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La fobia y sus límites

JESÚS SILVA-HERZOG MÁRQUEZ

Es imposible dejar de hacer el paralelo. La ilusión que hoy genera el gobernador sin partido en Nuevo León recuerda las expectativas que desató la alternancia en el año 2000. Como Vicente Fox, Jaime Rodríguez, el Bronco, está convencido de que el estilo es la sustancia del cambio, que su victoria es el evento que transforma la historia para siempre y que la actuación del gobierno que encabeza es menos importante que la producción de símbolos. Para escapar de la solemnidad de una política tiesa y distante, la gran propuesta es hacer del gobierno un circo y del gobernante un payaso. La política circense, deberíamos haber aprendido, se agota pronto. Puede ser un desahogo, un pasatiempo, un alivio frente al hartazgo pero no puede sustituir la acción de gobierno. En esa frivolidad se fue la oportunidad histórica de la alternancia. El presidente Fox creyó que su hazaña lo resolvía todo, que su imagen de político desenfadado todo conseguiría. Si le había ganado al PRI, podría cualquier cosa. Creyó que el milagro de su elección conduciría necesariamente al triunfo de sus propuestas y fue un fiasco.

Ahora el jinete de Nuevo León sigue el ejemplo sin aprender la lección. Con un discurso que hace recordar a Fox como un exquisito y culto estadista, el Bronco hizo del odio a los partidos la clave de su campaña. Esa inercia continúa en su gobierno. El requisito para integrarse a su administración es, en efecto, no militar en ningún partido político. Los partidos políticos no se critican, se satanizan como la fuente de todos los males. Las organizaciones que compiten electoralmente, que dan sentido a la negociación en los congresos, que ofrecen pistas de orientación a los ciudadanos son el mal. Todo lo que venga de un partido estará irremediablemente podrido. Y la salvación, por supuesto, vendrá de aquellos ciudadanos que no se han ensuciado con una credencial de partido. La "independencia" se convierte en sinónimo de virtud. Lo ha dicho bien José Woldenberg: primero se defendió el derecho de los ciudadanos a ser votados sin la necesidad de pasar por la aduana de los partidos. Ahora se pinta a esos políticos sin partido como la encarnación de la virtud pública. Por no pertenecer a un partido, estos ambiciosos serán confiables, honestos y lograrán lo que a los políticos con partido les sería imposible. Francamente, no entiendo por qué.

Lo que veo en el gobernador de Nuevo León expresa bien los peligros de la fobia antipartidos. Es cierto que es pronto para evaluar una gestión que apenas comienza, pero las señales no son estimulantes. Hace más de un año, Jaime Rodríguez renunció a su partido para ser candidato independiente. Hace más de cuatro meses ganó la elección. No hubo conflicto ni mayores distracciones. Ya tomó posesión y no ha presentado aún una propuesta de gobierno. No se conocen las prioridades del gobierno ni se han anunciado decisiones concretas. Hay, eso sí, muchos gestos. Se clausuró una casa, una silla embrujada fue sacada del palacio de gobierno. Conocemos la motocicleta en la que se va a desplazar por el estado, pero no sus iniciativas. Se ha visto claramente: el odio a los partidos puede llevar a un hombre al poder. Ese odio no parece ser, sin embargo, una emoción suficiente para lograr la transformación de la política.

Una nueva ingenuidad se cultiva entre nosotros: la salvación del régimen de partidos provendrá de un ciudadano que no esté vinculado a ellos. Ya se empiezan a hacer retratos del personaje que represente a la sociedad civil y que no esté atado a las mediaciones burocráticas. Es la viejísima ilusión del hombre desinteresado, el sueño de un político que logra elevarse por encima de las rivalidades para salvar a la patria. No representará a la parcialidad sino al bien común, a la nación, a la gente. Confieso que veo en esta utopía el golpe final a la frágil democracia que padecemos antes que el comienzo de su regeneración. No deja de ser curioso que, a estas alturas, sigamos esperando al caudillo y nos empeñemos en destrozar las instituciones, por muy limitadas y débiles que sean.

Al PRI y al PAN los pudo castigar el electorado neoleonés. ¿Cómo puede castigarse a un político sin partido? ¿Cuál sería la sanción electoral a su gobierno? Sí: piso parejo para competir y tanta desconfianza como merece cualquier ambicioso que pretenda gobernarnos.

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Twitter: @jshm00

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