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En Pie

Alfonso Villalva P.

Desde que conocí a Ana Villafañe en Charleston durante la primavera de este año, me quedó meridianamente claro. Me la presentó mi amigo Bill O'Dowd, quien la impulsa y hace mancuerna con ella en su estelar evolución artística que ya cuenta con grandes logros. Muy claro, decía, pues tuve la oportunidad de encontrar una charla inteligente, más bien brillante, con alegría, sensibilidad y una dosis intoxicante de humanismo, de orgullo de pertenencia a su familia, a su bagaje cultural, al crisol que representa ser ciudadana americana descendiente de cubanos.

 

Es una mujer hermosamente dotada de inteligencia, sentido del humor y talento. Hay de formas a formas, diría cualquiera. Pero imprimir una fuerza descomunal en los escenarios del circuito del mejor teatro del mundo, es algo que en la forma, y en el fondo, es lejano a lo normal, lo cotidiano, lo promedio. Es sencillamente extraordinario.

 

Hay de formas a formas, insisto. Hay formas que se vuelven arte memorable, maneras singulares -a través del arte y la música- de comunicar una tragedia, denunciar un dictador inhumano, el lado oscuro de la guerra, la vejación de un pueblo, la soledad, las hazañas de un héroe o la ilusión en busca de la libertad, el triunfo o el amor. Hay formas y en eso de las formas no existe parangón para Broadway. Tan claro.

 

Broadway es asombroso. Punto. Te hace perder el aliento y no por sus montajes, sus fastuosas escenografías o los alucinantes juegos de luces. Es ese arte explosivo que a través de la garganta de sus intérpretes, sus capacidades insospechadas para el baile milimétricamente preciso y su inagotable potencial histriónico, cautivan a la audiencia, te hacen aferrarte a tu butaca sin que percibas siquiera el paso del tiempo.

 

Broadway es así, punto. Y el barrio tiene lo suyo también. La gente que se arremolina desde Times Square, las fondas, los cafés, las salchichas y los kebab callejeros. Las castañas asadas en época de invierno. Los carteles, los callejones y los fantasmas de los históricos que pasaron por los escenarios de decenas de teatros incrustados en el barrio. Broadway es así...

 

Por ello es que el caso de Ana, a los 26, no es sorprendente en el contexto de las artistas que se encuentran en la primera fila de los protagónicos en Broadway. Es decir, no es sorprendente pues ese es el nivel mágico de esas personas que como Ana Villafañe tiene la capacidad de tocar tu alma de maneras inimaginables con una nota musical, con el tono de su voz que jamás olvidarás, por las palabras pronunciadas al frente de toda la compañía que pulula en los escenarios.

 

No sorprende porque solamente quien es mejor puede estar allí. Lo que sí genera un impacto particular, lo que deja huella indeleble, es que cuando fijas tu mirada en sus ojos puedes ver a esa superdotada de la voz que es afable, sencilla, dueña de una historia de tenacidad, que invita a ser mejor, que convida a quienes la escuchan a imaginar que el éxito si es posible.

 

Si alguien me hubiera dicho que a menos de un año de conocerla hubiese recuperado en mi memoria la música de Gloria Estefan, para encontrarme tarareando involuntariamente aquella rola que te conmina a ponerte de pie, me hubiese reído incrédulo, seguramente. Pero sabes, después de ver a Ana ejecutar en Broadway en el papel de Gloria hace un par de semanas, me volví también ya fan de la "máquina de sonido de Miami" y de las notas de conga de Gloria.

 

Al final, saliendo nuevamente al frío de Nueva York esa noche de diciembre, me queda meridianamente claro el privilegio de ser testigo del talento y la humanidad de Ana, el agradecimiento a la amistad de Bill por presentármela, su historia de éxito que promete ser grandiosa, y de ser un cercano depositario de su mensaje que por coincidencia titula su primer estelar en Broadway y que te conmina a ponerte en pie y hacer que suceda. Siempre se puede si estás "on your feet".

 

 

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