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¿La traicionera ficción?

FEDERICO REYES HEROLES

Del otoño al invierno sexenal hay ya un parpadeo. El cuarto informe es clímax e inicio del descenso. El ciclo que rige la vida política de México, con sus ventajas y desventajas, es en eso inalterable, troquela al país. Contrasta frente a naciones con tentaciones de estirpe: de Argentina a Nicaragua. ¿Qué lecciones asoman ya de la gestión de EPN?

La popularidad de un presidente, o el grado de aprobación, en México sirve de poco. No es heredable, ni determina los resultados de la sucesión. Tampoco ayuda demasiado para conseguir el apoyo legislativo, de hecho un presidente casado con su popularidad puede ser muy inútil. Carlos Salinas llegó al 93 entre aplausos, algunos especularon con la reelección. Meses después caía en un torbellino descendente entre la guerrilla, el magnicidio, el miedo. Zedillo ganó y terminó su gestión con más del 70 % de aprobación y la elección la ganó Vicente Fox. Nada está escrito, así es la democracia. Los mexicanos siguen cada vez menos a las doctrinas partidarias, observan cada vez más a los candidatos y esperan hasta el final del proceso para decidir su voto. El panorama general es apasionante: México crece menos de lo requerido, se necesitan más y mejores empleos, sin embargo los mexicanos están satisfechos con su vida ¿¿?? La violencia, pero sobre todo la corrupción nos sublevan, sin embargo el consumo crece a ritmos insospechados.

Pero, ¿por qué los mexicanos están enojados con la política y en particular con EPN? Insisto, no porque la popularidad de EPN en sí misma sea relevante ni predictora de la elección de 2018, ese malestar no es deseable. Debería estar cosechando, no es así. Por supuesto están los escándalos. Pero hay algo más. EPN es la cara del sexenio. Los secretarios han estado menos expuestos. El presidente aparece todos los días, igual en Baja California que en Chiapas con todo el esfuerzo logístico y de desgaste personal que ello acarrea. Y sin embargo, ese esfuerzo, ya no le paga. Es incluso peor, EPN se hace sombra a sí mismo con varios mensajes simultáneos.

El presidente se queja de que las buenas noticias no calan, él las repite una y otra vez, pero en la sociedad hay algo refractario, que las rechaza. La sociedad es hoy otra. El asunto es estructural. Que sean los propios responsables de las políticas públicas los encargados de publicitar sus éxitos, en automático genera un conflicto de interés. Qué va a decir el secretario de Educación sobre la Reforma Educativa. Predecible. Y el de Hacienda sobre el futuro económico de México. Qué incomodidad más disfuncional. Que el presidente salga en defensa de sus actos una y otra vez genera desconfianza. Tienen que ser los hechos mismos, los juicios independientes, la propia sociedad los que sustenten la defensa.

Como siempre, el exceso deforma. EPN prepara sus discursos, los lee de manera cuidadosa, da lo mismo dónde esté, rostro y ademanes aparecen multiplicados exponencialmente todas las semanas. El sexenio es largo y cansa. No hay administración de su imagen, se ha convertido en el propio enemigo. ¿A qué horas estudia los asuntos, discute, cabila, reposa y decide? Las giras nutren, pero alteran. La imagen que ha propiciado de sí mismo es la de una hiperactividad sin límite. Sube al helicóptero, al avión, a otro helicóptero, al autobús o camioneta, inaugura, habla, otra vez a la camioneta, habla, otra vez, de allí a un recorrido a pie, habla con la prensa, helicóptero, avión y el día siguiente a Asia. Es custodiado por el Estado Mayor que cumple profesionalmente con los múltiples encargos, pero a la vez es rehén de esa mecánica. La hiperactividad disfraza. La falta de autenticidad merodea. ¿Cuándo va el presidente a un restaurante?

Más allá de las múltiples apariciones televisivas siempre bajo control, además de las intervenciones perfectamente estudiadas, la sustancia, la persona, no aparece. Si el presidente juega golf, que se sepa. Tanto profesionalismo lo convierte en un maniquí. No come, no suda, no se le ve cansado, no tiene canas (como Obama) el set up es perfecto, pero humanamente hablando no transmite, no es asible, no sabemos quién es. Cómo creerle a un extraño que lleva cinco años apareciendo en los principales espacios sin dar prenda personal. Ni siquiera ofrecer disculpas le ha funcionado. Qué le queda.

El problema de la baja aprobación del titular del ejecutivo, es que se pueda contagiar a otras instituciones. Eso, sí es grave. Todo pareciera un montaje y los montajes causan desconfianza. El próximo primero de septiembre tienen una oportunidad para romper con los maniquíes y las escenografías que terminan provocando la sensación, como en una mala obra de teatro, de que nada es realidad, de que todo es ficción. Ser asible, creíble, salirse de la trama, supone riegos. La vida es riesgo, sólo los muertos no se equivocan.

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Escrito en: Federico Reyes Heroles

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