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Desde Tijuana

Alfonso Villalva P.

Tan solo de ti depende que conviertas un año en algo más que un lapso chocarrero de tu existencia. No sé con quien hablarás en la víspera y después, durante la madrugada, la mañana del año nuevo. No sé si será que tengas una conversación hablada, frente a frente, pues, o a través de mensajes instantáneos, redes sociales, abreviaturas ininteligibles combinadas con los aún menos comprensibles Emojis.

 

Lo que si puedo adivinar es que los intercambios comunicativos muy probablemente tendrán una carga sustancial de temas que merodean el ánimo colectivo por utilizar al cambio drástico de fechas para aspirar a tener lo que no se consiguió en el año que termina, o desprenderse de aquello -o aquellos- que se pegó como sanguijuela a nuestra masa corporal.

 

Eliminar la mala fortuna, esa que no nos ubicó mágicamente en el rabillo del ojo de un descubridor de talentos artísticos; esa que impidió que un visor europeo o de un equipo como Santos Laguna se percatara de que en la cáscara de la oficina bajamos el balón como Messi, Cristiano Ronaldo. Esa mala fortuna que nos mantiene con un empleo cuya contraprestación, incluyendo el aguinaldo, solamente nos permite en el mejor de los casos, mantener el status quo de nuestra existencia y darnos un gustito por aquí y por allí, de vez en cuando. La mala fortuna que no nos hace ricos, guapos, delgados y famosos en un tris.

 

Liberarnos de una vez de la maldición que nos impide atascar nuestras existencias de todos los antojos culinarios repletos de grasa y harinas refinadas sin la nefasta consecuencia de rellenar aún más los pantalones, los suéteres, las enaguas que cada día parecen más dibujadas que sobrepuestas a nuestras carnes. Que no nos toque el muñeco en la rosca de Reyes, que le peguemos al gordo de la lotería, que desaparezca al menos una de nuestras enfermedades y que el príncipe azul sea príncipe, más no azul, ni rojo, ni de izquierdas ni derechas, sino una pareja respetuosa, trabajadora, exitosa, y ya puestos a elegir, poseedora de un condominio en la playa. Que cabalgue en un caballo de acero, preferentemente de cuatro plazas y que no, que no sea por favor, un nuevo impostor.

 

Las doce campanadas -que técnicamente debieran ser veinticuatro-, y más que propósitos o resoluciones –como lo sugiere su equivalente en inglés-, parece una larga lista de peticiones peregrinas, deseos fantásticos que poco tienen que ver con nuestra realidad y mucho menos con el esfuerzo, trabajo y estudio que anticipamos invertir en su potencial realización.

 

Hay de propósitos a propósitos, diría usted, contemplando a diestra y siniestra a colegas, parientes y colados en la fiesta de fin de año, repartiendo abrazos y besos a mansalva y deglutiendo a velocidad vertiginosa una docena de uvas que representan, según cada quien, la fortuna del año que comienza dividida en doce exhibiciones, en abonos chiquitos, pues.

 

Hay de propósitos a propósitos, verá, y se nos olvida que vivir la vida moderna no implica acabar por desacreditar lo fundamental y lo valioso, que los valores humanos no se vuelven cursis por no ser un articulo de consumo inmediato, ni un artilugio para adelgazar y vernos “fit”. Olvidamos de pronto que no estamos solos y nos avorazamos a tomar lo que solo a nosotros nos place o beneficia. Al fin, pareciera adivinarse, el mundo está ya tan revuelto, tan apropiado por políticos e intereses oscuros, que es mejor no pensar, y conformarse con las frivolidades de la mercadotecnia y la satisfacción instantánea.

 

Para el año nuevo hay de propósitos a propósitos, desde luego, y ya cada quien sus preferencias y prioridades, como ese propósito que alguien dejó grabado en aerosol y de manera anónima al otro lado de la barda de la frontera, es decir, del lado mexicano -el nuestro- pues en realidad solo desde Tijuana puedes aproximarte un poco más al muro que divide el sueño americano y la decadencia y miseria de los que habitamos al sur. Un propósito que pude leer hace unos cuantos días y me dejó erizada la espina dorsal: “2016 dame chance de salvar una vida, de las que se quedaron atrás, de las que sin ayuda serán un criminal más”.

 

Hay de propósitos a propósitos, diría yo, y en eso de salvar vidas, especialmente por lo que respecta a su finalidad y no a su terminación biológica, pues parece que muchos más podríamos tener algo que decir, o tener dispuesta una mano que echar, algún hombro que prestar, alguna palabra que regalar. Porque ya con doce uvas entre pecho y espalda, de qué nos servirá todo lo demás que anhelamos si no tenemos un alma que salvar –la nuestra- que incluya a quienes sin ella, sin sueños ni oportunidades, solamente tendrán la vulgar escasez de un aire por respirar.

 

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