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Los hijos de la calle

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Rectificar errores es enmendar, subsanar un daño, arreglar una falta o reparar algún desacierto. ¿Qué hace falta para lograrlo, justicia, ética, redención, consciencia? Corregir errores puede ser un camino hacia combatir la injusticia pero, ¿hasta qué punto o qué tal lejos se llega para alcanzarlo? ¿La justicia ‘a cualquier precio’, es realmente justicia, o depende del contexto en que se presente? Más aun, ¿Qué significa realmente hacer Justicia? Porque ser justo implica darle a cada quien lo que le corresponde, lo que le pertenece o a lo que tiene derecho, pero ello siempre estará en función de los valores, principios, costumbres y creencias prevalecientes en la sociedad, de donde se plasman las normas y leyes que rigen a esa sociedad. Además, igual pueden existir grupos o personas que se guían en su definición de justicia de otros principios o valores morales, entrando en contradicción con el resto del sistema jurídico. ¿Se puede ser justo aun en estos casos?

De esto reflexiona la película Los hijos de la calle (EUA, 1996), dirigida y escrita por Barry Levinson, quien adapta a guión la novela homónima de Lorenzo Carcaterra. Protagonizada por Kevin Bacon, Robert De Niro, Dustin Hoffman, Jason Patric, Brad Pitt y Minnie Driver, la historia sigue a cuatro amigos, Shakes, Michael, Tommy y John, que en el verano de 1967 accidentalmente hieren a un hombre en el metro tras haber robado, casi por broma y sin medir consecuencias, un carrito de comida de hot-dogs. El accidente los sentencia a pasar de 12 a 18 meses en un reformatorio para menores de edad, donde son abusados física, psicológica y sexualmente por varios guardias, liderados por Sean Nokes. La experiencia por el trauma los mantiene unidos, ya que comparten el dolor vivido, pero los distancia precisamente porque lo que quieren es olvidar lo que sucedió.

Para 1981, John y Tommy, que viven ahora una vida criminal, se encuentran en un restaurante con Nokes y el odio que sienten hacia él los impulsa a matarlo en venganza a sangre fría. Michael, ahora asistente de Fiscal de distrito, decide sacrificar su carrera en busca de encontrar lo más cercano a una versión de justicia para él y sus amigos. El daño que los marcó es irreparable y no hay forma realmente de enmendar los abusos, pero quizá sí de encontrar cerrar el ciclo. Si bien cada uno ha sabido vivir con ello, algunos enterrándolo, otros acudiendo a la violencia como medio de vida, lo que Michael descubre es el camino para ejercer un castigo correspondiente en magnitud, hacia los responsables.

Con la muerte de Nokes, el plan de Michael es aprovechar el juicio contra John y Tommy para sacar a la luz lo que sucedía a escondidas en el reformatorio. Para ello, Michael tiene que aceptar el caso y convertirse en representante del Estado, que demanda a John y a Tommy por homicidio. Su verdadero plan es perder a propósito el caso y aprovechar para poner realmente en el estrado a Nokes y los crímenes que protagonizó. Michael necesita orquestar con todo tino la estrategia y hacer que el abogado que defiende a sus amigos aprenda cómo desenterrar todo el pasado del ex guardia y sus otros compañeros.

La idea es hacer uso de varias mentiras a su favor, o a favor de sus amigos y los muchos otros muchachos que con el tiempo seguramente también sufrieron abusos en aquel lugar. Desde un punto de vista, parece un escenario contradictorio, mentir con tal de sacar a la luz una verdad. Y es donde la historia abre un debate sobre la ética, lo correcto y lo incorrecto o lo que la palabra ‘justicia’ significa realmente para las personas.

El Estado puede clamar justicia por la muerte de Nokes, un ciudadano asesinado a balazos. Pero tanto Shakes como Michael, como John y como Tommy, ansían también su grado de justicia con respecto a lo que Nokes les hizo en el reformatorio. ¿Es la muerte del guardia el precio más ‘justo’ por lo que hizo?

Michael no puede encontrar un verdadero balance, porque no lo hay. Sus amigos mataron a alguien y deberían pagar por esta falta, sí, pero más relevante para ellos, más significativo, o de mayor dimensión, en un grado personal, es un castigo correspondiente hacia aquellos que presenciaron y fueron partícipes de las violaciones y los golpes cometidos hacia menores de edad, que eran sometidos, humillados y ultrajados por las personas que se supone estaban ahí para cuidarlos. Y entonces, la muerte de Nokes no parece, viéndolo desde el punto de vista de estas cuatro personas, tan cruel. Quizá lo importante no es justificarlo, sino entenderlo.

Con ello en mente, Michael no idea un plan sólo para dejar libres a sus amigos, más bien traza una estrategia para aprovechar el juicio de ellos, como medio para denunciar los abusos que sucedían en el reformatorio durante, al menos, el tiempo que pasaron ahí. El fin último tiene una escala de mayor importancia, aunque el camino para llegar a él no está libre de faltas, llámense mentiras, engaños o manipulación. En este escenario el fin justifica los medios, porque ese proceso no es tan malo, ni tan incorrecto quizá, como aquello que se intenta denunciar. El si esto es ‘correcto’ o no, depende del espectador.

La tarea de Michel debería ser encargarse de que John y Tommy fueran a la cárcel, pero no lo hará. Michael asume esa responsabilidad, incluso sabiendo que si pierde el caso muy probablemente lo despidan. Elige seguir adelante en nombre de los otros, con el fin de alcanzar el objetivo realmente importante en la mira, asumiendo que es una forma personal también de superar el trauma que padecen.

En un dilema semejante ponen a Bobby, un cura en la comunidad de Hell’s Kitchen, el barrio en Nueva York donde todos viven, a quien los amigos conocían desde que eran niños y que siempre se mantuvo a su lado, apoyándolos, enseñándoles y ofreciendo su ayuda cuando necesitaban algo, ya sea en casa, en la vida cotidiana en las calles, incluso mientras estaban encerrados cumpliendo su condena.

Ahora bien, para ganar el caso y dejar libres de culpa a John y Tommy, lo que se necesita es un testigo que justifique su paradero a la misma hora que sucedió el tiroteo, es decir una coartada confiable o creíble. Para ello alguien debe mentir deliberadamente en el juicio y decir que los acusados no pudieron cometer el asesinato, porque estaban en otro lado en ese mismo instante. La mentira no es más que eso, una declaración falsa que se comente ante una autoridad y bajo juramento.

Shakes y Michael acuden al padre Bobby por varias razones. Una es saber que él siempre ha velado y velará por su bienestar, y los ayudará si entiende la justificación tras el engaño, es decir, que la pequeña mentira es para un bien, de alguna manera, mayor. Dos, la percepción social con importante fuerza de impacto, pues el testigo a favor de John y Tommy es una persona con intachable e indudable prestigio, cuya credibilidad no se cuestiona, precisamente por su profesión, lo que juega a favor de los demandados.

El cura, sin embargo, entra en un predicamento, en un dilema moral que no es fácil responder ni de afrontar. Sabe de antemano que mentirá, pero también entiende los motivos que mueven a las personas implicadas, tras enterarse de lo que realmente sucedió en el reformatorio. Sopesa entonces lo que sabe, ya sea lo que pudo haber impulsado a John y Tommy a matar, pero también lo que motiva a Michael y a Shakes en su plan. La pregunta es si, en este caso, la mentira, al menos para él y para los otros, vale la pena, o visto desde otra perspectiva, si la mentira es el menor de los males.

No es el único camino irregular que Shakes y Michael toman en busca de reparar lo más posible el daño que les hicieron. Pues junto con Nokes, había otros tres guardias directamente implicados en los abusos. A uno de ellos lo llaman al estrado, forzando una confesión que lo pone en el ojo de una nueva investigación, ahora en su contra, por violación. A los otros, los dejan caer por el peso de sus propios pecados hasta que los errores e injusticias los alcancen.

Uno es ahora un político que aún abusa sexualmente de menores, y en aquel entonces implicado en la muerte de otro joven en el reformatorio. Lo que hacen es dejarlo en manos del hermano mayor del fallecido, un criminal de la droga que encuentra su propia venganza matando al hombre que asesinó a su hermano. Mientras que para el cuarto guardia, ahora un policía corrupto, se aseguran que la evidencia en su contra sea puesta sobre la mesa frente a sus superiores para que sea arrestado, juzgado y sentenciado por sus acciones delictivas.

Quizá Shakes y Michael no siempre actúan apegándose a la justicia legal, pero sí quizá a un grado de ‘justicia moral’. Si como mínimo buscan un ‘pago justo’ en respuesta por lo que los otros les hicieron ¿hay justicia en ello? Tal vez si, o no, según quien lo mire, conforme a su propia ética. No hay una forma de ‘corregir’, o de ‘reparar’, y lo saben, pero tal vez sí de ‘nivelar’ la balanza.

No todos lo asumen de la misma manera, no Michael, no Shakes, ni Bobby, ni John, ni Tommy. Pero cómo enfrenten las consecuencias que cada uno debe asumir en respuesta a sus decisiones, es un viaje personal que cada uno debe tomar. Si cambian, o qué tanto cambian, cuando esa reflexión sobre el pasado y sus propios errores ocurre, si es que ocurre, ya sólo depende de ellos y su propio valor para enfrentar las secuelas de sus acciones.

Ficha técnica: Los hijos de la calle - Sleepers

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