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Invasión (Starship Troopers)

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Guerra se refiere a un conflicto entre dos o más partes, que implica no sólo un rompimiento de la paz, sino también una lucha o combate entre opuestos, adversarios, grupos o sociedades con intereses encontrados. El enfrentamiento conlleva violencia, muerte y destrucción, y en ocasiones el declive o aniquilación de una civilización. La causa que motiva una guerra parece siempre teñirse de ideas como egocentrismo, superioridad, ansia de poder, marginación, desprecio o necedad; en todo caso subyace una búsqueda por el poder, por ejercer control sobre algo, el exterminio del obstáculo y/o del opositor, o el intento fallido por establecer acuerdos, llegar a consenso o compartir espacios, lo que desemboca en acciones a través de la fuerza. Pero, ¿es la violencia parte innata de la naturaleza del hombre? ¿Por qué no elegir mejor una vía alterna para resolver conflictos, apoyándose en un diálogo que invite al cambio y a enmendar errores, a colaborar y solidarizarse, en lugar de destruir y doblegar? ¿La guerra en realidad es el fracaso de la política?

Invasión (EUA, 1997), con título original ‘Starship Troopers’, es una sátira de la política de la guerra, el fascismo y el gobierno militar, que atina con su humor negro la crítica a los sistemas de control, alienación y autoritarismo, en este caso ambientado en un futuro distante, el siglo XXIII, en el que el mundo está en medio de una guerra espacial con una especie alienígena, los Arácnidos. Dirigida por Paul Verhoeven y escrita por Edward Neumeier, la película de ciencia ficción está basada en la novela homónima de Robert A. Heinlein, publicada en 1959. Protagonizada por Casper Van Dien, Dina Meyer, Denise Richards, Neil Patrick Harris, Patrick Muldoon, Clancy Brown y Michael Ironside, la cinta toma como eje a tres amigos, Johnny, Carmen y Carl, que se enlistan en el servicio militar de dos años apenas finalizando la preparatoria, para así convertirse en ‘ciudadanos’.

En este mundo ficticio, el ‘ciudadano’ es aquel que ha ‘cumplido con su deber de servir’, combatiendo en la guerra contra el planeta Klendathu, de donde vienen los bichos gigantes. Sólo entonces la persona tiene derecho a votar y a aspirar a un cargo político, entre otras cosas, por lo que el servicio se convierte en incentivo para muchos jóvenes en busca de oportunidades, algunos motivados por encontrar más tarde un camino libre para desarrollarse como personas, ya sea al conseguir más fácilmente un permiso para tener hijos o un apoyo económico para continuar sus estudios, pues los ciudadanos pueden solicitar estos u otros beneficios finalizado su servicio (si sobreviven al campo de batalla, sobra decir).

El servicio militar es sobre todo un filtro que sirve para varios propósitos: sumisión, obediencia, acondicionamiento, disciplina, y control político-social, reforzado con una propaganda mediática que enaltece la labor del ‘ciudadano’, al que califica como héroe (premiar logros de guerra evita que el joven note que es explotado), y alimenta el deseo de las personas para formar parte de esta pirámide jerárquica, donde el oficial de mayor cargo es más ‘respetado’; ‘servir al planeta’ es ‘hacer lo correcto’ y odiar al alienígena es ‘patriótico’. Una cultura de pensamiento que incentiva la xenofobia, la discriminación y el racismo.

Como cada persona está marcada por el cumplimiento de su formación militar, y todo lo que esto conlleva, aceptan, sin darse cuenta, dejarse someter y ser moldeadas, sobre todo en su forma de pensar y vivir, según los intereses del gobierno, que maneja los sistemas que rigen a la sociedad y coordinan, controlan y dirigen el contenido sensacionalista y radical en los canales oficiales de información, donde incentivan la violencia, la noticia amarillista gráfica y el castigo inclemente al que incumple las normas. El recluta no sólo se compromete a pelear, sino a ‘servir’ en todo lo que requiera el gobierno. Reciben entrenamiento detallado en el uso de armas, experimentan la muerte en el campo de batalla, aprenden a seguir órdenes y acatar mandatos, o a moverse y decidir, o la sensación de hacerlo, siguiendo la formación en masa del grupo al que pertenecen, pues, incluso al interior del ejército, cada rama militar (infantería, marina, fuerza aérea, inteligencia) refuerza su sentido de identidad y pertenencia.

La historia quizá no muestra explícitamente cómo repercute todo esto en la sociedad, pero lo plantea suficientemente claro, con ejemplos sutiles, como para entender que el régimen militar que dibuja con su narrativa es dictador, autoritario y, por ende, opresor e injusto, que enseña y condiciona a las personas no sólo a no sobresalir, sino a celebrar el orden tirano que rige su ciegamente celebrada y nunca cuestionada realidad militar, impuesta como solución a los problemas (las protestas, el individualismo o el levantamiento de las minorías, entre otros), convenciendo a las personas que la mano dura es necesaria para que haya orden, que el patriotismo es sinónimo de responsabilidad social y que el pensamiento crítico es individualista y va en contra del sistema, todas ideas falsas pero implementadas para hacer que la gente siga la corriente, por inercia y repetición, antes que intentar razonar y elegir por cuenta propia. ¿Creen estos jóvenes realmente en los ideales de su gobierno y de la guerra, o sólo los repiten sin analizar? ¿Se enlistan porque defienden con convicción lo que su sociedad reclama, o porque no existe en su mente la opción de elegir algo diferente?

Es gracias a su humor negro que la historia señala reflexivamente los huecos de un sistema fascista que enaltece el nacionalismo, oprime a las minorías y conduce a la violencia, porque a través de estas decisiones velan por los intereses de lo que manejan los hilos o mueven las piezas, no para la sociedad a la que se supone sirven, sino en favor de la jerarquía militar en el poder. En la historia, el gobierno toma al adolescente apenas llega a su mayoría de edad y lo envía a un condicionamiento de disciplina exagerado, rígido e inflexible, empujándolo a una muerte casi segura, bajo la falsa promesa de realización personal, profesional y supuestamente ética, disfrazado de valores como compromiso, responsabilidad y coraje, un sacrificio del que el individuo no tiene ningún control, incluso tratándose de su propia persona.

¿Cómo enfrentarse a esta ideología persuasiva? ¿Cómo negarla, razonarla o retarla, cuando todo alrededor la alimenta y la refuerza? Los libros de texto, los medios de comunicación, las arraigadas enseñanzas culturales e ideológicas del contexto y el constante recordatorio de que ante el ‘enemigo’, ayudar, apoyar y hacer algo no es suficiente, si no se hace dentro del servicio militar y en colaboración con el gobierno, son parte del permanente bombardeo del que es víctima la persona, con el fin de que termine por aceptar y promover la realidad opresora en que se ha acostumbrado a existir. ¿Cómo buscar soluciones alternas si no hay camino abierto para que existan? ¿Cómo contrarrestar y pelear por el derecho a la libertad, a la expresión y al crecimiento personal, cuando retar las ideas establecidas es mal visto, porque va en contra de lo socialmente aceptado?

Un mundo extremista como el que aparece en pantalla suena absurdo, pero es esa exageración a manera de burla lo que permite a la narrativa reflexionar sobre estos temas, presentes en las sociedades dominadas por un grupo en el poder que ataca, reacciona y somete, antes que evaluar situaciones y elegir medidas a favor del progreso, no el aleccionamiento. Sociedades que celebran al que encaja en el molde perfecto, al que se somete sin cuestionar, y que sólo se aprovechan de las mentes inventivas, propositivas e inteligentes, para servir de escalón a los otros.

Las habilidades psíquicas de Carl lo llevan a entrar al departamento de inteligencia; las aptitudes sobresalientes de Carmen la colocan en la fuerza aérea; pero las pocas aspiraciones de Johnny, que se enlista sólo porque su novia lo hace, y sus bajas calificaciones que demuestran poca destreza mental, lo llevan al único lugar viable donde puede ser ‘útil’, al no tomarse en cuenta ninguna otra de sus capacidades: la infantería, donde se convierte en un número más de los muchos que está ahí para ‘pelear y morir’.

“¿Cuál es la diferencia moral entre un civil y un ciudadano?”, le pregunta a Johnny uno de sus profesores, el veterano de guerra y teniente, Rasczak. “El ciudadano acepta la responsabilidad por la seguridad del pueblo, defendiéndola con su vida”, contesta él. “¿Pero, lo entiendes? ¿Lo crees?”, le insiste el profesor, invitando así a reflexionar varias ideas clave; por ejemplo, cómo las personas repiten sin entender las leyes, ideas, órdenes y aseveraciones dadas por el colectivo o el gobierno, reproduciendo después la información sin verdaderamente razonar lo que significa. La pregunta ahonda también en la forma como muchas veces con palabras rebuscadas se esconde el verdadero significado de las cosas, apostando porque la mente del receptor carezca de la habilidad para reflexionar el contenido ideológico inmerso en su contexto.

El trasfondo de la guerra entre humanos y especies alienígenas también tiene su importancia en la narrativa, pues plantea preguntas sobre ideas como tolerancia, respeto y dominio. Aunque los dirigentes del gobierno plantean la posibilidad de que los bichos estén atacando simplemente como forma de defensa ante la invasión de los humanos a su territorio, su discurso de acción no evita, finalmente, rodearse de conceptos como ‘dominio’ y ‘superioridad’. Pero si los insectos fueron provocados, estarían en su derecho de defenderse, el problema es que esto no empata con la idea de colonialismo y conquista que rige la mentalidad de este hombre. Si la guerra es necesaria y se necesita de soldados que acaten órdenes, para asegurar no sólo su supervivencia, sino la salvación de la humanidad, se necesitarían líderes que se muevan bajo códigos de honestidad y honor. Pero el dictador no se mueve así.

En la cinta, algunos cuantos abogan por una política de tolerancia, diálogo, acuerdo y entendimiento, pero la sociedad ya está tan acostumbrada a destruir antes que colaborar, que no permite que se tome este camino. El humano no concibe que el Arácnido piense y por ende se ‘defienda’, por su propio narcicismo ciego y necio, que lo cree por encima de la otra especie. El objetivo de atacar para destruir a los arácnidos es por deseo de demostrar la supremacía del humano y, si pretenden tomar prisionero al líder de los insectos es para infundir miedo. “Los humanos pensamos que somos el más grande logro de la naturaleza. Pero no es verdad”, les dice a los estudiantes de preparatoria una de sus profesoras. Si el gobierno no acepta el camino hacia la conciliación es porque no le conviene, porque es más fácil justificar ver a la otra especie como inferior, antes que como un igual; una que debe ser ‘o rescatada o exterminada’, antes que respetada y valorada. Si subestiman la capacidad del ‘enemigo’ es por un egocentrismo autoalimentado. Creer que los insectos sean inteligentes y planeen sus ataques estratégicamente, bajo las órdenes de un ‘bicho cerebro’, es tachado como ridículo, porque un ‘insecto’, histórica y culturalmente asumido como ‘inferior’, no requiere ser visto más que como algo prescindible y débil, lo sea o no.

El servicio militar dice ‘Enlístate y salva al mundo’, pero la frase carga con muchas connotaciones reaccionarias que alimentan ese constante sentir de superioridad, al tiempo que omite explicar qué responsabilidades, sacrificios y obligaciones de fondo conlleva realmente enlistarse. Se les convence a los jóvenes haciéndoles presa de la ‘cultura del miedo’, del temor a los insectos, que se traduce en odio a ellos o a cualquier especie desconocida, un temor al declive o al cambio de la sociedad como la conocen, una necesidad por ‘ganar’ y pasar sobre el otro, a fin de cumplir las necesidades propias, rechazando a los que no se suman a la causa, bajo la etiqueta de ‘no patriotas’ (o ‘revolucionarios’).

“Forma tus propias conclusiones. Es tu única libertad genuina. Usa esa libertad. Toma tus propias decisiones”, le recalca Rasczak a Johnny. Lo que le pide es importante, pues habla de pensar con autonomía, analizar su realidad y descubrir su propia identidad. Si Johnny no lo hace es porque no tiene las armas de la razón para hacerlo, ni tiene el espacio social para intentarlo (prácticamente nadie a su alrededor lo intenta tampoco); esa actitud indiferente de la generación alienada, cautiva desde su formación escolar, es un importante eje de reflexión sobre la formación de las nuevas generaciones, incluso y especialmente en la actualidad. Si el gobierno enseña e invita a sus ciudadanos a la violencia, al rechazo al otro, al extraño, al uso de armas y la defensa, no de los valores, sino de los colores patrióticos de una ideología específica (gobierno, marca empresarial, figura pública, colectivo, etcétera), ¿no son la decadencia y la destrucción algo inevitable?

¿Cuánto tardará para que el hombre termine por aniquilarse a sí mismo? ¿Cómo puede el individuo crecer y la sociedad evolucionar, cuando no sabe cómo luchar por sus derechos, porque nunca ha trabajado por ganárselos, o cuando su alrededor le inculca la idea de celebrar la invasión, la destrucción y la inhumanidad, antes que la diversidad, la cooperación y la creatividad? ¿Cómo puede el gobierno tan fácilmente hacer a su ciudadanía cómplice de sus planes de exterminio, subordinación y control, sin que nadie diga nada? La guerra es una forma de colonialismo geopolítico, pero la propaganda, la educación, el adoctrinamiento, la disciplina que fracciona en grupos, son expresiones de esa mentalidad guerrera y autoritaria; y aunque la película es una sátira, el género, no hay que olvidar, siempre tiene su base en una realidad concreta.

Ficha técnica: Invasión - Starship Troopers

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