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Política y ciencia

Carlos Castañon

Más por obligación y urgencia, en las últimas semanas en nuestro país, el papel de la ciencia, y desde luego, de los científicos, fue sumamente valorado. La crisis de la Influenza humana replanteó una vez más, los temas que son cruciales para el desarrollo de un país en el largo plazo. Y es que más allá de las dificultades inmediatas del virus, pareciera que nuestras instituciones sólo reaccionan, en un terreno que exige planeación y alto desempeño, inteligencia e inversión.  Tal como sugirió el sociólogo alemán, Max Weber, la ciencia exige una vocación distinta a la del político, y quizá por eso, la relevancia del trabajo científico se ve ofuscada por la política, que lo domina todo.


No es casualidad, que los países con mayores niveles de desarrollo, son también los que más invierten en investigación científica.  Tanto en los indicadores del Banco Mundial, como los de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), México aparece como el último lugar en incentivos a la ciencia. Dos indicadores al respecto, nos sitúan contundentemente en el atraso: la inversión en investigación y desarrollo; y el número de patentes que logra registrar nuestro país. En el primer caso, en México se destina 0.4% del Producto Interno Bruto (PIB) al desarrollo de investigación científica. En el otro extremo se encuentran países como Suecia con 3.8% de inversión; Finlandia, 3.5%; Japón, 3.4% y Corea del Sur,  3.1%. El promedio de los países que integran la OCDE, refleja un 2.3% de inversión del PIB, como bien lo muestra el estudio “Regions at a Glance”, publicado el 23 de marzo de 2009. 

El segundo indicador tiene que ver con las patentes registradas en el país, es decir, el número documentos en que oficialmente se le reconoce a alguien una invención y los derechos que de ella se derivan. En un bloque de treinta países, México registra tan sólo 2 patentes anuales, por cada millón de habitantes. En contraste, Finlandia registra 271 patentes anuales; Suecia 270; Suiza 275; y Dinamarca 208; tan sólo por mencionar los primeros lugares.


Después de recorrer estas cifras, uno puede entender por qué el único premio Nobel mexicano en el área de la ciencia, Mario Molina, desarrolló sus trabajos de investigación en los Estados Unidos. No obstante, a pesar de las limitantes con las que cuentan los científicos mexicanos, durante la semana, se difundió la buena noticia de que en el Instituto Nacional de Medicina Genómica, se logró descifrar el mapa del genoma mexicano. En otras palabras, la investigación realizada por los científicos mexicanos, y conducida por el  Dr. Gerardo Jiménez Sánchez, permite conocer el genoma humano o el número total de cromosomas que tiene el cuerpo, los cuales son los responsables de la herencia. En este sentido, el valioso estudio, permitirá conocer qué enfermedades podrá sufrir una persona en su vida, pero también generará mejores estudios clínicos para el tratamiento de diversas enfermedades, incluyendo la Influeza. 

Sin lugar a dudas, esta aportación de la ciencia, traerá beneficios para el país. En consecuencia, habría que cuestionar severamente cuáles son los beneficios de la política y los políticos en México, porque entonces, en la práctica, estamos desperdiciando valiosos recursos en la política, los cuales sólo reditúan a unos cuantos. Por ejemplo, es inaceptable, que los gastos de las elecciones sean equiparables a los de la Secretaría de Salud. Mientras la institución de Salud ejerce un presupuesto de 17 mil millones de pesos, el IFE, el TRIFE y los partidos políticos ejercerán este año, 17 mil 689 millones para gastos electorales. Bastante mal está un país que derrocha millonarios recursos, en actividades de poca utilidad pública. ¿No sería mejor invertir en ciencia y tecnología con miras al futuro, con miras a un país mejor, en vez de estar derrochando el dinero de los contribuyentes en causas de dudosa utilidad?

 

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