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Viviendo en el centro de Torreón

Paola Astorga

“Vivir en el caos donde todo se mueve, donde nada descansa y donde la vida nace, eso es el centro de todo”.  Soy una viajera transestatal.  Dejé  mi querido Lerdo y crucé el lecho del río  para vivir en el ojo del huracán, en el centro de Torreón.

       Las campanas de la iglesia del Socorro despiertan muy temprano. La sombra de este monumento arquitectónico ha despertado y bendecido al sector durante noventa y dos años.

       Los noctámbulos y madrugadores hacen fila en los licuados del mercado Juárez.

       Los camiones trasportan a sus adormilados ocupantes; los estudiantes, los burócratas, los oficinistas, los obreros, las trabajadoras domésticas, cajeros, dependientes, los viene viene, y los jubilados que pasean su aburrimiento.

      Para las ocho de la mañana las calles se ven vivas, las aceras se ven limpias. Y puntualmente las cortinas de los negocios se abren a las nueve como hace casi 109 años que se fundó esta ciudad. Desde la Colón hasta la Alianza empieza a correr la cotidianidad, parece que la ciudad se desborda hacia el centro.

         En la calle me rodea el caos que da la disponibilidad de todo. Debo admitir que vivir en el centro, estodomenos aburrido. La vida  surge de estas calles chimuelas, camino diario por sus aceras llenas de historia.

       Un día normal viviendo en el centro sería; no usar el carro, los que visitan el centro se dan cuenta que es un milagro encontrar estacionamiento, eso y el parquímetro, son dos pesadillas céntricas.

      Salgo de mi departamento, tomo la avenida Juárez en la esquina de la Falcón y compró un huerfanito en la lotería, uno nunca sabe. Llego a  preguntar por una refacción de mi licuadora marca “patito”, me dicen que no venden de esa marca, me suena lógico. Brinco la calle Blanco literalmente, un taxista da la vuelta sin precaución y le recuerdo a su progenitora. Los taquitos dorados de la esquina están saliendo, un borrachito se ocupa de ellos rápidamente. El olor a pan francés se escapa de la panadería. Me cruzó al mercado Juárez construido hace 109 años para conmemorar el reconocimiento de ciudad.  Ocupo un banquito en la esquina de Acuña y Juárez,  pido una gordita de chicharrón, una de huevo  y un refresco light, es que estoy a dieta.

       Al caminar por el centro me gusta mirar hacia arriba de los edificios, ahí se encuentra comúnmente la construcción original. La modernidad carcome las bases con sus llamativos aparadores, me aburren.

       Camino hacia la Plaza de Armas,  observo que los jubilados ocupan sus bancas donde van dejando sus recuerdos y casi siempre ocupan las mejores bancas, creo que hay más jubilados que palomas.

Admiro el antiguo Torreón desde la esquina de Av. Juárez y Cepeda. Esa vista siempre me emociona, imagino que el tiempo y las malas decisiones no tumbaron la historia arquitectónica. Lleno los espacios vacíos con la memoria que dejaron fotos de la época como en el caso del cine Princesa.

 Puedo observar el abandono urbano en varias ubicaciones. Pero aun así los invito a que vayan a la Plaza de Armas, cada noche se prenden las luces de las fachadas de los edificios, es un leve vistazo al Torreón del siglo XX.

        Bajo a ver una exposición al canal de la Perla. Camino por este canal  de 120 años, joya de la ingeniería y una estructura única en el país. Aunque me siento como una momia de Guanajuato.

       Tomo  asiento en el empedrado de la Cepeda en las diferentes bancas que  se exhiben. Siempre me quedó embelesada por la belleza del edificio Arocena.Contamos con un museo de primer mundo en este sector. Cuenta con actividades para todas las edades. No dejen de visitarlo.

 Doy vuelta en la Hidalgo hacia el mercado. Me distraigo viendo las partes antiguas de los edificios y deleitándome con los detalles art noveau, deco, morisco que aún conservan algunos edificios en las plantas superiores.

       Hasta llegar a “Sal si puedes” (quién no sea de la Comarca se le llama así por qué no te dejan salir si no compras algo, lo sé se oye agresivo pero solo quieren darte un buen servicio, y la verdad es raro que no encuentres lo que buscas) solo ahí puedo quedarme una eternidad  veo cada vitrina, los hilos, las telas, los disfraces, sombreros, botones, tambores, tiaras, etcétera. Finalmente salgo con unos botones.

     Llego al mercado Juárez, los hierberos me ofrecen infusiones para  amarres, encontrar el amor, esconderse del amor, para quitarse los maleficios, poner maleficios. Paso de largo agradeciendo sus atenciones, creo que me ven cara de bruja pero pienso que me convendría comprar el kit completo, por si las dudas. Entrar al mercado es viajar al pasado. Su edificación interior no ha cambiado desde la última renovación, después del incendio que lo consumió hace 87 años. Paseo entre los locales añejos y disfruto ver la disposición de los productos que ofrecen. Los invito a perderse en el mercado entre la comida, las hierbas, la brujería, los recuerditos de Torreón, las ollas y platos de barro, las alcancías de cochinitos. Las cocinas económicas que te invitan a comer mostrando sus gigantescas ollas con guisados típicos de la región: caldito de res, carne con chile, pozole, tacos, enchiladas, acompañados de su arroz y frijoles. Todo esto nos hace ver un cachito de nuestra Comarca y México típico.

        El mercado rebosa de comensales para el mediodía. Salgo por la calle Blanco, el olor de churros con azúcar recién hechos atrapan a los que esperan en la parada del camión, me proporciono una bolsita para el camino.  Ya hice los pendientes del día y di un paseo por el Centro Histórico con  caminar unas cuadras ¿Cuántas personas pueden decir eso?

       El centro de Torreón tiene horario de oficina, después de las siete entra el letargo. La última misa llega a su fin. Las cortinas de los negocios caen. La gente que trabaja en el centro se adolece de no vivir en él. Los camiones se abarrotan,  los carros abandonan sus estacionamientos, los taxistas dejan de circular.

      Al caer la noche las calles se llenan de ecos. Se van los trabajadores diurnos y llegan los nocturnos. Los tacones dorados se acercan y ocupan su esquina. Les digo buenas noches  al pasar, después de todo son mis guapas vecinas que adornan la avenida Morelos. Ni el frío ni el calor hace que les ponga falta.

        No cambiaría mi centro por alguna colonia aburrida, me gusta vivir en medio del bullicio y espero que sea por mucho tiempo, después de todo, la vida empieza aquí con un toque de campana.

                                                                   

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