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Cambio climático

SALVADOR SÁNCHEZ

El cambio climático es uno de esos temas técnicos que se van haciendo parte de nuestra vida cotidiana. De aquellos que se integran a nuestras charlas de sobremesa en la familia, en el trabajo, en el pasillo de la escuela.

Claro, a veces trivializamos y le atribuimos al clima efectos que no son sino impresiones propias, así pasa. Pero la evidencia científica es contundente: el cambio climático es una amenaza global, y demanda una acción también global, urgente y responsable.

La causa inmediata es el incremento en la atmósfera de los gases de efecto invernadero a partir del surgimiento de la industria, en la revolución industrial. Estos gases se componen mayoritariamente de vapor de agua y bióxido de carbono (CO2), en menor cantidad por metano, ozono y en mucha menor proporción por otro tipo de gases.

En realidad los gases efecto invernadero no son malos, antes bien, funcionan como filtro para los rayos infrarrojos que trae la luz del sol. Sin esta protección sufriríamos quemaduras en la piel que harían imposible la vida. El problema es que hemos roto los equilibrios naturales y al aumentar la cantidad de este tipo de gases se retiene mayor cantidad de energía provocando un calentamiento en la atmósfera. Es como el efecto que provoca un 'techo' de plástico o de vidrio en un invernadero, de ahí que se utilice el símil como figura.

Los ciclos de la naturaleza generan este tipo de gases, de nuevo, para establecer los equilibrios, pero la actividad del hombre ha incrementado vertiginosamente las cantidades de ellos en la atmósfera.

Técnicamente se habla de concentración de gases y la medida es partes por millón (ppm). Antes de la revolución industrial se tenían concentraciones menores a 300 ppm. Los especialistas prevén que en el ritmo de vida que llevamos, y si no hay cambios significativos en las formas de producción, llegaríamos a concentraciones de 550 ppm y hasta 700 ppm en 2050 y 2100 respectivamente.

Esto se traduce en aumentos de 2 o 3 grados en el primer caso y de 3 o 4 grados en el segundo.

Cambios que parecen simples, pero de consecuencias terribles. Inundaciones en algunas partes del planeta, sequías en otras, deshielo masivo en el ártico, aumento significativo del nivel del mar en las costas. Hambre, angustia y desolación de efectos que se prevén aún mayores a los producidos por la gran depresión económica en los años 30 y a las guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX.

Es urgente reducir la enorme cantidad de automóviles que circulan en nuestras ciudades y promover en su lugar sistemas modernos, ágiles y eficientes de movilidad urbana. La deforestación, los rellenos sanitarios y la ganadería son otras fuentes generosas para la producción de estos gases.

Las soluciones son simples, al alcance de la mano de cada uno de nosotros, pero complejas de aplicar en el entramado social. Así sembrar y cultivar árboles endémicos, reciclar la basura y cambiar hábitos alimenticios y de consumo.

Y las otras fuentes, esas sí de la competencia de decisiones macro, como la generación de energía hidroeléctrica, geotérmica y la industria petrolera en su conjunto.

El Informe Stern, 2006, es el documento emblemático que nos advierte de esta problemática. Es un análisis del impacto del cambio climático en la economía. Texto casi agobiante, de casi 700 páginas, coordinado por Sir Nicholas Stern, antiguo funcionario del Banco Mundial por encargo del Tesoro Británico.

Hasta los más críticos le reconocen sus logros. Se trata de un informe económico y político riguroso, aunque no es un estudio científico, ni de uno que ha pasado la criba de la discusión de la comunidad académica. Sin embargo el mensaje es inequívoco: hay que actuar.

Dice el informe que si no actuamos ya, pagaremos en hambre, destrozos y caos en general, el equivalente a 5 y hasta el 20 % del PIB cada año. En contraste, implementar todas las medidas necesarias para mitigar este fenómeno implicaría apenas el 1% del PIB anual.

No hay que dudar, los beneficios de una acción decidida superan, y con mucho, los costos de no actuar. Pero no sólo, los beneficios de actuar alcanzarán también otras áreas de la vida de las sociedades, así el acceso al agua potable, la producción de alimentos, la salud de las personas, el mejoramiento del medio ambiente.

Finalmente, este análisis es una invitación también a romper la lógica individualista del 'sálvese quien pueda'. La salida es inequívocamente común, o nos salvamos todos o nos hundimos juntos.

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