que se avecinan en nosotros y en muchos otros países tocarán las relaciones entre sectores sociales y el gobierno, novedades en equilibrios entre los tres poderes federales, innovaciones en parámetros y objetivos fiscales y la ubicación de la política social dentro del desarrollo o cómo arbitrar la participación en esfuerzos.

Hay que revisar las relaciones de las producciones agropecuaria e industrial y sus función realizadora de empleos además de la íntima vinculación entre éstos y el sistema de educación.

Pero ¿cómo emprender estos pasos algunos de hondo calado si desde antes nos hemos incorporado, haciéndolo nuestro, a paradigmas que no sólo hemos aceptamos sino promovido? ¿Cómo siquiera considerar políticas que requerimos para alentar la producción y elevar niveles sociales si algunas, como la de establecer facilidades a las empresas nuevas, están formalmente prohibidas por nuestro eventual socio?

Mientras más nos integremos a los Estados Unidos por la vía del comercio, más tendremos que consultar su compatibilidad con otros aspectos de nuestro propio camino.

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