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Andrade

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MIGUEL FRANCISCO CRESPO ALVARADO

Virgilio Andrade Martínez, titular de la Secretaría de la Función Pública, debe ser uno de los personajes más patéticos que han asumido cargo alguno en una administración federal de nuestro país. Colocado en su posición para ejecutar la burda simulación de la exoneración a Peña, Rivera y Videgaray, su credibilidad quedó anulada desde el momento mismo en que el presidente pronunció su nombre.

Más allá del perdón otorgado a su jefe, Virgilio Andrade, ha hecho en la Secretaría exactamente lo mismo que sus antecesores: Nada. Bueno, en realidad sí que ha realizado una tarea de manera sistemática y altamente eficaz: Cobrar su sueldo. Fuera de eso, la Secretaría de la Función Pública a su cargo no ha logrado éxito alguno en el combate a la corrupción, por más que Andrade presuma que han sancionado a 800 funcionarios, todos ellos de ínfimo nivel.

Es necesario recordar que dicha dependencia había permanecido acéfala desde diciembre de 2012 y que la razón de ello era la decisión de Peña de desaparecer dicha Secretaría debido precisamente a su falta histórica de resultados. Pero, la medida, se sostuvo hasta que se desataron los escándalos. Entonces, por fin, se le encontró a la SFP - y a Andrade - una utilidad.

El rescate de una persona, aunque sea el presidente, no debería hacerse a costa de la vida institucional del país. Pero qué importa. En México, nada es puesto a consideración cuando de salvarle el pellejo a un alto político se trata. Así que se gestó la faramalla ya conocida, que incluyó la llegada del "exonerador".

Lo hasta ahora desplegado sirve de marco para preguntarnos con qué cara en señor Andrade sale a hablar de lo necesario de la transparencia y la rendición de cuentas, que no sea la de la hipocresía y la de la burla. ¿Hasta dónde el dinero y la posición política es capaz de acallar la conciencia de un individuo que se supone "pensante" (tiene una Maestría de la Universidad estadounidense de Columbia, que dudo haya simplemente comprado)? Entonces, ¿por qué no simplemente callarse y no salir con eso de que "rendir cuentas es honrar al estado de derecho"?

Al aceptar su cargo, Virgilio Andrade Martínez se colocó abiertamente al servicio de lo más podrido del sistema político mexicano. Lo patético de su figura consiste en que allí, desde el lugar más turbio, usa su intelecto para proteger los intereses más oscuros. Además le toca hacerlo, haciendo un uso torcido del discurso de la transparencia.

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