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Fama

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Fama es el conocimiento que la gente tiene de alguien o de algo, en atención a la opinión favorable o de admiración que se tiene de esa persona o acontecimiento, que lo coloca en calidad no solo de ampliamente conocido, sino que también es bien calificado, aunque se da el caso de que prevalezca una opinión negativa, convirtiéndose así en mala fama. Cuando el refrán dice que ‘la fama es efímera’, se refiere a que las condiciones para que algo o alguien encuentre este reconocimiento, fluctúan y se mueven alrededor de factores no estáticos, sino cambiantes según las condiciones, el contexto, las personas, las opiniones, las modas y la realidad social, organizativa y hasta política-económica del mundo que le rodea. La fama es pasajera, porque tan rápido puede llegar como irse, pero también se refiere a que la fama realmente no otorga un sello trascendental; importa al momento, pero no determina nada más allá de ese instante en que adquiere el calificativo.

¿Por qué entonces, el hombre en cualquier sociedad llega a obsesionarse tanto con la fama? En parte porque ese reconocimiento en positivo le otorga seguridad y autoestima, pero en parte también porque puede usarse como muletilla de superioridad y sinónimo de éxito, que es como se le asocia, relacionándosele como señal para sentirse realizado y productivo, en bienestar, no sólo personal, sino también social.

En Fama (EUA, 1980) la historia sigue a un grupo de estudiantes de una academia de artes de Nueva York, que durante cuatro años de aprendizaje y formación se preparan para el competitivo mundo artístico, de música, baile o actuación en que planean desenvolverse. Escrita por Christopher Gore y dirigida por Alan Parker, la cinta estuvo nominada a 5 premios Oscar, de los que ganó en dos categorías, mejor banda sonora y mejor canción original (Fame). Protagonizada por Irene Cara como Coco, Lee Curreri como Bruno, Paul McCrane como Montgomery, Barry Miller como Ralph, Gene Anthony Ray como Leroy, Maureen Teefy como Doris, Laura Dean como Lisa y Antonia Franceschi como Hilary, la película plantea con el abanico de personajes que presenta las muchas historias de vida posibles alrededor de ideas, sueños, expectativas, anhelos, talento, preparación o pasión, entre otros. Comenzando con las audiciones para ingresar a la escuela y recorriendo cada cambio significativo en la vida de estos chicos, la película ofrece una mirada a lo que significa disciplina, oportunidad, asertividad y crecimiento en el mundo, artístico, pero que demuestra la realidad de competitividad despiadada del moderno mundo escolar y laboral, en el camino que el individuo enfrenta sobre su futuro y el cómo lo forja, según decisiones, pero también preparación.

Coco es una joven talentosa en su habilidad para el baile, el canto y la música, ansiosa por el éxito y consciente de que el espectáculo es un mundo de apariencias. No deja ver a sus compañeros su vida personal más allá de la escuela, para mantener una idea o imagen específica alrededor de su persona y se guía por una actitud emprendedora, como presentarse en fiestas para ganar dinero, para ir ganando experiencia en el mercado laboral pero sobre todo obtener dinero. Cegada, no obstante, por la meta que tiene enfrente, es fácil de apantallar, como cuando alguien la engaña diciendo que es un agente de talentos, para grabarla desnuda en una supuesta audición para una película.

Bruno, otro estudiante, es multifacético y bien preparado; apoyado y apreciado por su padre, choca con la disciplina tradicional de la escuela a la que considera conservadora y cerrada a las nuevas ideas. Renegando de las reglas que los profesores imponen para formarlo críticamente, lo que Bruno desea es experimentar con nuevos sonidos, lo que le hace decir que está demasiado adelantado, musicalmente hablando, a su época, lo que en parte es cierto, pero no totalmente, pues mientras no mire la utilidad de conocer la historia musical que le enseñan en clase, no podrá entender al mundo artístico que pretende revolucionar. Finalmente entiende que la música, ante todo, es para compartirse con otros, porque el arte no es para guardarse en un cajón, algo que Bruno siempre hacía, temeroso a la crítica y el rechazo.

Montgomery busca excelencia, dado que carga con el peso de la fama de su madre, una reconocida actriz que se ha dedicado tanto a su carrera que su hijo se siente abandonado, ocupando un lugar secundario en la vida de su madre. Con la mirada fija en hacer todo conforme a las reglas, Montgomery entra en conflicto cuando su vida personal parece no adecuarse al molde, dado que su homosexualidad es mal vista, pues en esa época choca con los valores más tradicionales y conservadores de la sociedad, razón por la cual podría entenderse por qué está tan interesado en el arte como medio de expresión, pero que a su vez es asumido como un medio libre y abierto, que acepta la diversidad, en lugar de negarla o juzgarla.

Ralph es un chico acostumbrado a esconderse en las apariencias, rechazando o burlándose del prójimo como forma de autoprotección y camuflaje. Su inseguridad radica en una dificultad para encontrar su propia identidad: su nombre es Raúl García, pero se hace llamar Ralph Garci para ‘encajar’, para parecer más italiano que latino, creyendo que esto, estando en Nueva York, le ganará más aceptación, tomando en cuenta el discurso social de discriminación al inmigrante latino. En la época que se ubica la historia, la comunidad italiana ya ha ganado presencia en sectores de la sociedad neoyorquina y él cree que puede beneficiarse de ello. Ralph tiene que cuidar de sus hermanas dado que en su círculo familiar los padres están ausentes, lo que provoca que le pese la responsabilidad familiar y responda con rebeldía. Se inscribe en la escuela porque su actor favorito acudió a esa academia (sin un padre que lo guíe, se forma su propia figura paterna), pero por eso mismo entra en crisis cuando alguien pregunta quién es el verdadero Raúl. Al final, cuando encuentra una oportunidad de éxito, como comediante en un foro abierto, lo deja todo por dar prioridad a los aplausos, sólo para descubrir que el triunfo de la noche a la mañana no es sinónimo ni de maestría ni de estabilidad. Ralph es así ejemplo de muchos jóvenes como él, que dejan todo por la apariencia de la más vistosa oportunidad, que aceptan sin pensar, sólo para descubrir que el aplauso es pasajero.

Leroy a su vez es buen bailarín por naturaleza, pero en el mundo no basta con ser bueno en algo, hay que pulirlo y eso se hace con esfuerzo, preparación y conocimiento. Leroy llega casi por accidente a la academia, cuando se presenta no para hacer una audición, sino para acompañar a una amiga en su presentación. Su pasión por la danza hace que la vea como un pasatiempo, no como una oportunidad a futuro, además de que su falta de formación académica se hace evidente cuando sus profesores le exigen disciplina, lecturas, ensayos, reportes de libros y demás, dado que Leroy no sabe leer, producto de un ambiente socioeconómico que ha limitado su formación. Para el chico la escuela no llega a significar nada más, sino hasta que alguien le ofrece un puesto en una compañía de baile, para lo que tiene que conseguir su título de graduado.

Doris por su parte es insegura y sobreprotegida por una madre que sueña, más que ella, en entrar a la academia. Apasionada y dedicación son el sello que le gana profesionalismo y disciplina, lo que al mismo tiempo la empuja a experimentar con nuevas emociones, todo para salir de la burbuja en que su madre la tenía, una mujer interesada en que Doris gane conexiones para triunfar en el medio, por lo que le dice todo el tiempo qué hacer, cuando la joven lo que quiere es ‘vivir’, salir de fiesta, conocer chicos, hablar con la gente, reírse de las caídas o aprender sobre las dificultades o los pequeños triunfos de la vida. Con el tiempo la joven cambia, se adapta y aprende, de la escuela sí, pero más significativamente, de la ‘escuela de la vida’, cuando sus compañeros se burlan de su recato, cuando se reta a ser mejor actriz conociendo las historias de personas diferentes a ella o cuando vive una decepción amorosa, a cargo de Ralph.

Hilary es la hija única de una pareja adinerada, de vida privilegiada y suficientes contactos como para abrirle paso en cualquier compañía de baile que ella desee. Cumple con las clases y los estudios porque es el requisito mínimo que su familia le exige, vehículo transitorio mientas consigue algo más ‘excitante’. Como alguien con todo a la mano y ningún esfuerzo necesario para alcanzar sus metas, Hilary provoca la envidia de sus compañeras, pero por eso mismo se vuelve víctima del sufrimiento en soledad, del aislamiento como forma de rechazo social. Especialmente cuando debe afrontar las consecuencias de sus decisiones y el peso de sus errores, eligiendo abortar en favor de obtener un puesto como bailarina que le ofrecen en otra ciudad; embarazo resultante de una relación casual sin precaución.

Finalmente está la desenfadada, despreocupada y ambulante Lisa, cuyos estudios significan la carta de presentación que la coloca en el acomodado intermitente de la vida adulta. Lisa no trabaja, porque ‘está estudiando’. Se autoconvence que bailar es ‘todo lo que siempre quiso en la vida’, pero no porque lo crea, sino porque ese es el discurso que le dice al mundo para excusar su estilo de vida. Sin embargo, su profesora de baile nota que no se esfuerza ni tiene aptitud o pasión para la danza, en parte porque a Lisa realmente no le interesa preocuparse por sobresalir o aprender, sino ‘ocuparse’ por cuatro años. Lisa, animada más en el chisme, el cotilleo y la socialización, entra en conflicto cuando su profesora decide darla de baja, en esencia porque la muletilla de vida que ha elegido en la escolaridad, podría acabarse. Ante el dilema y luego del berrinche, Lisa opta por el camino ‘fácil’, uno que no le haga realmente afrontar el reto, sino rodearlo: transferirse como estudiante al departamento de arte dramático.

Cada una de estas vidas ejemplifica diversos escenarios sobre crecer, madurar, experimentar y aprender, sobre las presiones familiares y sociales, sobre los tabús, el arte, la dedicación, el fracaso, el miedo, la inseguridad y la habilidad para la adaptación. Por ejemplo, Lisa quiere ver el mundo con la misma actitud que Hilary, a quien admira por su dinero, amistades y vida de lujo, pero no puede hacerlo porque ella no es Hilary, ni en su habilidad como bailarina ni en su posición social, ni física ni mental o emocionalmente, ni en sus aspiraciones a futuro o realidades del presente. Así mismo, Doris cambia su forma de ser y ver el mundo porque comienza a relacionarse con otros puntos de vista y perspectivas, opiniones y vivencias, así que cuando aprende de la realidad y del contexto de la gente a su lado, su mente y comprensión del mundo se expande y le ofrece una nueva mirada, lo que es, en esencia, madurar. Bruno por su parte teme a la crítica, pero Ralph también, a su manera, o Coco, cuando deja ver que tanta preparación y actitud emprendedora es respuesta al temor de fallar y nunca alcanzar el éxito, pese a sus muchas aptitudes. Lo que es, para fines prácticos, el constante presente en la vida del joven adulto en formación y a punto de enfrentar la responsabilidad de madurar, de desenvolverse en el mundo laboral y productivo, en un reto que le implica aprender a conocerse a sí mismo y reconocer habilidades, defectos, oportunidades y perspectivas.

Cada estudiante es producto de su realidad socioeconómica, del papel de sus padres, su contexto cultural y afectivo, sus metas, anhelos y esperanzas; pero su punto de partida no es nada sin la decisión que enfrentan para hacer algo con todo eso que los hace ser quienes son. Un Leroy que siempre ha salido adelante solo, sin lealtades pero tampoco apoyo, no mira los estudios de la misma manera que Montgomery, que aunque también solo y peleando por demostrarle al mundo que puede salir adelante siendo quien es, elige, a diferencia de Leroy, apoyarse en amistades que le aporten algo, en lugar de optar por relaciones pasajeras que lo mantengan en el aire, sin aterrizar en nada concreto, que es finalmente lo que hace Leroy, hasta dase cuenta que necesita de una recomendación de sus profesores, a quienes nunca se acercó precisamente por el rechazo no sólo a la autoridad, sino a la relación de aprendizaje que pudiera darse entre ellos.

La escena de confrontación es particularmente interesante porque Leroy no duda en abordar a su profesora en el hospital, donde tiene un familiar enfermo. Para Leroy el profesor no es nada más que una figura representativa, profesor en el aula, corrector de tareas o autoridad que exige disciplina, no un humano con vida, sentimientos y preocupaciones propias. “¿Es que no piensan en nadie que no sean ustedes mismos?”, reclama la profesora cuando lo ve en el hospital y en lugar de actuar con respeto conforme al contexto, el chico la aborda como si nada, como si en ese mismo instante estuvieran a mitad de la escuela, en horas laborales. Expresa así no sólo insensibilidad ante el sufrimiento ajeno, sino su incapacidad para comprender que si requiere apoyo, respaldo institucional o personal, debe crear las condiciones para ello, requiere cambiar su actitud de rechazo hacia un trato respetuoso con sus compañeros y profesores. De otra manera los conflictos lo acompañarán también en el mundo laboral.

La figura de los profesores es sin duda importante durante estos cuatro años para los alumnos. Les hablan dura y críticamente sobre el futuro que les espera, en un mundo con muchos talentos ansiosos por salir a demostrar su valía, pero pocas oportunidades para lograrlo. El discurso realista no es para asustarlos, es para otorgar una dosis de honestidad a una mente joven marcada por los anhelos y los sueños basados más en fantasías que probabilidades. Cada maestro recalca que la vida del artista estará llena de rechazos, no forzosamente porque no estén bien preparados en el ramo en que se desenvuelvan, sino principalmente porque no todo intento por triunfar termina consolidándose. Las palabras son fuertes, pero necesarias, y llegan, no obstante, a más oídos sordos que receptivos, porque el joven necesita tropezar para entender y aprender, y fracasar para esforzarse más para comprender y aprender mejor.

Al inicio de la película, el día de las audiciones, los profesores piden a los estudiantes demostrar quiénes son ellos, no lo que pueden o no pueden hacer; finalmente, como estudiantes, están ahí para aprender. La idea es que la variable importante no es qué tanto sepan ya los estudiantes, sino qué tanto pueden absorber y ofrecer al mundo. Actuar bien no es decir cada línea correctamente memorizada, o bailar cada paso con ritmo y cadencia precisa, o tocar cada melodía conforme al orden de las notas; no, bailar, cantar o interpretar implica expresión, sensibilidad y entrega. “Un verdadero artista no debe temer lo que digan de él”, reflexiona más adelante Montgomery.

La belleza del arte está presente en el sentimiento que se le impregna, para evocar, sentir, crear y vivir las ideas y emociones de las que se vuelven los artistas vehículo de expresión. Es en este proceso que el artista se forma y el individuo crece, porque se aprende tanto de los libros, los textos y las lecciones en el aula, como de las relaciones, las pláticas, las convivencias y los desaciertos de la vida cotidiana. Si para el hombre todo esto es importante, para el intérprete, más.

Ficha técnica: Fama - Fame

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