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El mundo, de malas

JESÚS SILVA-HERZOG

Tarde o temprano, el político se siente incomprendido. Está convencido de que ha logrado grandes éxitos y pocos se lo reconocen. Aplaude sus reformas y los cambios que ha logrado. Tiene una tabla llena de números que lo favorecen y, sin embargo, la gente le da la espalda. Ingratos: tanto que ha hecho por ellos y tan mal que le pagan. En ésas están el presidente Peña Nieto y su corte. Tienen una explicación: los mexicanos están de malas. Y el mal humor altera su capacidad de juicio. Tienen frente a ellos las maravillas que el gobierno ha producido y son incapaces de apreciarlas. Será que están desvelados. El caso es que no disfrutan ni el jugo del desayuno y viven con el ceño fruncido. Por eso no aplauden al gobierno.

Los únicos que no padecen de estas perturbaciones emocionales son los integrantes del círculo presidencial. Saben que el país va bien. El secretario de Desarrollo Social nos llama a dejar el mal humor y a reconocer que somos unos suertudos por tener de Presidente a Enrique Peña Nieto. Criticar a su gobierno es absurdo. A su juicio, los mexicanos disfrutamos de la queja porque no nos gusta mucho la realidad. "A veces nos gusta estar de mal humor", dijo, "nos gusta decir que las cosas van mal, a veces nos gusta decir que las cosas en el país no están funcionando". Más allá de la burda adulación, valdría la pena esforzarse por entender cómo ve al país este funcionario. México le parece un hipocondriaco: una persona que se imagina enferma cuando goza de perfecta salud. Se atormenta con sufrimientos imaginarios, negándose el disfrute de su lozanía. Así parece ver las cosas el propio Presidente quien también habla del mal humor de los mexicanos. Peña Nieto atribuye a los medios esa infección de los falsos problemas. Comentarios, notas y columnas son los culpables de esa ceguera que produce el mal humor.

Tal vez habría que ampliar la crítica: el mal humor no está solamente aquí sino que es una epidemia mundial: no parece haber muchos fuera de nuestras fronteras que nos llamen suertudos por la honestidad de nuestros funcionarios, por la legalidad con que se conducen, por la lucidez de sus argumentos. Tampoco es fácil detectar a los sonrientes que festejen el respeto a los derechos humanos en el país, los avances a la libertad de prensa, la ejemplaridad de nuestra democracia. Son malhumorados que, desde fuera, rechazan la realidad de la dicha mexicana.

Una verdadera conspiración de malhumorados se empeña en negar las maravillas de México y su gobierno. Malhumorados en los más diversos órganos internacionales que se niegan a reconocer al gran estadista que, por fortuna, nos gobierna. Tal vez desayunó con prisa o el café estaba frío. A lo mejor leyó un artículo agresivo en su contra el día en que Hillary Clinton habló de la condición de los derechos humanos en México. Algo habrá sido, pero no estaba en condiciones de emitir un juicio objetivo, al decir que estaba preocupada por la tortura que se practicaba en México. Muy alterada habrá estado cuando externó su indignación por la desaparición de los normalistas, deslizando una crítica (diplomática, pero severa) a la actitud del gobierno mexicano. Su ostensible enfado le impidió ver la realidad: la tortura es una práctica extrañísima en México y el gobierno mexicano condujo una investigación ejemplar que ha ganado enorme credibilidad en el país y fuera de él.

Los organismos internacionales que nos retratan han estado también de malas en tiempos recientes. El relator de Naciones Unidas sobre Tortura no gozaba de la ecuanimidad de la alegría cuando presentó su informe sobre México. Tan molesto estaba que llegó a decir que la tortura y el maltrato eran prácticas generalizadas en el país. Malhumorados los expertos de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos que discreparon de las conclusiones del gobierno, que denunciaron también el uso de la tortura y la fabricación de pruebas. Malhumorado el New York Times que describe al gobierno mexicano como un gobierno insensible que huye de la verdad. Malhumorados todos los medios internacionales que notan el desprecio del gobierno y su partido a la causa de la transparencia y la lucha contra la corrupción. Malhumorados los organismos internacionales de prensa que denuncian los retrocesos en materia de libertad de expresión. Es que el mundo está de malas.

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Escrito en: Jesús Silva-Herzog

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