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Adiós Gordon, dice Cameron

Carlos Castañon

 

Debate


Lo confieso, admiro el sistema inglés, su parlamento, su historia. Tengo bien presentes los diversos sucesos de la historia británica y la invención de su sistema político, en especial desde el siglo XVII.  Al mismo tiempo, admiro y visito los filósofos de los siglos XVII y XVIII a quienes se puede leer con provecho actualmente. De Thomas Hobbes, la lectura obligada del Leviatán, ahora tan vigente para el caso mexicano con la incapacidad del estado para brindar seguridad a sus ciudadanos. Igualmente imprescindibles los ensayos de John Locke sobre el gobierno civil, la tolerancia y el entendimiento humano. David Hume, escéptico, provocador, dispuesto a derribar prejuicios, polemista de altura. Por otro lado, es la época de Newton, Leibniz, Berkeley  y por supuesto Adam Smith y David Ricardo.

Pero en ese tiempo de grandes hombres, Inglaterra padecía una enorme desigualdad: la concentración de la riqueza estaba en pocas manos, al tiempo que venía emergiendo una incipiente clase media de comerciantes y empresarios. No obstante la riqueza concentrada en pocas manos, con casi la mitad de la población en la pobreza, Inglaterra había hecho un siglo antes, las reformas que a Francia le costaron la bastante sangre con la cruenta revolución. Igualaron el pago de impuestos a todos sus súbditos, retirando así los privilegios a la nobleza, tradicionales al viejo sistema feudal (1660). Con los años, este cambio impulsó mayor igualdad social, en un momento de transición política, donde los parlamentarios tomaron el poder, en contrapeso a la monarquía (1688).


Había otros problemas como la violencia y los conflictos religiosos, la Corona impulsó la libertad de cultos por medio del acta de tolerancia (1689). Paralelo a estos vinieron otras innovaciones, no sólo las tecnológicas de la llamda revolución industrial, sino también las fiscales con la creación del Banco de Inglaterra (1694) y por supuesto,  una “revolución financiera” (1696).


Con la profunda herencia de estas reformas, la isla conformada por Inglaterra, Irlanda y Escocia, se mantiene vigente como una monarquía constitucional con unos 61 millones de británicos. Hablamos de una de las democracias más sólidas en el mundo, con una larga tradición de pesos y contrapesos, vigilancia y responsabilidades. Por eso, y tras una serie de auténticos canales de representación, el gobierno inglés es congruente como  expresión ciudadana. Es decir, hay una correspondencia puntual entre el parlamento, el lugar donde se hace las leyes, y el gobierno.


En este sentido, bajo el mando de la Reina Isabel II, los británicos fueron a elecciones el jueves 6 de mayo para renovar más de 600 parlamentarios de la Cámara de los Comunes, de donde posteriormente se definió el primer ministro.  Los comicios fueron cerrados, tal como lo pronosticaron las encuestas. Los conservadores liderados por David Cameron, lograron 306 asientos, mientras el partido laborista del ahora ex primer ministro Gordon Brown sólo obtuvo 258, y los liberales demócratas encabezados por Nick Clegg ganaron 57 asientos en el parlamento. Bajo un escenario de gobierno dividido y sin mayoría (hung parliament), Brown no tuvo más opción que dimitir ante la imposibilidad de llevar un gobierno fuerte, de esa manera, él mismo reconoció y dejó libre el camino para la coalición formada por Cameron como primer ministro y Clegg de viceministro respectivamente.

 


Después de 13 años de laborismo con el sello de Tony Blair y el descalabro imperdonable por la participación inglesa en la guerra de Irak, Brown, su sucesor inteligente, pero también anti carismático, le presentó a la reina su renuncia. Mientras tanto, la reina invitó a Cameron como primer ministro.  El principal tema de las elecciones fue la economía, saliendo a relucir los excesos en el déficit público.  Por lo pronto Cameron de 44 años ha nombrado a su nuevo gabinete, pero al mismo tiempo, el partido perdedor, los laboristas, tiene la obligación de formar una contraparte de ese gabinete, a fin vigilar su desempeño. Es decir, la tarea de gobierno arranca inmediatamente.
El adiós de Brown termina con una época gloriosa de los laboristas bajo el liderazgo envidiable de Blair, que sin embargo, al final de su periodo se vio ofuscado y precitado por la participación de Gran Bretaña en la guerra de Irak, y lo que después se vivió en las calles londinenses con algunos atentados terroristas.

Invitación al gobierno


Al final, la monarquía parlamentaria sigue ofreciendo lecciones, no de perfección política, sino de una menor imperfección democrática que continúa renovándose a bien de sus ciudadanos. Visto desde su propio contexto, el historiador Timothy Garton Ash describió así el momento: “es posible que Reino Unido se convierta en un país más moderno, liberal y federal (en la práctica, aunque no lo sea oficialmente), pero lo va a hacer a una velocidad muy británica, de cangrejo. Estamos aquí de nuevo en la patria del nos las arreglaremos". Si ellos avanzan a velocidad de cangrejo”, ¿nosotros cómo lo haremos en pleno siglo XXI?

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