La "yihad" ("esfuerzo") es un concepto que en sus orígenes no tenía la connotación bélica que hoy se le da. En los primeros tiempos del Islam, practicar la yihad podía significar desde sostener un debate con un "no creyente" hasta dar limosna o liberar un esclavo. Fue a raíz del surgimiento de una clase de eruditos guerreros encabezados por Ibn al-Mubarak a mediados del siglo VIII que la yihad tomó el significado de "guerra por la causa de Dios". Y esta definición se impuso e incluso fue atribuida a Mahoma sin que se pueda comprobar esta atribución. Como sea, la yihad no forma parte de los pilares del Islam, pero es una excusa ideológica para los movimientos más radicales del espectro de los islamistas.
Otra excusa de los islamistas es la venganza por los males que las "naciones cristianas" han ocasionado en la región "natural" del Islam, es decir, el Medio Oriente. Pero estas tierras, origen de la civilización, han sido escenario de conflictos desde siempre y un foco recurrente de inestabilidad. La fertilidad de sus cuencas fluviales; su privilegiada ubicación geográfica, y, más recientemente, el descubrimiento de yacimientos de hidrocarburos, han despertado la ambición de reinos, repúblicas e imperios de la zona y otras latitudes. Uno de los últimos períodos de relativa estabilidad fue el marcado por el dominio de los turcos. Cuando el Imperio Otomano fue desmantelado en el primer cuarto del siglo XX, Francia y Reino Unido impusieron fronteras artificiales. Nuevos países surgieron: Irak y Siria, por ejemplo. Pero el "experimento" de crear estados nación a la usanza occidental en contextos muy distintos fracasó. Luego de largas dictaduras apoyadas por Occidente, la inestabilidad volvió con fuerza y engendró grupos yihadistas con una capacidad de organización y disposición de recursos nunca antes vistos.
El yihadismo actual surgió en la Guerra Fría. Los intentos de expansión del comunismo patrocinado por la Unión Soviética en Afganistán a fines de los 70 llevaron a Estados Unidos a apoyar a los muyahidines ("los que hacen la yihad"), una decisión lamentable. De sus escisiones surgieron el movimiento talibán y su aliado Al Qaeda, el cual propinó en 2001 a Estados Unidos el peor golpe en toda su historia. Luego vinieron Madrid y Londres, actos de terror con los que demostró los alcances de sus redes. En 2014, una de las facciones más radicales se separó bajo el mando de Abu Bakr al Baghdadi para crear el Estado Islámico (EI) que hoy controla amplios territorios de Irak y Siria. La población civil siria e iraquí, y no la de los países occidentales, es la más afectada por el terrorismo de este grupo que pretende reinstaurar el "Califato universal" y para lo cual ya cuenta con aliados como el temible Boko Haram en África.
Respecto al incremento de la violencia yihadista, existen tres hipótesis viables: un genuino odio hacia Occidente; una reacción del EI al acorralamiento de sus fuerzas en Siria e Irak, y una competencia entre grupos extremistas por ganar adeptos a partir de sus actos terroristas que son propaganda. Pero ¿cómo combatir el terrorismo de los islamistas radicales? Varios analistas han planteado una ruta. Primero se debe reconocer que esto no es un choque de civilizaciones. El Islam no está en guerra con Occidente. Se trata de grupos extremistas, minoritarios. El combate militar, aunque necesario, será insuficiente si no se acompaña de otras estrategias, como: cortar las fuentes de financiamiento; negociar con gobiernos para estabilizar la región; mejorar la prevención e inteligencia en los países musulmanes y occidentales, y una mayor integración de la comunidad musulmana en las naciones en donde es minoría. El mundo actual se encuentra frente a uno de sus mayores desafíos, la respuesta debe estar a la altura del mismo.
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