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Ensayo sobre la cultura / Arce En dónde comenzar a leer

José Luis Herrera Arce

Es muy difícil recomendar lecturas a un principiante. Corre uno el riesgo de darle algo que lo invite a nunca más tomar un libro; o porque el tema no le gusta, o porque no le entendió, o porque no supo entrar a los juegos que el libro le proponía. Antes de hacer algo que salga contraproducente habría que indagar los gustos de las personas y el nivel de lecturas a los que está acostumbrado y de ahí partir a la recomendación.

Por lo general se comete el error de llevarlo a un clásico sin darle las armas para leerlo; sobre todo, cuando se trata de jóvenes, le mostramos, de buenas a primeras, el abismo que hay entre su conocimiento y el manejo intelectual que un clásico hace de sus textos. Al quererle recomendar lo mejor, lo llevamos al Quijote, el más clásico de los clásicos, o si somos muy modernos, lo remitimos a Joyce, a Faulkner, el sistema educativo le impone a Kafka, si nos sentimos latinoamericanos, le hacemos imprescindible la lectura de Cortázar, o peor tantito, la de Lezama Lima. Lo invitamos a perderse en un mundo que primero hay que saber descifrar.

Tomo el caso del Quijote, en su primer párrafo, que a mí siempre me ha parecido maravilloso. Después de las tan sabidas dos primeras frases: (nota: homenaje al idioma español, la primera es un octasílabo: ?En un lugar de la mancha?, métrica de la poesía popular: el romance. La segunda, un endecasílabo: ?de cuyo nombre no quiero acordarme?, métrica de la poesía culta; no exactamente el soneto, que viene de Italia. La acentuación es primera cuarta, séptima y décima. Segunda nota: esto no lo capta un iniciado) viene el enfrentamiento al lenguaje del siglo XVII y a la estructura que en aquel tiempo se le daba. Cito:

?No ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero?.

Traducción: Hidalgo de lanza en astillero: Astillero percha en la que se ponían las lanzas en un sitio visible de la casa. Este detalle y el de la adarga (escudo) antigua, indican la hidalguía de don Quijote, que conserva las armas de sus antepasados.

Sigo con la cita:

?Adarga (escudo) antigua, rocín (caballo) flaco y galgo (perro) corredor?.

En menos de un renglón, ya se nos dio un status del personaje que se enriquece con lo que sigue:

?Una olla de algo más vaca que carnero?, de nuevo una nota: La carne de vaca era más barata que la de carnero, con la que se da a entender que el Quijote era más bien pobre. Sigamos:

?Salpicón (plato de gente pobre) las más noches, duelos y quebrantos (tortillas de huevos con pedazos de tocino frito o, según otros, los despojos de los animales); los sábados, lantejas (respétese la a, no es lentejas); los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumías las tres partes de su hacienda (de sus rentas). El resto della (no es de ella) concluían sayo de velarte, (velarte es paño de abrigo, negro o azul) calzas (zapatos) de velludo (terciopelo) para las fiestas, con sus pantunflos (calzado para abrigar los pies, pantunflas) de lo mesmo (no es mismo) y los días de entresemana se honraba con su vellori (paño entrefino de color pardo ceniciento) de los más finos...?.

Así podemos seguirle. Un iniciado se aburriría si no entiende que precisamente el Quijote, entre otras cosas, es enfrentarse a la historia de nuestra lengua, a las palabras y estructuras gramaticales que se nos han perdido en el tiempo.

Los muchachos de hoy, tan acostumbrados a la acción, lo primero que deben de encontrar en la lectura es eso, precisamente, la acción y su propia fantasía. Harry Potter cumple con ese cometido, ofrecerle al chico, en un texto, el mundo de aventuras fantásticas de su tiempo.

Generaciones pasadas comenzaron sus lecturas con Julio Verne o con Dumas, tal vez con el mismo Du Terreil, las hazañas de Rocambole, o con los Pardillan o con las novelas románticas de Víctor Hugo, Los Miserables, o Emilio Salgari, Sandokan; fantasía alimentada de piratas, espadachines, activistas sociales, romanticismo del siglo XIX, incluido Payno, El Fistol del Diablo, Los Bandidos de Río Frío. Para las generaciones modernas se escribe poco; la lectura comienza en la infancia, con las historietas: Memín Pingüín, Los Supersabios, La Familia Burrón; las leyendas que narraban las nanas, las abuelas, las mamás, antes de mandar a los niños a la cama.

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