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El eterno retorno del fin del mundo

RAÚL HUMBERTO MUÑOZ ARAGÓN

Hasta donde nos es posible saber, el ser humano es el único ser vivo que tiene consciencia de sí y de su propia finitud; el tener claro que es un ser finito y por ende tiene un día de partida, le ha impulsado a una necesidad imperiosa por conocer qué significa esto de vivir y qué es en realidad la muerte, cuál es su sentido y que hay más allá de ese umbral. Esta certeza lo ha llevado entre otras cosas a una búsqueda permanente por saber cuándo será el día en que el mundo se acabe, ello ha creado múltiples profetas que a lo largo de la historia han establecido la fecha y en algunos casos hasta la hora en que todo termine.

La lista de pregoneros del fin del mundo es muy larga, y va de nombres celebérrimos a otros no tanto, de muchos farsantes a unos más que estaban tan ciertos de su afirmación que la padecieron. Así nombres como Michel de Nôtre-Dame, más conocido como Nostradamus, médico y astrólogo de origen judío; San Malaquías, arzobispo católico de Armagh (Irlanda), a quien la tradición le atribuye un par de listas que vaticinarían el nombre de quienes detentarían el papado hasta el final de los días; y Édgar Cayce, vidente y psíquico estadounidense, quien según sus seguidores tenía la habilidad de responder, mientras se encontraba en trance, a preguntas sobre temas que iban de la sanación a la reencarnación, la Atlántida y el futuro, hayan pasado a formar parte del caló popular, siempre en búsqueda de ese fatídico día. Sir Isaac Newton es quizá el científico más revolucionario en la historia de la humanidad, el primero que a través de sus pensamientos logró que la humanidad pudiera acercarse a un entendimiento más profundo y preciso de la realidad; autor del Philosophiæ naturalis principia mathematica (Principios matemáticos de la filosofía natural), libro fundamental en el saber humano. Además de todo su trabajo en las ciencias, también fue un estudioso arduo de la Biblia, y tras sus análisis también llegó a predecir la fecha del fin del mundo para el año 2060.

Así, Newton se suma a Nostradamus, Malaquías, Cayce y un listado que incluye a Martín Lutero y una gallina como los agoreros del fin de los tiempos. En 1806, en Leeds (Inglaterra), una gallina empezó a poner huevos que tenían grabada la frase "Christ is coming", dando origen la gallina profeta de Leeds, aunque al final se descubrió que todo era un fraude hecho por un bromista quien había escrito la frase con tinta corrosiva y reinsertado los huevos en la gallina.

La fascinación que esta mítica fecha ha tenido sobre los hombres le ha impulsado a establecer más de ciento treinta fechas, la mayoría de las cuales ya han pasado, manifestando por ello la obviedad del desacierto con respecto a ellas. Las fechas van desde el 741 a. C., cuando los habitantes de Roma temían la destrucción de Roma, lo que ocurriría 12 años de su fundación (en el 753 a. C.); esto producto a un mito el cual decía que 12 águilas habían revelado a Rómulo un número místico el que representaba la vida de Roma; cuando esta profecía no se cumplió, se establecieron nuevas fechas, el 634 a. C. y después el 389 a. C.

De ahí inicia una larga lista, la cual tiene entre muchas otras la más reciente, el pasado 23 de septiembre de este 2015 y su Luna de sangre… y aquí seguimos. Lo que muy pocos saben es que sí hubo un día en que todo estuvo a punto de acabar.

El 26 de septiembre de 1983 se produjo el Incidente del Equinoccio de Otoño, que colocaría al mundo a escasos segundos del Apocalipsis atómico. A las 00:14 hrs. (Moscú), un satélite soviético dio la alarma: un misil balístico intercontinental estadounidense se habría lanzado desde la base de Malmstrom (Estados Unidos) y en 20 minutos alcanzaría la Unión Soviética.

Stanislav Yevgráfovich Petrov estaba a cargo del búnker Serpujov-15, centro de mando de la inteligencia militar soviética, desde donde se coordinaba la defensa aeroespacial rusa. Su misión, verificar y alertar de cualquier ataque, con lo que se iniciaría el proceso para contraatacar.

En principio, Petrov pensó que debía de tratarse de un error, porque no tendría sentido que los estadounidenses atacaran con un único misil. Más tarde, los ordenadores indicaron que cuatro misiles más se dirigían hacia la URSS.

Conociendo las peculiaridades del sistema satélite OKO de alerta temprana rusa y sabiendo que éste podía equivocarse, consideró de nuevo que eran muy pocos misiles, sólo cinco, cuando Estados Unidos tenía miles. Decidió esperar y se descubrió que era una falsa alarma. Cuando le preguntaron por qué no había dado la alerta, contestó:

"La gente no empieza una guerra nuclear con sólo cinco misiles". Sin duda, el mundo terminará por perecer, quizá en unos cinco mil millones de años, cuando el sol se convierta en una gigante roja y con ello incremente su diámetro arrasando con buena parte del Sistema Solar.

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