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Banderita de perfil

Alfonso Villalva P.

Banderita de perfil

 Alfonso Villalva P.

¡Si, anímese! Faltaba más... ¡Anímese! Si es Usted un feliz poseedor de un artilugio de esos que han transformado nuestras vidas, nuestras maneras de sentir y relacionarnos, vaya, hasta nuestra postura -y probablemente la curvatura de nuestras vertebras dorsales y cervicales-, anímese, que nada cuesta.

El teléfono inteligente llegó para eso. Es la realidad virtual reconvertida a sus sentimientos, emociones, decepciones y aficiones. Verá Usted, no me diga que no conoce a nadie que no haya entretejido su vida con la de otro terrícola mediante mensajes de texto, con memes inspiradores en las redes sociales o, ya in extremis, a través de los sistemas de servicios que mediante algoritmos le pueden ayudar a encontrar a su media naranja, o al menos a tener sexo seguro protegidos por una pantalla de cristal líquido.

No me diga que Usted, o alguien cercano a Usted –léase el primo de un amigo-, no ha descubierto las fechorías o infidelidades del cónyuge o pareja sentimental, gracias a la re cochina casualidad de haber adquirido voluntaria, o involuntariamente, esa tan preciada clave de acceso al teléfono del interfecto, que en nuestros días se atesora más que el password de la cuenta bancaria.

Sí, el móvil llegó para ser una interface entre los seres humanos que gritan, imploran atención, amores, paternidad responsable, igualdad de derechos; que señalan con índice de fuego al enemigo favorito, el error del vecino, los pecados capitales laicos del prójimo, desde la comodidad de su hogar, un café con internet, el metro o las salas de espera en los aeropuertos.

Allí es donde los revolucionarios modernos accionan sus feroces propagandas, los anarquistas repudian todo lo que huela a imposición autoritaria, se reivindican derechos de adultos y niños más allá de nuestras fronteras, o en el más allá de verdad, y ahora hasta se hace diplomacia, de Jefe de Estado a Jefe de Estado, en 140 caracteres, basta ver a Peña, Trump, Netanyahu.

Sí así están las cosas, si la vida vibra a través de este trasto luminiscente, Usted dirá, como no sucumbir a la marejada de invitaciones que le llegan por Twitter, Facebook, WhatsApp y cualesquiera otras aplicaciones de vinculación social, para demostrar el amor a su patria, la solidaridad y la hermandad vernácula, mediante la colocación transitoria de una banderita tricolor o un aguilita devorando a una serpiente.

Mírelo bien y reaccione. Es su oportunidad. Ante los ojos de la masa amorfa que no reflexiona ni profundiza, Usted tiene la oportunidad de convertirse en una suerte de Vicente Guerrero, José María Morelos, Ignacio Zaragoza, Crescencio Rejón o Luis Cabrera post moderno, y mágicamente hacer patria desde la comodidad y el anonimato de su proverbial avatar.

Si señora, señor, queridos míos, es una oferta singular. No dude ni un minuto ante la sospecha de que alguien le manipula como tratándose de hato de ovejas en monte despoblado. No. Tome la oportunidad ahora, pues si cambia su foto de perfil, será un patriota entregado, defensor de la Soberanía Nacional –con mayúsculas-, esa misma Soberanía Nacional que le permite transitar la vida sin leer más de un libro al año, hablar de los sucesos con base en la lectura únicamente de los titulares, arrogarse el derecho de pasar primero porque tiene dinero, es influyente o es seguido por sus guaruras. La soberanía que da el privilegio de mediatizar a los hijos con su propio teléfono móvil para relevarse de la pesada carga de dedicarles tiempo. La soberanía que nos hace puros en una charla de café, que nos hace atractivos en un mar de planes sin concretarse, que nos permite salir huyendo sin confrontar la realidad.

Aproveche Usted antes de que se evapore su oportunidad. Usted puede ser un Pípila contemporáneo sin necesidad de respetar a nadie, de interesarse por los procesos políticos nacionales; sin necesidad de dejar de discriminar, ni competir con su trabajo, excelencia y calidad, sino solamente con lo que la bocaza permite presumir; sin necesidad de dejar de sentirse exquisito por ser conocido o amigo de un político cualquiera, de aspirar a ser atrabiliario en la medida que pueda acumular más. Puede seguir metiéndose en la cola de las tortillas y opinar sin saber nada, dando el mínimo sólo para sobrevivir, evadir el cumplimiento de todas sus demás obligaciones ciudadanas. Ignorar a las víctimas de la violencia, a los indígenas y a las injusticias en contra de la mujer. Puede seguir justificando a los políticos de su misma filiación aunque sean autores de atrocidades, y seguir descalificando a los oponentes, aunque actúen con acierto. Banderita, banderita.

Vaya, siga Usted explotando a quienes le rodean, engañando a su patrón sin trabajar, sin estudiar, sin generar resultados. Siga explotando a sus empleados o cobrando del erario sin mover un dedo. Siga Usted haciéndose rico de la política, pensando que tiene el derecho a convertirse en un acaudalado como una forma de vengar todas sus limitaciones y mezquindad. La banderita le dejará indemne como estampita de creencia popular.

Ponga su avatar, ándele, anímese. Como vacuna para cuando llegue el inspector, o se pase un alto, o libre de la cárcel a su hijo que mató a varios por conducir ebrio, o violó a su compañera de la prepa. Cuando voltee los ojos por el embarazo temprano de su hija, por su huida con la banda que distribuye tachas o su tercer intento de suicidio.

¡Eso! Banderita, banderita tricolor. Con ella de perfil, así como en el estadio cuando despeja desde su arco el portero rival, con la misma efectividad, pues, que garantizará que nadie, externo o interno, pueda, con un par de tuitazos, con una orden ejecutiva, con un lamentable desempeño político o con una indiferencia como la nuestra, quitarnos todo el potencial de una Nación de almas gigantes aglutinadas por una historia milenaria, representadas por la emblemática acción de una serpiente devorada por un águila, ante el manto protector de una mirada morena y tricolor.

 Twitter: @avillalva_

 Facebook: Alfonso Villalva P.

 

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