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Whiplash: Música y obsesión

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Superación significa vencer obstáculos, pero la palabra superar también implica ser superior a alguien. Idealmente se logra demostrando mejores habilidades y/o conocimientos, no pisotear al otro para lograr sobrepasarlo. ¿Pero, cómo se llega a alcanzar tal maestría? ¿Presionando hasta lograr que la persona sea el mejor o la mejor versión de sí mismo, o dejándolo crecer hasta el punto que ella o él elijan? ¿Hay enseñanza, educación, aprendizaje e instrucción en un escenario en que se exige empujar al otro al límite, o ello conlleva invariablemente abuso, control, dominio y autoritarismo? El problema se vincula con el ejercicio de autoridad en el proceso educativo. El maestro enseña, pero también debería aprender y dirigir su enseñanza con respaldo en una capacidad argumentativa racional que fundamente y legitime su actuar, justo para evitar que sus subordinados, es decir, los alumnos, consideren sus órdenes como impositivas, irracionales, fuera de lugar.

En Whiplash: Música & Obsesión (EUA, 2014), cinta escrita y dirigida por Damien Chazelle, y protagonizada por Miles Teller, J. K. Simmons y Paul Reiser, Andrew es un estudiante de primer año en una escuela de música, decidido a convertirse en el mejor jazzista de la historia. Su oportunidad llega cuando es invitado a la orquesta del profesor Fletcher, un hombre exigente e intransigente que pide acato y disciplina de sus alumnos. Su idea es empujarlos a ser los mejores, pero en el proceso abusa física y emocionalmente de ellos, bajo la idea de que sólo así se esforzarán lo suficiente como para alcanzar su máximo potencial. Su autoridad como maestro le otorga la capacidad, la facultad para dictar las actividades orientadas al mejor aprovechamiento de sus estudiantes, para desarrollar sus capacidades, su potencial intelectual, sus habilidades, pero al hacerlo está obligado a respetar a los mismos estudiantes como personas pensantes, como individuos en proceso de formación; o al menos así debería ser.

¿Alcanzar la grandeza a toda costa, incluso si esto significa perder humanidad? Educación para llegar el éxito es un camino indispensable en la vida pero, ¿dolor y castigo con tal de ser el mejor, es correcto, lo vale? Estas son algunas de las preguntas que plantea la cinta, ganadora de tres premios Oscar (mejor mezcla de sonido, mejor edición y mejor actor de reparto, para Simmons), además de dos nominaciones más, a mejor película y guión adaptado. En el fondo, una mirada crítica al sistema educativo basado en la autoridad indiscutible de los docentes, en la competencia en las relaciones sociales entre los alumnos y en la falsa idea de que hay un solo camino para enseñar a cualquier estudiante.

Andrew es un joven inseguro pero con potencial, dedicado pero no siempre decidido, disciplinado, pero quizá conformista. Para llegar a su máximo potencial debe cambiar su actitud, fortalecer su carácter, el problema es el cómo. No lo sabe, no lo entiende y entonces deja que la situación lo moldee, en lugar de tomar él las riendas.

Fletcher al contrario, es una persona decidida, segura y capaz, que se excusa en exigir lo mejor para entonces abusar de su poder. El profesor no es, quizá en el fondo, una persona mala como tal, pues en verdad cree que la única forma de lograr el potencial del alumno es presionarlo hasta llegar a su límite, físico y emocional, incluso para quebrarlos, antes de indicarles cómo reconstruir su proyecto; el problema es que la forma como lo hace y la manera de asumir su papel en la dinámica de enseñanza aprendizaje, perjudica la mente de sus estudiantes, que se convierten en blanco de humillaciones y agresiones a las que no se atreven a retar, o contradecir, por miedo al fracaso, tanto académico como personal, que impacta indirectamente en las posibles represalias secundarias, entiéndase ser degradados o hasta expulsados del conservatorio.

¿El profesor enseña, instruye, forma o facilita? Además de que el cómo logre que el alumno encuentre su potencial, es la parte delicada, susceptible a írsele de las manos. No es con abusos ni debería ser bajo esa filosofía de ‘la letra con sangre entra’, un refrán que se refiere a la educación a través de una disciplina exigente que llega a los golpes, a la violencia física, porque la violencia no instruye valores, empatía y ética, sino todo lo contrario. ¿De quién ‘aprende’ más el estudiante, o qué experiencia le hace mejor, aquella en la cual el profesor le condona los errores o aquella en que el profesor se asegura que el alumno no vuelva a cometer ese error? El ideal es el balance. No es dar palmadas compasivas en la espalda para evitar el dolor de la caída, pero tampoco es golpear, metafórica y literalmente hablando, por el error cometido. No es que el profesor infunda tanto miedo en el estudiante como para obligarlo a no volver a cometer una falta, para tampoco es hacer como que ‘no pasa nada’. Es, en todo caso, instruirle en qué se equivocó y en cómo mejorar y cambiar para ser mejor.

En este caso Fletcher dirige a los jóvenes para hacer lo que ya saben, pero de una mejor manera, o de una manera más precisa, como él quiere, sabiéndose además el experto en el área. Su método es la mano dura, que más que exigir, castiga. Lo que crea con el abuso y la crueldad es una relación tóxica, dependiente, sumisa, mansa y manipulable, en que el alumno no crece y no mejora, sólo aprende a seguir órdenes y cubrir expectativas. El alumno se vuelve entonces sumiso, obediente, eficiente para repetir con calidad lo que se le obliga, pero no surge su motivación personal, su entusiasmo, su creatividad. ¿Las expectativas son altas porque el nivel que pide el profesor del alumno está en efecto en los más altos estándares de calidad musical? Sí. ¿Puede el alumno mejorar si se le exige ser el mejor? Sí. ¿Puede el alumno mejorar, como artista y como persona, si se le demanda esa disciplina con sólo castigos y humillación? No realmente, porque además no es ese el único camino para llegar hasta ahí.

El problema de Andrew, y del resto de sus compañeros, es que viven cegados por la idea de grandeza, que idealizan y comparan en relación con Fletcher; es decir, la figura del otro, del maestro, pesa tanto, que se convierte en la única. Predispuestos a alcanzar el reconocimiento a toda costa en medio de una competitividad malsana promovida por su profesor, y sabiendo que si la orquesta de Fletcher es la más prestigiada y estar en ella los hace por asociación destacables, lo que cada alumno aprende es a ser el mejor, según los estándares del otro. Andrew practica, se aísla, termina la relación con su novia, para dedicar todos sus días a los ensayos y, eventualmente, deja de ser él mismo, para ser el tipo de persona que su profesor quiere que sea.

Consigue la posición como baterista principal por un error (la partitura del titular se pierde y como él se sabe la melodía de memoria, puede tomar el asiento principal durante una competencia musical) y luego se aferra a su posición creyendo que ha alcanzado el respeto de sus similares. Pero si alcanzar el éxito implica ser el mejor, y a los ojos de Fletcher es imposible ser el mejor, siempre habrá una prueba más arriba de la última prueba. Fletcher llama entonces a otro suplente, para presionar a Andrew a seguir ‘probando su valía’. No importa entonces cuánto se esfuerce y trabaje, sufra y se sacrifique, nunca será lo que el otro quiere que sea. Andrew y los otros no entienden que lo importante no es complacer a su profesor, sino estar contentos con ellos mismos, satisfechos de su propio desempeño. ¿Pero qué significa estar contentos con ellos mismos, como músicos? Parece que no lo saben o no se atreven a preguntárselo, porque la figura de autoridad frente a ellos es tan imponente, que la sombra (el castigo, la crítica y el control) pesa en sus hombros.

La dinámica continúa así hasta que se llega a un punto de ebullición, hasta que Andrew alcanza el punto de quiebre y deja de preocuparse por él y la gente a su alrededor, con tal de demostrarle a su profesor no sólo su talento, sino que es indispensable, algo que él cree posible pero que en realidad no lo es.

¿Qué implica el éxito?, ¿es acaso alcanzar lo que se anhela, o es lograr lo que otros quieren para cada uno?, ¿somos exitosos al alcanzar las metas que la sociedad nos impone, o al superar los retos personales? Andrew duda de sí mismo y busca la aprobación de otros, dejando así que personas como Fletcher moldeen su identidad. El chico se olvida de sus prioridades por miedo al fracaso y esto le cuesta todo.

¿Cuántos ‘Fletchers’ no hay en la vida de las personas? Sin duda muchos, más de los que se pudiera desear, quizá no igual de abusivos, prepotentes, controladores y crueles, pero sí simbólicamente hablando. Superarse a sí mismo requiere esfuerzos, pero no bajo órdenes sin límites, que llevan a la persona a ser ‘el mejor’, según los estándares de alguien más. ¿Cómo poner y ponerse límites? Para Andrew sucede cuando se ve envuelto en un accidente automovilístico y antes de preocuparse por su bienestar, corre al escenario preocupado por la aceptación y reconocimiento de sus similares en la música. Para otro estudiante, ese límite llega al extremo cuando, derrumbado por la crítica no constructiva, sino hiriente, su estado de angustia y ansiedad lo lleva a la depresión y eventualmente al suicidio.

No es sólo si el sacrificio vale la pena, sino hasta qué punto. ¿Qué se gana, qué se pierde y qué es lo que realmente se quiere? Cuando Andrew dice que quiere ser el mejor músico de jazz, ¿qué significa esto para él? Si alcanza esa maestría como músico, ¿la alcanza porque lo sacrifica todo o porque aprende a sacar provecho de su talento, guiándolo?

Exigir lo mejor de alguien no está mal, trabajar por alcanzar lo que se quiere tampoco; requiere disciplina y sacrificio, pero también honestidad, especialmente con uno mismo. Lo importante es saber definir las propias metas y prioridades, encontrando la razón motivacional para construir un proyecto de vida. Los maestros están para guiar los esfuerzos de sus estudiantes y deben ejercer su autoridad con rigurosidad, pero también con solidaridad y generosidad. Lo que no se condona es la autoridad que se excede, que se vuelve arbitraria, y que se esconde en estas ideas de éxito y logros, fomentando una competitividad despiadada que deshumaniza tanto a maestros como a los alumnos. Al final, quién pone los límites, debe ser uno mismo.

Ficha ténica: Whiplash - Whiplash: Música y obsesión

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