El mapa virtual indica que el destino está pasando la plaza principal y el templo de Santiago Apóstol, quinientos metros más al poniente, hasta el fondo, para tomar la izquierda en la calle Guillermo Prieto y luego General Pacheco, en el pueblo mágico de Mapimí. Ellos ya aguardan. Tienen sus instrumentos en mano. Intentan ensayar apenas con dos ventiladores que no aplacan el calor en un pequeño salón de seis por siete metros. Tocan. Son una parte, pero la mayoría: veintiún de los treinta niños que conforman a la Orquesta Infantil Real de Mapeme, quienes el pasado 24 de julio se presentaron en el Castillo de Chapultepec, en Ciudad de México. Justo en medio, el maestro Hilario Aguirre Martínez mueve sus manos cortando el aire; simula batutas para que los pequeños músicos empiecen el ensayo y no pierdan ritmo. Con la mirada fija en las partituras, su semblante muestra a un joven profesor, quien hace tres años decidió dejar Ciudad Juárez, Chihuahua, para regresar a su tierra natal con la firme convicción de fundar una orquesta infantil. ¿Una orquesta? ¿En Mapimí? ¿Y aparte de niños? Pudo ser locura o necedad, pero una idea de tal magnitud ya no se borra del pentagrama.








