-¿Habrá silencio en el salón? -preguntó el ilustre filósofo-. Necesito absoluto silencio para exponer mis tesis de lógica racional.
-No se oirá el vuelo de una mosca -le aseguró el organizador de la presentación.
Llegada la hora el filósofo principió a exponer sus teorías. Cinco minutos después comenzaron a oírse bisbiseos; luego murmullos; después palabras dichas en voz alta: en seguida gritos desaforados y por último un clamor estrepitoso. El infeliz conferencista abandonó el escenario tapándose las orejas con las manos.
-¡Infame! -dijo al organizador-. ¿No me aseguró usted que habría silencio en el salón?
-Perdone usted -lo corrigió el sujeto-. Yo le aseguré que no se oiría el vuelo de una mosca. ¿Lo oyó usted?
El filósofo, fiel a los principios de la lógica racional, reconoció que el hombre tenía razón: todo se había oído, menos el vuelo de una mosca. Aprendió entonces una verdad sencilla: a veces importa más ser sencillamente razonable que ser absolutamente racional.
¡Hasta mañana!..