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Orgullo colectivo

Alfonso Villalva P.

Orgullo colectivo

 Alfonso Villalva P.

En el debate nacional e internacional, en cualquiera de los niveles de profundidad del análisis que se observe, desde las grandes mesas redondas de líderes sociales, académicos, políticos y empresariales -hasta las sobremesas familiares en las que tú y yo participamos cotidianamente-, es común encontrar, como ocupación recurrente, el reto tan actual de la equidad para el desarrollo, no solamente respecto del género, sino también por características distintivas geográficas, étnicas, ideológicas, físicas y mentales.

Los conceptos de equidad -para muchos igualdad- han permeando en el ambiente y nos han hecho acaso más sensibles a las dificultades que en comunidad enfrentamos para crear condiciones funcionales en las que cada persona pueda desarrollar todo su potencial en el eje de sus aspiraciones, sus convicciones, sus sueños particulares, vaya, sus pareceres.

Este hecho, por sí mismo, ya representa un signo positivo en la construcción de una sociedad que impulse a todos sus miembros por igual, que impulse la pluralidad, la multiculturalidad. Sin duda, uno de los principales retos ante cualquier problemática social, es la concientización de los individuos de su existencia, y la asimilación, por parte de los propios individuos, de su rol como agentes de propuesta y de cambio.

Lo anterior, no obstante, para muchas personas permanece la pregunta en el aire: ¿cómo puedo hacer para generar resultados en mi comunidad? Quiero, y por ello puedo, pero cómo pasar de esa charla de café, o de esa lectura técnica en la que muchos parecemos coincidir, a la acción, esa en la que yo puedo ser vocero, tutor, compañero, luchador o activista para que mi hija, mi vecino, la señora del puesto de tamales, mi colega Godínez o yo mismo, podamos encontrar el espacio que merecemos en nuestra colonia, equipo de trabajo, círculo familiar.

No es sorprendente que a mayor concientización de los retos sociales, indicadores tan robustos y reveladores como los del Desarrollo Humano y la Desigualdad de Género, presenten tendencias positivas y alentadoras en general, y en prácticamente todas las regiones de América Latina, con algunas salvedades lamentables y apremiantes, o a veces de manera tímida e incipiente.

Estar al tanto del fenómeno, abrazarlo como parte de nuestra vida diaria es, en sí mismo, un hecho que constituye un pilar de transformación.

La tarea suena monumental, evidentemente, para reafirmar esas tendencias y convertirlas en una modificación radicalmente positiva. ¿Cómo haces tú, entonces, para incidir en ellas? Parece difícil. Sin embargo, cada vez que tú, como voluntario, lees en voz alta a un niño, le explicas sus derechos a una adolescente, te involucras con la búsqueda de una educación para formar seres libres -en vez de intentar amaestrarlos-, y que sea para todos o contribuyes a la edificación de una escuela, a su iluminación, respetas el reglamento de tránsito, el medio ambiente, asumes la responsabilidad de tus actos, en fin, estás impulsando el siguiente paso, sólido e irreversible, en el rumbo preciso de una tendencia positiva de todos los indicadores.

Está muy claro que la inaceptable situación de alta marginación que se sigue presentando en entidades como Oaxaca, Guerrero, Chiapas, Veracruz, entre otros estados de México, así como en cientos de comunidades de Centro y Sudamérica también mantiene una correlación con la brecha de desarrollo entre mujeres y hombres en las mismas ubicaciones geográficas, donde se requieren con urgencia políticas públicas acertadas, objetivas, respetuosas de la cultura comunitaria alejadas de la frivolidad política y electorera y, especialmente, con visión de largo plazo.

Es cierto, pero no por ello resulta menos importante la acción y el liderazgo de los integrantes de la comunidad. Quizá, precisamente, sea al contrario, pues es ese liderazgo ciudadano, visionario y enriquecedor, el de banqueta, pues, que palmo a palmo va conformando la idea de crisol en el que convergemos todos los que a fin de cuentas formamos parte de cada grupo social, incluyendo a quienes hoy tengan una responsabilidad u otra, incluyendo como efecto, y no causa, a quienes pretenden gobernar.

Siempre he estado convencido de que el éxito de la comunidad condiciona el nuestro, y no viceversa. En las colonias, pueblos, grupos y equipos en los que me ha tocado el privilegio de atestiguar un involucramiento generalizado por el bienestar estructural colectivo, también he podido ver las caras más felices, las sonrisas más satisfechas, los derechos más respetados y los gobernantes más condicionados en su actuar por el bien común, la honestidad y la rendición de cuentas. La manifestación tangible de ese desarrollo que incluye a todos, que no deja a nadie atrás.

Vivir unidos, entonces, por el desarrollo colectivo que incorpore a todos con una oportunidad. Al menos una, a cada quien, conforme a sus necesidades, debilidades, capacidades y circunstancias. Un desarrollo que se finque en ese común denominador en el que todos coincidimos por nuestra calidad de seres humanos, que genera esa base unívoca de certeza para ejercer nuestros derechos con firmeza, pero con responsabilidad, para perseguir nuestros sueños, para pensar y creer en lo que queramos creer, respetando lo que sueñan y creen los demás. La plataforma segura para ser diferentes, para ser lo que se nos pegue la gana.

Ninguno de nosotros debe quedarse atrás. Ninguna diferencia física, mental, de género o de grado de vulnerabilidad debe impedirnos vivir unidos para cambiar, con libertad y orgullo colectivo, todos los indicadores de una vez por todas. Es la hora de la acción colectiva que libere el poder de la sociedad para decidir, imponer, dictar el modelo que en su conjunto nos de eso que andamos buscando, de una maldita vez...

 Twitter @avillalva_

 Facebook: Alfonso Villalva P.

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