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Picapica

Alfonso Villalva P.

Picapica

 

Alfonso Villalva P.

 

El que se encuentre libre de culpa, que lance la primera rascada al cuello, los antebrazos, o la región más austral de la espalda... Es decir, colega, amigo, amiga, que hay muy pocas probabilidades, pero muy pocas, de que hayas transitado por las aulas de una secundaria pública o privada, urbana o rural, sin haber sido víctima de los polvos picapica, o victimario -cómplice al menos- de otros como tú, a puños llenos también...

El que a hierro mata... Así reza el refrán, el dicho popular que nos lleva a pensar en un plano de igualdad brutal, eficaz, en esa esperanza de que en esta vida terrenal haya, digamos, una reciprocidad en términos prácticos, pedestres, tangibles, dentro de los códigos de convivencia que no dejen que nadie se vaya impune, que nadie se vaya sin pagar.

Quizá esa posibilidad de ser testigos de que cobre vigencia una ley natural de ajuste de cuentas en nuestra existencia terrícola, sea el vestigio de aquellos códigos que saneaban al grupo en la adolescencia, con mecanismos mucho menos contaminados que las pretensiones que uno acumula cuando es adulto. Quizá eso es lo que justifica la existencia misma de los polvos picapica.

Y si, al gandalla le caen polvos picapica en la fila de la tiendita o cooperativa; al maestro pasado de listo que abusa del miedo de las alumnas y alumnos a protestar o defenderse y los atormenta en cada clase; al artífice del bullying, en fin…, el sistema justiciero de una secundaria despliega su poder con unos tentáculos que siempre pueden colocar polvos picapica en las coyunturas de aquellos que necesitan un escarmiento estabilizador dentro del grupo social. La impartición de disciplina y justicia en una secundaria por las autoridades, es lenta, dolorosa por ausente, caprichosa por ignorancia y tibieza… Solo queda, pues, el recurso del picapica.

Picapica. Un remedio a una enfermedad que en el terreno de los hechos tiene muy pocas posibilidades de revertirse. Salte por un momento de la secundaria e incursiona a la vida nacional: lo mismo… El aparato de justicia siempre es lento, ineficiente y contemporáneamente corrupto. Los recursos legales no surgen a la velocidad necesaria y quienes tienen en sus manos su activación los escamotean para obtener beneficios personales, electorales, políticos.

Ni la ley ni la justicia aparecen cuando nuestros representantes populares se empeñan en esas maravillosas estrategias de operación política que muy poco tienen que ver con el ciudadano, y mucho con su agenda particular. Y no aparecen pues se convierten en quimeras al quedar su posibilidad de cobrar vida en las manos de quienes dudan, se acobardan, ante la ominosa posibilidad de un sagrado juramento cívico de cumplir y hacer cumplir la ley para una gobernación justa. Negociar con tus derechos y los mios para generar privilegios inconfesables a quienes en nombre de la educación desquician tu vida y la de miles de niños en esta Patria convulsionada y vacía ya de confianza.

Porque esa es otra, resulta que hay miles de niños que terminan damnificados de educación en un país que de por si les ha abandonado a su suerte, cerrándoles la válvula de las oportunidades mientras se sientan a contemplar cómo un puñado de hombres y mujeres se reparten el dividendo electoral de los siguientes comicios con absoluta indiferencia a tu tiempo perdido que ya nunca regresará.

Y del otro lado, los ciudadanos que pierden el día, la venta, hasta el trabajo, atrapados en la sabrosa y peregrina ocurrencia de quienes divertidos utilizan a sus seguidores para dar un zarpazo más al presupuesto, arrancar otro gajito de poder en diversas cuidades, retando a la autoridad a la que le tiemblan las rodillas cuando un líder radical da dos manotazos en la mesa y colapsa una ciudad.

La impunidad es campante, inverosímil y exasperante. No hay recurso legal, constitucional, para defenderse, para evitar el daño, mucho menos para repararle. No hay quien defienda tu derecho, colega, no lo hay, y te conformas entonces con el abyecto placer de echar mano de las redes sociales para condenarles a todos, a manera de revancha, ridiculización, denuncia, defenestración pública, que solamente subraya tu impotencia de vivir en un Estado que se malogró hace ya muchos años. #LadyProfeco, #LordFerrari, #LadyChat, #LadyCienPesos o hasta famosa #LadyTurismo. ¿Eso es todo de verdad? ¿Hasta allí el límite a la acción social?

¿O se te va a ocurrir a ti, o a alguno de nuestros otros colegas iniciar una discreta, pero sistemática y efectiva, diseminación de polvos picapica bien aplicada a las articulaciones del cuerpo del bloqueador de calles, el golpeador de policías, el rasurador de cabelleras de maestras, el orquestador de marchas malsanas, y el funcionario tibio y pusilánime –solo “para que se les quite…”-? No sé, piénsalo… Y quien esté libre de culpas en la vida pública nacional, que se empiece a rascar...

 Twitter: @avillalva_

 Facebook: Alfonso Villalva P.

 

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