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El cisne negro

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El lago de los cisnes es un cuento en cuatro partes que relata la historia de un príncipe enamorado de un princesa convertida en cisne por un embrujo; el príncipe es engañado por un hechicero que hace pasar a su hija, una bruja, como la princesa, para que el joven se enamore de ella y la magia que mantiene a la doncella y sus damas como cisnes nunca se rompa. Al final, la princesa y el príncipe deciden sacrificarse en nombre de su mutuo amor, lo que rompe el hechizo para el resto de las doncellas.

El cuento de hadas es frecuentemente puesto en escena por compañías de ballet, si bien, en ocasiones, suelen darle su propio giro a la historia y a la enemistad entre el cisne blanco (la princesa) y el cisne negro (la bruja), opuestos absolutos que a su vez juegan con la idea de espejismos. En El cisne negro (EUA, 2010), esta dualidad entre el blanco y el negro, el bueno y el malo, la maldad frente a la perversidad, es el eje en torno al cual se construye la película, dirigida por Darren Aronofsky y escrita por Mark Heyman, Andres Heinz y John McLaughlin.

Natalie Portman, Vincent Cassel, Mila Kunis, Barbara Hershey y Winona Ryder, son los actores principales personajes en la historia. La cinta fue nominada a 5 premios Oscar (mejor película, director, actriz, cinematografía y edición), obteniendo un galardón, el de mejor actriz para Portman, y sigue la historia de Nina, una callada e introvertida bailarina de una compañía de ballet de Nueva York, quien persigue la oportunidad para convertirse en la nueva estrella de la próxima puesta de la obra, que corre a cargo del director de escena Thomas, que tiene planeado estrenar El lago de los cisnes, pero con la misma bailarina en los papeles principales antagónicos, a saber, el cisne negro y el cisne blanco.

Nina, no obstante, tiene varios obstáculos frente a sí que le harán difícil avanzar; algunos incluso autoimpuestos. Su madre sobreprotectora y controladora, quien constantemente la descalifica, la trata más como una niña que como a un adulto autosuficiente, o como una persona con necesidad de madurar, en parte porque la mujer deposita en su hija sus propias frustraciones de fracaso, pues como bailarina dejó su carrera para hacerse cargo de la niña. Su presencia es un constante punto de presión, que demanda una disciplina enfermiza, fiscalizada e inflexible, lo que pone a Nina en un punto límite a punto de estallar y que al mismo tiempo no le permite explorar el mundo más allá de las órdenes o percepciones de su madre.

Pero más importante para Nina, en parte como consecuencia de la relación tóxica con su mamá, es que no tiene la mínima experiencia de vida que le dé una opinión propia de su contexto; no sobre relaciones sociales o sexuales, pero tampoco sobre conceptos como autosuficiencia, adaptación y retos, lo que afecta su capacidad para enfrentar el mundo y de paso asumir el papel principal del ballet, pues Nina no conoce de cometer errores, tener que levantarse sola de las caídas y aprender de la experiencia, ni sabe cómo tratar a las personas, producto de una falta de contacto con el mundo, pero también de la acartonada ficción que su madre dibuja en su mente, diciéndole qué decir, qué hacer y qué pensar, del exterior, del ballet y hasta de sí misma.

Thomas sabe que la sensibilidad e inocencia del cisne blanco es algo que Nina fácilmente puede lograr, pero duda que la joven sea capaz de asumir el papel de la seductora y arriesgada mujer detrás del cisne negro, porque Nina simplemente no es así; su fragilidad, que bien se acomoda al perfil del cisne blanco, no la hace complicada e imperfecta, sino vacía y seca, poco interesante porque carece de una identidad más allá de ser la hija obediente de su madre o la estudiante y bailarina aspirando a la pulcritud, en su estilo de baile pero también en su rutina diaria, lo que hace que a su alrededor la gente la perciba como víctima, puritana, engreída o ‘estirada’ y, a veces, todo junto.

Su actuar callado e inseguro, dudoso de todo, incluso de ella misma, no empata con un cisne negro que debe moverse con astucia, audacia y decisión. Puede fingirlo, porque no tiene que ser en la vida real como el personaje que representa, la pregunta es si será capaz de hacerlo, de arriesgarse y dar el paso con determinación que convenza. Ante la sugerencia de Thomas de que debe ‘convertirse’ en el cisne negro, un consejo que básicamente le pide a la joven que ‘viva la vida’ para que aprenda de ella, Nina parece asumirlo de forma casi literal, combinando una curiosidad por el reto con un miedo paralizador al fracaso, lo que expresa una forma de pensar algo infantil, pues repite y copia para lograr la apariencia de algo, en lugar de entender, aprender, cambiar y madurar en el proceso.

Acostumbrada a callar y acatar, Nina no tiene voz propia y esto se nota en el escenario, e incluso fuera de él. Ella se mueve de forma mecánica mientras baila porque realiza los pasos de memoria, repitiendo acciones en lugar de ‘sentirlas’. Está tan obsesionada con la perfección, que sus movimientos se sienten ensayados, su mirada acartonada y su presencia aburrida y tediosa. No atrae porque su persona emana apatía e indiferencia, en lugar de simpatía, pasión y sentimiento; por ende, Thomas encuentra frustrante que Nina no entienda el trabajo artístico de quien lo representa, que sea incapaz de expresar lo que el personaje debe transmitir en cuanto ser viviente que ama, sufre, lucha y se sacrifica. La bailarina, la artista no sólo se mueve, interpreta; y el intérprete no sólo repite y actúa con técnica, lo debe expresar con sus movimientos, voz, gestos y sentires.

El estrés combinado con la obsesión, la duda en su persona y sus capacidades (se cree la mejor bailarina, hasta que alguien le dice que no lo es), junto con el miedo al fracaso, todo va dejando su huella en la salud mental de Nina, quien entra en conflicto cuando Thomas la regaña por fallar en algo para lo que ella no se permite claudicar, por mucho que lo intente y no lo logre. La llamada de atención para Nina, que en casa no tiene la oportunidad de crecer, ni mental ni emocionalmente, lo asume como una humillación, no como una simple observación o crítica positiva, y luego toma como estandarte complacer al director, equivocadamente, dado que querer cumplir con las expectativas de otros, su madre incluida, es lo que la tiene tan tensa, confundida y molesta consigo misma, pues Nina no vive para Nina, sino para los demás. Es dependiente emocionalmente de su madre y necesita el reconocimiento explícito a su esfuerzo para sentirse bien o, de lo contrario, se sume en más confusión y frustración.

Celosa de la actitud libre, desenfadada y simpática de Lily, una nueva bailarina que Nina siente compite con ella, más el impacto de saber que la bailarina principal a la que reemplazó, Beth, desplazada por su edad y ahora caída en desgracia tras un accidente que le dejó los huesos de las piernas destrozados, Nina comienza a alucinar y perder claridad de lo qué es real y qué es producto de sus demonios internos. Se convence de que Lily y Thomas confabulan en su contra, para que la otra bailarina tome su lugar en el ballet. Si esto es cierto o no, todo es cuestión de perspectiva. Se imagina entonces transformándose en el cisne negro y siente que el mundo está enfrentándola para no sobresalir. Todo está en su mente, el problema es cuando se convence que no, que es real y, en respuesta, en lugar de resolverlo con inteligencia, con astucia y decisión, se siente amenazada, se queja, se frustra y explota.

Lily la invita un día a irse de fiesta, drogarse y emborracharse, lo que resulta en que Nina llegue tarde a los ensayos de la mañana siguiente y una Lily más fogueada con el estilo de vida de la aventura, se presente lista para reemplazarla en el escenario. La pregunta de si Lily le ofrece una mano aparentemente amiga que Nina no sabe administrar por inmadurez o si Lily la perjudicó a propósito, es la duda que taladra la mente de la protagonista, que cada día se vuelve más paranoica, a su parecer con fundamento, pero que la narrativa deja ambiguamente abierto para que el espectador saque sus propias conclusiones. Lo observable es que Lily parece que siempre está ahí cuando Nina comete errores, lista a aprovechar sus caídas, lo que para fines prácticos no significa que Lily conspire en su contra ni que sea una absoluta oportunista, pues ese es su trabajo, como su substituta y, además, la aspiración de cualquier otra integrante del grupo de bailarinas, aunque tampoco se descarta que actúe con malas intenciones.

Esa es la diferencia entre Lily y Nina; la chica nueva no presiona, atrae al otro, expresa simpatía, convence con una personalidad completamente opuesta que más opta por, en efecto, la seducción que caracteriza al cisne negro, pero también, sin malicia, la persuasión y la accesibilidad, que es lo contrario al control exagerado de Nina, actitud que provoca el efecto opuesto, porque en lugar de ayudarla a tener claro lo que hace y lo que sucede a su alrededor, termina por alienarla consigo misma y a aislarla del mundo.

¿Quiénes son entonces el cisne negro y el cisne blanco en la historia? Nina mira a Lily como su rival, como su enemiga, como la ‘mala’, pero hay una diferencia entre que lo sea y que solamente sea así como lo perciba ella. No tarda además para que la joven comience a verse a sí misma como ambas versiones del personaje, como la frágil y delicada, pero también como la impetuosa y vivaz que, según la obra, tiene por camino destruir al cisne blanco para triunfar en su deseo por quedarse con todo, que es en el fondo lo que Nina siempre ha querido, éxito y reconocimiento. Nina se mira como la nueva Beth, pero se horroriza al ver el destino final de la otra bailarina y esto lleva a preguntar si no es eso lo que Nina asume como su destino inevitable. El precio por la excelencia, el sacrificio por la perfección, el éxito temprano que no puede volver a lograrse.

Si Nina en un punto se mira a sí misma como ‘la buena’ y ‘la mala’, ¿es porque realmente lo es o porque se asume como tal, con todo lo que esto implica? Constantemente se ve en el espejo y es ahí donde primero aparece su ‘otro yo’, pero ¿qué tanto está diciendo la película que su transformación es producto de su confrontación consigo misma, su confusión respecto a quién es y quién desea ser, o la decadencia de su alma, hundida en el dolor, el miedo, la frustración y el estancamiento?

“En la muerte encuentra libertad”, dice Thomas cuando explica su visión sobre el personaje principal en El lago de los cisnes. Esto es lo que le sucede a Nina, presa de sí pero también (permitiéndose ser) presa de los demás, anhelando una perfección que cree es lo único válido, pero que, por más que presiona, no logra alcanzar ante los ojos de los demás. Nina quiere el aplauso y la excelencia porque cree que eso le dará el distintivo de superioridad y culminará en éxito, pero en ello su mente se pierde en las distorsiones idílicas, no realistas, que tiene de todo y de todos. En el cuento de hadas, el cisne se sacrifica por amor; pero, en la película, ¿qué es por lo que se sacrifica Nina?, ¿la sensación de amor del prójimo o el desesperado intento por alcanzar lo que cree le permitirá amarse a sí misma?; ¿o ninguna de las anteriores, sino sólo la puerta falsa ante la incapacidad de ser y trascender (sentir y vivir), que resuelve con la muerte?

Ficha técnica: El cisne negro - Black Swan

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