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El rincón de una Cantina

Paola Astorga
Paola Astorga

Supongo que a la mayoría se le viene a la memoria la tan recordada canción de José Alfredo Jiménez, ¿y qué puedo decir? esa canción me la  cantaba mi abuelo Saúl desde que era pequeña, esas letras revolvieron mi curiosidad hacia la idea de ese lugar.

        Iba a buscar a  mi abuelo ocasionalmente  a la cantina, a petición de mi abuela, para gritarle desde la puerta, me agachaba para ver debajo de una pesada cortina que ocultaba un mundo misterioso, ruidoso, alegre, con una alegría etílica. Mi abuelo salía sonriente y me revolvía el cabello.  Recuerdo no tener más de cinco años cuando le decía: “Cuando crezca quiero ser hombre como tú, para poder entrar contigo a la cantina”. El abuelo nunca dijo que no podría cumplir mis sueños, pero se reía de mi ocurrencia y me llevaba a la plaza a comprarme un elote.

     La tierra tuvo que dar varias vueltas para que yo me encontrara en esos lugares ruidosos y llenos de movimiento. Las cantinas levantaron la veda de prohibir mujeres como comensales, después de todo los tiempos cambian.

           La primera vez que entré a una Cantina tuve que acostumbrarme a esa ola de certeza donde sabes que estas exactamente en el lugar donde debes de estar, pero por un momento me sentí como una niña de cinco años envuelta en humo, música y un ambiente festivo único. Al final del local me saludaron mis amigos, pasé saliva y caminé abrumada entre las mesas llenas de barullo. Por varios minutos distraje la atención de la conversación  para ver que una barra siempre va a hacer el protagonista de esos  lugares, las luces de neón tan usadas hace décadas anunciarán  la marca de cerveza de la casa, la rocola  gritarán música de banda que apaga las conversaciones. Me sentí curiosa cuando ví anotar al camarero en una tira de cartón lo que tomábamos, reí internamente y le dí un largo trago a la cerveza.

        Algunas amigas de mi época me dicen que por qué una cantina,  ellas son de las que prefieren una cafetería, un bar de moda, un restaurant nuevo, no sé cómo explicarles que en una cantina es vida, una vida que nace de una costumbre muy antigua, dónde las risas, se mezclan con las lágrimas, la música envuelve las dos, dónde puedes ir con los amigos y pasarla rico, sin reglas, sin formas, más barrio y menos el qué dirán. Y por supuesto con un módico presupuesto puedes salir contento, lo que es muy importante en estos días.

      Hace unos jueves rodeada de mi grupo de cantineros amigos (debo aclarar que por la escritura me he rodeado de jóvenes escritores que les encantan estos lugares.) Mientras pedimos cervezas, intercambiamos carcajadas, platicas políticas, recomendaciones literarias, proyectos futuros de libros, arreglamos el mundo desde esa mesa de madera. Pedimos la tercera ronda, los brindis no faltan, las volutas de humo nos crean un ambiente misterioso, la música de fondo siempre alegre nos hace segunda, y es entonces  cuando me doy cuenta al mirar alrededor que estoy sentada… en el rincón de una Cantina.

 

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