El optimismo que caracterizó el cambio de milenio, que hacía pensar en la posibilidad de la paz perpetua, se vio truncado.
En el año de 1795, preocupado por lo que se avecinaba entre potencia europeas, Emanuel Kant, uno de los grandes filósofos de la historia, escribió el pequeño estudio Sobre la paz perpetua, en el que adelantaba lo que habría de ser paradigma de las relaciones internacionales por dos siglos: la estabilidad y la paz mundial dependen del equilibrio entre las grandes potencias del orbe.
La paz perpetua de la que hablaba Kant partía de tres supuestos. El referente de Kant eran las potencias europeas, quienes en ese momento se disputaban el mundo a través de sus colonias. El equilibrio del siglo XVIII se rompió después de las dos grandes guerras del siglo XX cuando las potencias europeas pasaron a segundo plano frente a la preeminencia de Estados Unidos, la gran potencia capitalista del siglo XX, y la Unión Soviética, líder del sistema socialista.
Kant consideraba al Estado como el actor por excelencia del poder internacional. Este segundo supuesto perdió vigencia con la aparición del terrorismo internacional que puso fin al monopolio de la fuerza por parte de los Estados y dio pauta a una nueva forma de guerra, sin ejércitos nacionales, sin territorio y sin banderas. El desarrollo de las telecomunicaciones y la globalización económica de la segunda mitad del siglo XX mermaron aún mas el poder del Estado. Ahora existe una multiplicidad de actores que hacen y deshacen en el orden mundial, para bien y para mal.
El tercer supuesto hacía referencia a un conjunto de valores políticos, económicos y sociales que compartieron los europeos durante varios siglos y a los que se sumó Estados Unidos. Ahora es claro que los llamados poderes asiáticos, encabezados por China, no comparten los llamados valores universales del mundo occidental. Y qué decir de los radicales islamistas que han convertido el terror en régimen de Estado.
Así las cosas, el optimismo que caracterizó el cambio de milenio, que hacía pensar en la posibilidad de la paz perpetua, se vio truncado. Las consecuencias de la crisis financiera sobre las economías europeas, aunada a las crecientes oleadas migratorias procedentes de Asia y África, han llevado al disenso europeo al punto de poner en riesgo la integridad de la Unión Europea la mayor asociación económica y política de la historia. El 18 de junio los británicos decidirán mediante referéndum, si permanecen o se retiran de la UE. El resultado es incierto. A río revuelto, la Rusia de Putin decide cobrarle a la historia sus rezagos de dominio político-militar en Europa y Asia.
Los efectos de estos desequilibrios también se perciben en el hemisferio occidental. En éste tomaron forma en 2016 en la candidatura de Donald Trump, que clama por el aislacionismo, la intolerancia racial y religiosa, el cierre de las fronteras físicas y la construcción de barreras proteccionista.
Los mexicanos somos afortunados. La extraordinaria recuperación económica en Estados Unidos nos brinda suficiente oxígeno para seguir respirando. Hacia el sur del continente la caída de los precios del petróleo y de las compras chinas ha derivado en la debacle del proyecto bolivariano y en crisis económica y política en las principales economías. La globalización económica es contundente y cuando las cosas fallan, nadie se salva de sus efectos.
En el nuevo escenario, las grandes potencias, con excepción de China y Rusia, en lugar de influir en el cambio parecen optar por preservar el status quo del que hablaba Raymond Aron. Y el miedo permea en políticos y ciudadanos en Occidente: frente a los islamistas radicales, las oleadas de inmigrantes de todos colores y sabores o los desajustes económicos. Mi peor defecto, decía Mafalda, el mundo cambió y yo no me di cuenta.
Especialista en temas de seguridad y política exterior
