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La sima

César Garza
César Garza

 

“Los hombres olvidan fácilmente que la felicidad humana es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”

John Locke

  Nos levantamos a las 4:30 para viajar al sitio conocido como “La sima de las cotorras”, en la reserva de la biósfera “El ocote”, estado de Chiapas, la idea es llegar antes de la salida del sol para observar cuando, dicen los textos que has consultado, miles de cotorras salen de esa depresión geológica que mide 160 metros de diámetro y 140 metros de profundidad.

  Llegamos a las 6 de la mañana al sitio, aún es de noche así que hay que esperar, el silencio es absoluto, ese que podríamos llamar el ruido del universo, tal vez perturbado por el sonido de nuestros pasos, por el rodar de alguna piedra, hace un poco de frío, se te antoja un café.

  Son las 7:30, comienzan a escuchar ese sonido característico que hacen las cotorras, si, viene del fondo, se han despertado y buscarán ascender en un vuelo espiral hasta el nivel en que se encuentran ustedes, salen en pequeños grupos, de 50, tal vez, uno tras otro, perfectamente sincronizados para evitar el tráfico digamos, a medida que ascienden, el ruido que emiten se percibe con mayor fuerza, ves a esos seres, sus alas, el intenso verde que parece cambiar con el movimiento y con la incidencia de la luz, siempre girando, ascendiendo, una mecánica que ya habías observado antes en una cueva de murciélagos que visitaste hace algún tiempo.

  Son hermosas, sacas dos o tres fotografías, tratas de evitar las interfases cuando observas estas maravillas de la naturaleza, prefieres llevártelas en la memoria y en el corazón, sonríes satisfecho.

  Terminan el recorrido por la parte superior de la sima y deciden bajar, les asignan un guía, se llama Carmelo, un jovencito de solo 17 años que vive por ahí cerca, cuando se presentan y te dice su edad, viene en automático a tu memoria aquella canción de Violeta Parra “Volver a los 17”.

  Carmelo te ayuda a ponerte el equipo, consta de un arnés y diversos aditamentos cuyos nombres desconoces pero que, te harán disfrutar la experiencia con plena seguridad, al menos eso te dice. Te llama la atención la forma de uno de los accesorios, es un descensor, te recuerda al diseño que Tesla utilizó en su válvula hidráulica.

  La bajada será a través de un rápel asistido, es decir, se encargarán de bajarte, tu solo habrás de cuidar no quedar de espaldas a la pared para no golpearte con alguna saliente, serán 94 metros, casi una cuadra, durará 5 minutos, te dicen, piensas que tendrás tiempo de sobra para disfrutar la vista, tus manos están húmedas, aunque hace frío.

  Llegas al fondo, es hermoso, otro ecosistema, árboles de 30 metros, luchando por alcanzar la luz, cómo muchas personas, hay pinturas rupestres que datan de 7500 años, también hay vestigios de alfarería de la cultura Zoque que habitó estas tierras.

  Carmelo les muestra una cueva en la base rocosa, les invita a entrar, se trata de una caverna que se adentra 30 o 40 metros en la base de la montaña, está llena de estalactitas y de estalagmitas así como algunas columnas producto del amor de las anteriores, el guía lleva una lámpara en su casco, hay espacios muy estrechos que requieren ir a gatas para no golpear el techo y por una imprudencia romper siglos de trabajo, mientras entran, les va explicando cómo se formó éste espacio, llegan a una especie de burbuja, donde descansan y se pueden poner de pie, observas que una de las estalactitas tiene una gota de agua en su punta, le preguntas a Carmelo si la puedes probar, te dice que si, abres la boca y la alcanzas con la punta de tu lengua, esperabas un sabor rico en minerales pero no, está dulce.

  Se sientan mientras el guía les cuenta aspectos técnicos del entorno, escuchas su voz en medio del silencio, cuando les dice que es hora de salir, le pides que apague su lámpara y que guarde silencio, lo hace, entran en un espacio de oscuridad y silencio absoluto, cierras y abres tus ojos, no hay diferencia, solo escuchas tu respiración y la de tu mujer, que está a tu lado, profundas, armonizadas bajo miles de toneladas de roca y con una ausencia total de luz, aprovechas para disfrutar un momento único, íntimo, en el útero de la madre de todos.

  Salen de la cueva, estas satisfecho de tu encuentro con la tierra, realizan una caminata hasta la parte más profunda de la sima, estamos a 140 metros de la superficie, el espacio es hermoso.

  Hora de subir, les dicen, si, respondes, siguen un sendero que los lleva hasta la pared de lo que desde abajo es una montaña, ¿tienes miedo a las alturas?, te preguntan; un poco tarde para eso, respondes. Carmelo te explica que subirán por una vía ferrata, que es un “camino” que hay que seguir a lo largo de la pared y que está equipado con peldaños, escaleras, cables, cuerdas y siempre acompañado de un cable de acero al que estarás sujeto, este cable también se le conoce como “línea de vida”, por razones obvias.

  Tu trabajo consiste entonces en enfrentar la pared, sujetarte a la línea de vida mediante dos ganchos con los que cuentas, cuando llegues a un punto de sujeción del cable dónde el gancho no se pueda deslizar, tendrás que sacar uno de los ganchos, pasarlo a la siguiente sección del cable y posteriormente hacer lo mismo con el otro, siempre así. Enfrentas el primer peldaño, tus manos sudan.

  Mientras subes la humedad en tus dedos dificulta el maniobrar los ganchos, así como la sujeción de los peldaños, te secas continuamente en la playera, en la piedra, en el pantalón, necesitas manejar esa humedad, ¿cómo controlar las respuestas instintivas, esas que viven en el espacio límbico?, habrás de estar en el aquí, en el ahora, te parece.

  Llevas media hora subiendo, estás concentrado, siempre manteniendo tres puntos de apoyo, eso permite distribuir tu peso en tres cadenas musculares diferentes, equilibrando la fatiga, subes algunas escaleras verticales, ahí la línea de vida queda a tu espalda y maniobrar los ganchos en las grapas se vuelve incómodo, tienes que rotar obligando a las vértebras de tu columna al máximo de torsión en un sentido o en el otro; caminas por cables de acero que emulan puentes entre rocas, ahí es importante enfocar solo el cable y dar pasos certeros, el fondo se vuelve una mancha difusa, que así se quede.

  Llegas a un rellano, te sientas a descansar, la pañoleta en tu cabeza y tu playera están empapadas, el esfuerzo de mover el peso de tu cuerpo en vertical es exigente, siempre avanzando, todos tus sistemas trabajando para llegar a la cima, armónicos. El sol ha alcanzado la pared que escalas, te pega en la espalda, ha comenzado a calentar los peldaños de acero, no traes guantes, error, falta poco, la vista es hermosa, llega tu mujer, te sonríe con la mirada, también está cansada, se sienta a tu lado, te ofrece agua, bebes y si, agradeces el estar aquí mientras recuerdas las notas de Violeta…

Volver a sentir profundo
Como un niño frente a Dios
Eso es lo que siento yo
En este instante fecundo.

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