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Washington, libre de intrigas

Casa Blanca.

Casa Blanca.

AGENCIAS

Los racimos infinitos de cerezos colorean la ribera del lago Tidal Basin. A vista de pájaro, la zona parece estar envuelta en un delicado encaje rosado. Las flores diminutas brotan de las ramas que cuelgan hasta tocar el suelo, formando arcos para el refugio de quienes desean impregnarse de su aroma.

Emprendo varias aventuras por las calles de Washington D.C.: trotar rumbo a la Casa Blanca, explorar barrios donde se bebe vino gratis a cierta hora del día y los embajadores te saludan de mano.

Todos los caminos llevan al número 1600 de Pennsylvania Avenue, oficina y residencia de Barack Obama. Darle los buenos días es el motivo que me expulsa de la cama a las seis de la mañana. Pero mi atuendo rompe con el código de vestimenta que imagino para tan diplomático encuentro: pants y tenis.

Thomas Fraher ya está calentando el cuerpo. No sólo es corredor de maratones internacionales, también es el gerente general del hotel The Carlyle, ubicado en el barrio Dupont Circle. Martes y jueves guía a sus huéspedes - para trotar juntos cuatro kilómetros - hasta uno de los sitios emblemáticos de la ciudad, la Casa Blanca.

Salimos por New Hampshire Avenue a la glorieta que lleva el mismo nombre del barrio, el más cosmopolita por sus galerías, tiendas y restaurantes de primer nivel.

Thomas me revela un secreto: el trazo urbano de Washington DC estaba pensado para que fuera similar al de París, por eso contrataron al ingeniero francés Pierre L'Enfant, quien inició el diseño en Dupont Circle. Connecticut era una de sus avenidas principales y ahora es nuestra ruta hasta la 17 Street.

En el camino, nos detenemos a apreciar el paisaje urbano. Thomas me presume que la ciudad está libre de cableado, que el cielo azul intenso predomina casi todo el año y que no hay ningún rascacielos que pueda tapar la luz natural. Por disposición oficial, ningún edificio debe superar la altura del Monumento a Washington, de 170 metros , mejor conocido como el Obelisco.

Al fin, llegamos a la Casa Blanca, bueno, más bien a las rejas que nos separan algunos metros de la entrada principal.

Haber salido desde muy temprano tiene sus ventajas: los alrededores de la propiedad están libres de turistas y es fácil lograr una foto de la fachada. Desde aquí, se observa parte de sus 140 ventanales y seis pisos que la conforman.

Los accesos al interior son sumamente controlados, así que hay que reservar con seis meses de antelación. Regreso al hotel con la foto del recuerdo y la compañía de Thomas.

*Otra opción: Si te gusta correr pero no quieres ir a la Casa Blanca, City Running Tours programa todos los días una carrera de siete kilómetros por el barrio universitario de LeDroit. Incluye la visita a una cervecería (www.cityrunningtours.com).

Monumentos en dos ruedas

Para ir al National Mall, aprovecho el préstamo de bicicletas, uno de los servicios en cortesía que ofrece el hotel The Carlyle. Las ciclopistas están bien definidas, pero la que corre sobre la avenida Pennsylvania lleva directo hasta la también llamada Explanada Nacional, en un pedaleo de más de tres kilómetros.

Llego al Capitolio, con su cúpula de mármol en remodelación (un inconveniente para los fanáticos de las selfies) y rematada por la Estatua de la Libertad, muy distinta a la "dama verde" de Nueva York. Hay recorridos gratuitos para conocer la antigua Cámara de los Representantes, los despachos de los legisladores y la Rotonda: el núcleo del edificio gubernamental utilizado para los funerales de presidentes. En la Biblioteca del Congreso presentan, de vez en cuando, recitales de violines Stradivarius.

Sigo pedaleando por uno de los costados del National Mall, el que reúne los 19 museos del Instituto Smithsoniano, fundado en 1846 para difundir la cultura e historia de Estados Unidos. Están el Museo del Aire y el Espacio, el de Historia Natural, de Arte Africano y la Galería Nacional de Arte, todos de acceso gratuito.

El camino no sólo está flanqueado por monumentos, también es un espacio verde con estanques, aves, árboles y ardillas, muchas ardillas que llegan hasta la cuenca del Tidal Basin, el parque con la mayor concentración de cerezos.

El Obelisco y el Monumento a Lincoln son la postal que en menos de un segundo nos recuerda a la serie House of Cards (para los que la hemos visto). Ahí, en el Reflecting Pool, un espejo de agua que une ambos monumentos, me entero que las fechorías de Frank Underwood no fueron filmadas en Washington DC, sino en Baltimore.

Me alcanza el atardecer, un espectáculo que pinta de amarillo la gran columna de mármol que, antes de que existiera la Torre Eiffel, era la estructura más alta del mundo. Subir a la cima es un viaje en elevador que todo visitante debe hacer. Entonces, podrá presumir que la capital del poder estuvo a sus pies.

*Otra opción: El Servicio de Parques Nacionales ofrece recorridos en los autobuses Tourmobile. Por 20 dólares, se puede subir y bajar en 24 paradas distribuidas por el National Mall. Dedica un día completo a los museos.

Para foodies y glotones

Georgetown, el barrio de los famosos cupcakes de la serie de televisión DC Cupcakes y las escaleras de El Exorcista, no es el único vecindario que tiene su atractivo. También, recomiendo pasar un día en Capitol Hill, animado por jóvenes que gustan de los mercados de segunda mano, de los tianguis orgánicos y paredes con grafitis. Aquí, a espaldas del Capitolio, la clase obrera de Washington DC hizo base y los cuarteles militares fueron suplantados por restaurantes de gastronomía internacional. La comunidad formada por estadounidenses y migrantes siempre busca atraer a los viajeros con tours temáticos, uno de ellos dedicado a foodies.

Roberta es la guía que me lleva a Tandoor&Grill, un templo gastronómico con platillos indios. En tres tiempos, nuestro paladar viaja de las lentejas al polvo de garbanzo y, de éste, al yogur agrio, al pollo, al curry y al naan, un pan triangular que se consume principalmente en Rajastán.

Las ensaladas griegas de Cava Mezze resultan una opción más saludable, si la intención es cuidar la línea. Sus ingredientes se cosechan todos los días en los huertos urbanos de la zona.

Dejo un huequito para los pasteles de tres pisos con chocolate, decorados a la vista de todos, de Sweet Lobby.

Roberta me recomienda pasar el resto de la tarde en el Parque Yards, donde todos los jueves se hacen picnics nocturnos para las funciones de cine al aire libre.

*Otra opción: En el barrio Shaw, al este de la ciudad, hay un recorrido gastronómico ofrecido por la comunidad etíope más grande del mundo. Se aprende sobre la ceremonia del café y la elaboración de salsas, queso cottage, aperitivos y panes (www.zerve.com/DCFoodTours).

Tragos felices

A las cinco de la tarde en Washington DC, no se habla de otra cosa mas que de la famosa "hora del vino". La moda fue impuesta por la cadena hotelera Kimpton, con varias propiedades en la ciudad, entre ellas Palomar, en Circle Dupont.

El hotel llama la atención por su diseño minimalista y su toque de arte pop. El lobby es el punto de encuentro para huéspedes y locales que socializan entre copas de vino tinto y blanco, servidas en cortesía.

Vale la pena sumarse al ritual, sobre todo después de recorrer las calles.

Otro motivo más para ir a Palomar es su restaurante Urbana, de arquitectura industrial y una terraza acogedora. Durante la hora del vino, el chef se encarga de consentirnos con bocadillos: tal vez una ensalada o quizá una rebanada de pizza. Esta cortesía es una trampa para pasar la noche pidiendo "Fitzgeralds" (coctel de ginebra con limón y azúcar) entre el cuchicheo de periodistas que buscan su exclusiva de política.

Más sitios se unen al concepto de hora feliz, como Zentan, del hotel The Donovan. Su especialidad es la cocina asiática, con ostras y sushi por un dólar, sakes y vino por cuatro dólares. Aplica de lunes a viernes de 15 a 19 horas.

La hora feliz termina. Tomo una ruta alterna para llegar a mi hotel en Embassy Row, el sector de las embajadas y consulados de todo el mundo. Llama mi atención por la cantidad de esculturas que aquí se levantaron. Veo a Mahatma Gandhi en bronce y hasta unos osos panda con mariposas y flores afuera de la Embajada de China.

No es difícil encontrarse a uno que otro embajador y saludarlo de mano, siempre y cuando su cuerpo de seguridad lo permita. No voy a presumir que Manuel Sager, de Suiza, me ayudó a cruzar la calle después de tropezarme al fotografiar la escultura del dios Ganesha. No lo haré.

*Otra opción: Recorre Embassy Row en compañía de un estudiante de arquitectura. Free Tour By Foot hace paseos sin costo para mostrar el estilo victoriano de las residencias y cuenta uno que otro escándalo político (www.freetoursbyfoot.com).

Monumento a Lincoln.
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El Capitolio.
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El Obelisco.
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Instituto Smithsoniano.
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