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Obama y la democracia en América

Carlos Castañon

Si todavía queda alguien por ahí que aún duda de que Estados Unidos es un lugar donde todo es posible, quien todavía se pregunta si el sueño de nuestros fundadores sigue vivo en nuestros tiempos, quien todavía cuestiona la fuerza de nuestra democracia, esta noche es su respuesta. Así comenzó el preciso, entusiasta y bien trabajado discurso de Barack Obama en la noche del martes, después de lograr el contundente triunfo sobre su competidor republicano, John McCain.


Sin embargo, lo relevante de este espectacular fenómeno llamado Obama, no es importante por sí mismo, sino en función de algo más amplio, más profundo. El triunfo de Obama es en realidad una victoria colectiva, no individual. Él mismo en su discurso del triunfo en una plaza de Chicago, remarcó una y otra vez el carácter social de la victoria cuando dice: “hemos sido”, “hicimos”. Y justamente eso es lo que simboliza la crónica del triunfo anunciado de Obama, la renovación y la reivindicación de la democracia norteamericana.


Luego del letargo y deficitario periodo republicano, impulsado con éxito por George Bush, el votante estadounidense avaló no sólo el triunfo de Obama, sino ratificó también el dominio de los demócratas en ambas cámaras del Congreso, esto significa que el proyecto político de los demócratas estará conformado por un gobierno fuerte.


Pero veamos otras lecturas del arribo de Barack al poder de la nación más poderosa. El mito racial se rompió con esta elección. Durante buena parte de su historia, desde el siglo XVIII, Estados Unidos vivía con una sociedad dividida en hombres libres y esclavos negros, después de la abolición de la esclavitud y la Guerra Civil, la situación no cambió mucho, debido a los prejuicios raciales contra los negros. Ya bien entrado el siglo XX y hasta la gestación del Movimiento por lo derechos civiles en los cincuenta, fue cuando se logró hacia finales de los sesenta, el reconocimiento de la igualdad y los derechos. Ahora, en pleno siglo XXI, el votante estadounidense elige a un negro como presidente número 44.


Sin embargo, durante la larga campaña, Barack fue prudente y cuidadoso de manejar un viejo discurso racial, por el contrario siempre insistió en la pluralidad: “es la respuesta pronunciada por los jóvenes y los ancianos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros, blancos, hispanos, indígenas, homosexuales, heterosexuales, discapacitados o no discapacitados. Estadounidenses que transmitieron al mundo el mensaje de que nunca hemos sido simplemente una colección de individuos ni una colección de estados rojos y estados azules”.


Otra forma de ver las elecciones de EU es a través de la derrota del candidato McCain y el digno reconocimiento a su rival de elección. Fue emotivo verlo hablar ante miles de simpatizantes en Phoenix, incluso contener el descontento de los republicanos, para luego reconocer que Obama es su presidente. Se trata de una caracterización clara de la cultura política o cívica de los ciudadanos norteamericanos. Es ya un lugar común, pero no trivial, la democracia requiere demócratas para funcionar. Ciudadanos que creen y asumen la democracia como una forma de vida política.
En el terreno de las disputas, finalmente toda campaña no es más que una guerra sin armas por el poder, la elección del pasado 4 de noviembre no fue muy diferente a otras, en tanto que las críticas entre un candidato y otro fueron y vinieron. Me refiero a llamada “guerra sucia” o golpeteo político. Había ataques y respuestas, y más contraataques entre ambos candidatos, y sobre todo de la visible Sarah Palin. En otras palabras, es el votante estadounidense quien decide que tomar y que no, pero en ningún momento existe un gran censor que les diga a los votantes qué pueden ver y escuchar. Derivado de la reforma electoral en México, aprobada el año pasado, los partidos decidieron no más guerra sucia ni campañas negras, y que sólo ellos, como quien trata con un menor de edad, deciden lo que se dice hacia afuera. 

Al principio de este artículo mencioné la renovación, como parte notable de la democracia norteamericana, una democracia que viene funcionando y evolucionando desde finales del siglo XVIII. Y  precisamente, después de ver la histórica elección, no puede menos que recordar ese memorable libro de Alexis Tocqueville, La democracia en América, escrito en 1835 donde se documenta la cultura cívica de EU y su porvenir, en especial el quehacer democrático de sus instituciones. Durante su viaje por los EU, escribió el intelectual francés: una gran revolución democrática se palpa entre nosotros. La esperanza a la que llama Obama renueva ese sentido del que hablaba Tocqueville. No es por él mismo, sino por lo que implica el conjunto y la posibilidad de un cambio, un New Deal o nuevo pacto. Al igual que en la crisis de 1929, Barack está en un momento decisivo de la historia: “esta noche hemos demostrado una vez más que la fuerza auténtica de nuestra nación procede no del poderío de nuestras armas ni de la magnitud de nuestra riqueza sino del poder duradero de nuestros ideales; la democracia, la libertad, la oportunidad y la esperanza firme”. Lo más difícil, y quizá lo mejor, esté por venir.


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