Cultura

La casona que descansa bajo el cerro

Desde hace más de 60 años, la familia Fernández habita esta edificación construida a principios del siglo XX

Casona. Don Carlos Fernández da la bienvenida a su centenario hogar ubicado en la colonia La Fe, al poniente de Torreón.

Casona. Don Carlos Fernández da la bienvenida a su centenario hogar ubicado en la colonia La Fe, al poniente de Torreón.

SAÚL RODRÍGUEZ

A finales del siglo XIX, con la bonanza que trajo el ferrocarril a la Villa del Torreón, se comenzaron a instalar diferentes industrias entre las vías y la Sierra de las Noas, en lo que actualmente es el sector poniente. Una de ellas fue la hilandera La Fe, fundada en 1898 por el empresario Joaquín Serrano.

Según el historiador Carlos Castañón, estas empresas edificaron pequeñas casas para sus trabajadores. Así nacieron barrios como Rinconada de la Unión o La Fe, que tomaron su nombre de las mismas industrias. En ese tenor, una serie de casonas comenzaron construirse a un costado de la fábrica La Fe, justo en las faldas del cerro. El historiador menciona que, por sus dimensiones, quizá fueron el hogar de algunos gerentes y administradores de esa empresa hilandera.

"Es bien interesante porque esas casas son de época, son casas que tienen más de cien años. Son muy interesantes porque representan la arquitectura del Viejo Oeste norteamericano, que son de ladrillo y adobe, doble altura, muy amplias, cuya base está construida con piedra del Cerro de las Noas".

Estas casonas se encuentran en un callejón, sobre el desnivel de la calzada Industria, a escasos metros del Museo Casa del Cerro. Por años estuvieron resguardadas tras la barda de la fábrica La Fe, pero al ser demolida en 2019 para la construcción del Parque La Hilandera, proyecto estatal actualmente suspendido, las edificaciones quedaron al descubierto.

En este pequeño grupo, el número 153 resalta con un fulgor amarillo y vivos en rojo. Es quizá la casona más bella del conjunto. Su patio exterior es resguardado por barandales negros, cubiertos a su vez por el denso follaje de una uña de gato, que sumada a un par de naranjos y una lila, acentúa de verde al lugar. Es la casa de la familia Fernández, quienes desde hace más de 60 años resguardan la finca.

RECORRIDO POR SU HISTORIA

Para los antiguos romanos, entrar a una casa era entrar a la página de un libro. La memoria que alberga una edificación ofrece su propio testimonio, mismo que converge con las historias de vida de sus propietarios. Y es que bien dicen que la arquitectura existe para ser vivida.

En un mediodía del caluroso fin de febrero, don Carlos Fernández García permite el ingreso a su hogar. El enrejado negro se abre y, como la apertura de un libro, revela un edificio imponente, de dos plantas, cuyos detalles en ladrillo transportan en el tiempo. El lugar tiene una sensación de paz, que hace recordar las palabras del maestro Luis Barragán: "Toda arquitectura que no exprese serenidad no cumple con su misión espiritual".

Don Carlos guía hasta la fresca sala de su hogar, cuyos techos altos y forrados de vigas permiten buena ventilación. Las paredes de piedra registran la afición de su padre, don Julio Fernández a los toros, quien es punto de partida para leer la historia de la familia en la casona, pues la compró hace sesenta años, a un precio de 50 mil pesos.

"Las dueñas eran españolas y dejaron la casa por algún problema financiero que tuvieron, cambió de dueños y mi papá estuvo pagando renta entre 1958 y 1959. Para finales de 1959 o de 1960, mi papá pudo comprarle la casa al que se había quedado de dueño después de los españoles".

Los recuerdos fluyen por la habitación y don Carlos asegura que frente a la casa pasaban las vías del ferrocarril que se dirigían a la fábrica La Fe. Dice que los durmientes yacen bajo el actual pavimento. Asegura tener resguardada alguna fotografía de la época. También recuerda subir al cerro para jugar con otros niños. Hoy es el único vecino que queda en el antiguo callejón, los demás abandonaron el barrio. Ni la violencia de la guerra contra el narcotráfico lo hizo salir.

"Siempre he vivido aquí. No viviré a gusto o en paz en otra casa. Cuando estuvo la violencia estuvo muy fuerte, es cierto. Algunas personas me decían que si me iba a ir de aquí, que si iba a salir y les decía que no, que no tenía por qué salirme, que aquí vivía a gusto y no tenía problemas con nadie. La mayoría de la gente de aquí es trabajadora, gente buena. Yo aquí nací y espero seguir viviendo hasta el día que muera".

Don Carlos se entusiasma y ofrece un recorrido por la casona. Su interior es un laberinto de habitaciones donde el sonido del ferrocarril alcanza a percibirse. Tiene puertas y pisos originales. Muros gruesos de piedra dejan ver que se trata de una edificación sólida. El propietario sigue el camino y llega al patio trasero que colinda con el cerro.

"Cuando llueve se forman dos cascadas, preciosas, ahí me tomo un café. Dos cascadas grandes, preciosas, al natural.

Como cualquier edificación antigua, la casa de los Fernández también registra sus mitos. No cabe duda de que atestiguó el paso de la Revolución Mexicana por Torreón. La duda recae en si tuvo algún uso específico en esa época. Don Carlos revela que su padre encontró indicios que podrían confirmar el uso del edificio como un antiguo hospital militar. Hay tubería expuesta que arroja esa sospecha y, además, una de las habitaciones ostenta un antiguo rosetón, posiblemente para las luces de un quirófano.

Al contrario de otros propietarios, quienes han optado por vender sus viejas casonas o ellos mismos demolerlas, don Carlos está consciente del valor histórico en el que habita: conoce todos los detalles de la casona, la escucha, la siente, dialoga con ella y es aficionado a tomarle fotografías mientras descansa en el patio exterior.

"Aquí nací, imagínese, aquí está mi vida. Al ver las paredes todos lo días, para mí es mi vida. Yo no estaría a gusto en otra casa. Puede estar oscuro en la noche y yo le puedo caminar perfectamente todos los cuartos, ir, subir, la casa es de dos pisos, es grande. Cuando murió mi papá me recalcó mucho: 'No la vayas a vender'. Y aquí estamos".

Don Carlos también es apasionado a la historia. Por esa razón, le duele la desaparición de los edificios históricos en la ciudad. Le provoca impotencia. No concibe cómo la sociedad y las autoridades han permitido tal barbarie.

"Me duele mucho, me cala, es un tema muy sensible para mí y mi familia porque, al vivir en esta casa, valorizamos lo antiguo. No es una casa común y nos da tristeza ver cómo ha sucumbido la historia de Torreón. Aquí pasó con la jabonera La Unión, con la Fe, tiraron las casas antiguas, tiraron muchos vestigios, ojalá no siga sucediendo eso".

Actualmente, la Dirección de Centro Histórico de Torreón se encuentra en pláticas con don Carlos para incluir a la casa centenaria en un programa de restauración.

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