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mocos

Eduardo Sepúlveda
Eduardo Sepúlveda

Rascarse la nariz, una práctica mal vista pero que puede resultar tan relajante y terapéutica. Introducir un dedo en las fosas nasales mientras esperamos el verde en un semáforo, ¿quién no lo ha hecho? ¿Quién no lo ha visto, al menos? Y es que hay veces que algo nos estorba y tenemos que ir “sobres de eso”.

Para muchas personas, el tema puede resultar desagradable, asqueroso y repugnante. Para otros, la ocasión se presta perfecta para el análisis de una situación específica, un momento de reflexión, un verdadero masaje cerebral. Se detiene el mundo por un instante y no importa nada más; solo somos un dedo, un agujero y un moco que extirpar.

¿Para qué sirven los mocos? ¿Por qué habitan dentro de nuestra nariz? No tengo ahorita una respuesta científica / biológica, pero cualquiera que sea su función, me parece que esta se termina cuando se vuelven un estorbo. Cuando obstruyen el camino del oxígeno hacia nuestros pulmones. Estamos tratando de sobrevivir en una realidad pandémica y los mocos se posicionan ahí, con tanta autoridad, reclamando un hogar sin importar todo lo que puedan ocasionar.

¿Por qué una actividad tan placentera como rascarse la nariz es tan mal vista por la sociedad? Esto se remonta a la infancia, cuando en plena inocencia pueril llegamos a explorar nuestro cuerpo y en ese repaso lógico, hacemos una parada obligada por la nariz… y nos detenemos ahí. Malo es dejar los mocos en la pared, peor es dejarlos que vivan en la pared de la nariz. ¡Tanto escándalo por sacarse un moquito!

En mi actividad profesional, día a día (cuando lo hacía de manera presencial) lo primero era revisarme la nariz antes de entrar en contacto con las personas. Checar bien que no haya algo a la vista que pueda ser objeto de burla. Obvio, desde que me preparo para salir de casa, me quito lagañas, me enjuago la boca, lavo dientes, una ducha y todo lo habitual, pero no está de más dar una última revisada a la apariencia antes de entrar en acción. En todo caso, preferiría que alguien me advirtiera que traigo a la vista antes de andarlo paseando por ahí.

Sin embargo, es tiempo del cubrebocas; los mocos fácilmente podrían encontrar cobijo y usar el trapo como un escondite. ¡Doblemente peligroso! Si a veces resulta difícil respirar con eso puesto, ¡ahora imagínense con un moco atrapado!

El ritual de sacarse un moco debe ser acompañado obligatoriamente con unos pañuelos desechables; papel higiénico, en su defecto. Cualquier momento es bueno, por eso se recomienda llevar siempre el nuevo destino de los mocos en la guantera del auto o en la bolsa de las féminas. Hay que aprovechar el tiempo, un resquicio en la rutina diaria. ‘Ora bien, en ocasiones, solo basta mirar pa’l techo al realizar tan relajante acto.

Es muy importante tener las uñas cortas cuando vamos a sacarnos el desecho; no queremos cortarnos ni tampoco se trata de sangrar. Hay que hacerlo despacito, hurgar bien; a veces los mocos se esconden, se adhieren, no quieren salir, pero podemos dejarnos vencer.

Sí, los mocos tienen su función, por eso existen, pero una vez que la cumplen, ya no tienen nada qué hacer ahí. Se hacen duros, incomodan, cambian de color. Son feos. Por eso hay que sacarlos. Luego, vamos a experimentar mejoría; entra mejor el aire a nuestra nariz. Hasta da gusto respirar. Ya se formarán pronto sus relevos y el ciclo se cumplirá una vez más.

Cuando los mocos se vuelven un estorbo, ha llegado el momento de actuar.

¿A quién no le cae bien quitarse eso que tanto le ha estorbado en su vida? Un miedo, un trauma, una relación echada a perder. ¡Sáquense ese moco de una vez por todas! Ya hizo lo que tenía que hacer y nosotros tenemos que seguir avanzando. Respirar.  

Si lo que más le gustaba a Charles Bukowski era rascarse los sobacos, ¿por qué negarnos al placer y bienestar que significa rascarse la nariz? Se los dejo de tarea, no me contesten ahora.

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