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Poscultura

Diálogo

YAMIL DARWICH

Para los pensadores modernos, el siglo XXI es considerado como los tiempos de la poscultura, refiriéndose a los cambios abruptos que se presentan en la sociedad actual.

Recuerde que las medidas del tiempo entre las sociedades son diferentes a las cronológicas de los individuos; así, en sólo unos pocos lustros, el mundo se ha ido transformando y para algunos analistas deshumanizando. Piense en Trump.

En ese proceso, aunque retrasados en tiempo, los laguneros también estamos inmersos.

La Comarca Lagunera está cambiando y transformando sus usos y costumbres, retomando modas y conceptos de vida que no siempre corresponden a lo bueno.

Guy Debord, (1931-1994), francés, fue uno de esos pensadores que hicieron sonar la alarma por el cambio. Escribió: "La alienación ha copado la vida social, convirtiéndola en una representación en la que todo lo espontáneo, auténtico y genuino ha sido sustituido por lo superficial y lo falso. En este mundo, las cosas han pasado a ser los verdaderos dueños de la vida, los amos a los que los seres humanos sirven para asegurar la producción que enriquece a los propietarios de las máquinas y las industrias que fabrican aquellas mercancías".

En el pasado, dialogamos sobre el tema y la influencia que esos cambios sociales y culturales tienen en las nuevas generaciones; también comentamos la pérdida que sufren nuestros menores con la globalización cultural.

Se trata de defender lo nuestro, tomando lo bueno de las otras culturas, pero sin perder la identidad propia.

Los principios de bueno o malo se generan con la suma de tradiciones, creencias, usos y costumbres, incluido el lenguaje y la religión; cuando se rompe con esos pilares, las sociedades empiezan a perder su identidad, sufriendo las consecuencias en la calidad de vida social, familiar y personal. Mucho de eso nos está sucediendo.

Hoy en día, vivimos un desequilibrio entre el desarrollo de la ciencia y la técnica contra la reflexión y definición del ¿adónde queremos llegar?

La familia, primera educadora, ha enfrentado la necesidad de romper con la tradición en sus formas de organizarse, desatendiendo la educación de los críos y, lo peor, dejándola en manos de desvirtualizadores de la verdad: la televisión y la computadora, que son las nodrizas de nuestros tiempos y otras de la "cultura global" que despersonalizan y enajenan a los individuos ante sus sociedades.

Los tradicionales educadores: la religión y la escuela, también están sufriendo los embates de ese posmodernismo, aunque lo tienen bien ganado, por su ineficacia para reaccionar ante el cambio.

La religión, para nuestro caso el cristianismo, sufre por la inadecuación de sus métodos de evangelización y enseñanzas; no se trata de cambiar el sentido literal de lo predicado por Jesús, pero sí ubicarse en la posmodernidad y cuidarnos, evitando nuestro desconcierto.

Una seria dificultad está en las deficiencias humanas de algunos de sus ministros, quienes, con el mal ejemplo, rompen con los propósitos de la institución y desmoronan la fe de sus religionarios.

Las escuelas también descuidan esa educación y fomento de la buena cultura.

El abrumador neoconocimiento científico y tecnológico las han llevado a reformas en sus currículos, contenidos y formas de enseñanza, tratando de abarcar lo más del saber y a costas de descuidar al humanismo. Las muchas matemáticas, física o química, -por citar ejemplos- requirieron del tiempo anteriormente dedicado a la filosofía, la ética y el civismo, creando tecnócratas ajenos al humanismo, quitándoles la oportunidad de la reflexión -por desconocimiento- de lo bueno y lo mejor para el ser humano.

Caso aparte y dañino es la masificación de la educación; y aún peor, su comercialización. En la Comarca Lagunera tenemos algunas universidades, donde lo importante es generar mayores ingresos para sus dueños extranjeros.

Para algunos, las consecuencias de esa cultura de "la era de la barbarie" -como la definiera Mario Vargas Llosa- aún no son plenamente comprendidas y, gravemente, continuamos avanzando en la evolución de las sociedades hacia la tecnificación, corriendo el riesgo de deshumanizarlas.

La gran paradoja se presenta cuando evaluamos los descubrimientos de la ciencia y sus aplicaciones en las técnicas, que debieran reflejarse en mejores condiciones de calidad de vida, presentándose a cambio como favorecedoras del ensanchamiento del abismo entre ricos y pobres. Consumismo, individualismo, materialismo y otros ismos son consecuencias de ello.

El mismo Vargas Llosa lo define crudamente: "... Pero el progreso moderno, ahora lo sabemos, tiene a menudo un precio destructivo que pagar, por ejemplo en daños irreparables a la naturaleza y a la ecología, y no siempre contribuye a rebajar la pobreza sino a ampliar el abismo de desigualdades entre países, clases y personas".

Hay mucho por hacer, empezando por nosotros mismos, tomar conciencia y trabajar por aligerar la carga de nuestros cercanos tratando de regresarles la vida humanista en su mejor expresión. ¿Está de acuerdo?

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