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Alive y la intolerancia del ser

Eduardo Sepúlveda
Eduardo Sepúlveda

Un buen día, o una buena noche, se me ocurrió postear en mi cuenta impersonal de Facebook lo siguiente:

“Canción aburrida: Alive – Pearl Jam. ‘Aaaahhh ooohhh am still aliveeee, aaaahhh ooohhh am still aliveeee, aaaahhh ooohhh am still aliveeee, aaaahhh ooohhh am still aliveeee, aaaahhhhh’... y así”.

Supuse que si alguien llegara a leer esas líneas, podría indignarse; porque los humanos tenemos esa incomprensible manía de querer convencer a las personas de que lo que pensamos es ley y que no hay argumento que pueda rebatirlo; siempre queremos tener la razón.

Ahora, en este espacio me permito contar la historia detrás de la historia.

Me encontraba en mi lugar de trabajo escuchando un ‘setlist’ de youtube, canciones sugeridas de Pearl Jam. Comencé con Wishlist. A esa le siguieron rola tras rola de una banda que me tocó seguir desde su origen. Y así, hasta llegar a Alive, la “intocable”.

Vayamos por partes, el tema en cuestión es el tercero del vanagloriado álbum debut Ten. Una pieza de 5 minutos y 41 segundos que empieza con un guitarrazo de mucha weba. Y así le sigue, como no queriendo salir. Entra la batería, también apagada… y luego la voz de Eddie Vedder, que hace juego a la perfección. Y la canción oscila en ese tenor hasta que entra el estribillo mencionado en mi referido ‘post’.

De verdad, esa canción la conozco desde hace más de 25 años, la he escuchado 20 mil veces y aunque no recuerdo haber pensado antes lo que pienso hoy: el coro ese le da en la madre al tema. Por lo menos se repite en tres ocasiones y el vocal parece estar fumándose un churro en vez de ponerse a cantar... Y no se pueden hacer bien las dos cosas al mismo tiempo.

“aaaaahhhh ooooohhh am still aliveeee, aaaaahhhh ooooohhh am still aliveeee…”… pero como en cámara lenta. O la ‘super slow’.

Por ahí del minuto y medio, Vedder comienza a despertar. Pasado el minuto 4, la guitarra hace paro. Y es hasta el 4:16 que Mike McCready entra a salvar la pieza, que a la fecha representa un himno para una generación y uno de los temas más importantes de la banda, aunado a la imagen clásica del “monito de palitos” con los brazos al aire y el pelo desgreñado. ¡Hasta ese dibujo se me hace más emotivo que el coro… “aaaaaahhhh ooooohhh am still aliveeee”!

Eddie Vedder cuenta su versión de la rola en un Storyteller. Habla de lo difícil que fue para él su adolescencia y de verdades duras reveladas. Una buena historia, sin duda. Conmovedora. Muy “llegadora” al final, en el que involucra a sus fans. Pero Eddie Vedder me da la razón; escribió Alive cuando se sentía muerto. Cuando una parte de su identidad había perdido sentido. No es de sorprender entonces que a su voz le falte la chispa habitual que le conocemos.

El disco Ten es casi perfecto; solo le duele el coro de Alive.

Desde Once, el inicio, hasta Release, el epitafio, con Ten exploramos por un sinfín de emociones y pasajes que nos devuelven a una época mágica. Una época que finalmente murió.

Apenas termina Alive y el disco retoma su ritmo con los tamborazos iniciales de Why go. Black, la mejor; ni el agónico “tu ru ru tu tu ru ru…” (repetitivo como él solo) suena aburrido. Ni se diga la versión “en vivo” de ese corte; hasta una lagrimita es capaz de sacar. Tal vez dos.

¿Jeremy? El nombre me resulta bastante familiar. Oceans, un oasis. Porch, rock conciso, directo y prendido. Garden, alucinante. Deep… ¡pff! Y adiós. Discazo. Irrepetible hasta para Pearl Jam.

Quiero pensar que en concierto, Alive toma otro matiz. Sobre todo por la interpretación que pueda darle la gente que asiste, por esa “conexión cósmica”. Pero no me ha tocado estar ahí. La ocasión más cercana fue en 2011, cuando decidí vender mi boleto para el Foro Sol por premuras del tiempo y agotamiento de recursos pecuniarios, alimentados ambos por aquella vez que después de escuchar un álbum completo de Insomnium, quise escuchar Ten y me aburrió. Obvio, el arrepentimiento de no haber ido a aquel concierto sigue presente.

Pero qué bonito es que te recomienden música. Más allá de querer imponer gustos o descalificar a las personas por tener un pensamiento diferente. Recomiéndenme música, se los agradeceré.

Este es el Diván del Dihablo, donde los locos se sientan a gusto. Pásele.

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