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Secretos peligrosos

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Indiferencia es un neutral nada objetivo, pues implica dar la espalda a algo para no tomar partido en absoluto. Pareciera que en algunos casos la no intervención puede ser funcional, y técnicamente puede serlo. El contexto entonces juega un papel clave, porque en muchas realidades la indiferencia no hace que las partes encuentren su camino hacia la resolución del conflicto. Pensemos, por ejemplo, en una pareja que se ha peleado y en donde un mediador puede ‘facilitar’ el diálogo; en cambio, en el escenario opuesto, la indiferencia puede llegar a ser el elemento negativo de la ecuación, el que ocasione problemas, el que dé pie a conflictos y problemáticas. En el ejemplo de la pareja, sería un mediador convertido en un tropiezo, un estorbo, un elemento de incomunicación más que de comunicación entre las partes.

La indiferencia se acentúa también en el mundo contemporáneo por el manejo de la información, la promoción de la “opinión” más que de la verdad objetiva o del conocimiento preciso, aunado a la despersonalización de las relaciones sociales, que van marcando el egoísmo como norma común de conducta. ¿Qué sería del mundo si la autoridad fuera siempre indiferente? ¿Cómo pelear contra esa indiferencia y exigir justicia, cuando parte importante del trabajo de esa autoridad es no ser indiferente, sino al contrario? La película Secretos peligrosos (Canadá, Alemania, Estados Unidos, 2010) presenta un caso representativo, basado en hechos reales, donde la indiferencia de muchos policías y autoridades de gobierno, específicamente dentro de la Organización de las Naciones Unidas, abre el camino a un caso de tráfico de mujeres, convertidas en esclavas, en la Ucrania de 1999 y en otros países de Europa del este.

Luego de terminar la guerra en aquella zona, distintos gobiernos envían tropas como personal encargado de resguardar el orden en lo que llaman la transición entre la guerra y la paz. Una de estas personas es Kathryn Bolkovac, una mujer que trabajaba como policía en Estados Unidos y que acepta viajar a Bosnia como uno de estos ‘agentes de la paz’ (nombre eufemístico para llamar a la fuerzas de intervención militar), representando a su país. Su motivación, como para muchos otros, es el dinero, pues en sólo seis meses ganará una buena suma como pago, ya que su contrato es manejado por una empresa de seguridad privada que financia estas operaciones, posible gracias a acuerdos con el gobierno de cada país a través de la Organización de las Naciones Unidas.

Los prejuicios sociales y culturales, el odio racial y la organización caótica en un país en reconstrucción, más una sociedad aún desorganizada, devastada por los conflictos de guerra recientemente finalizados, hacen difícil mantener un orden coherente, que abra paso al progreso, precisamente porque la incertidumbre y el desorden hacen que todo sea atropellado, incluido el rol de aquellos enviados supuestamente a ayudar.

En su primer caso Kathryn se topa con una mujer musulmana golpeada por su esposo. La policía local no quiere ayudar, ni tomar el caso, porque culturalmente no ven mucho problema en este escenario de abuso doméstico. Kathryn presiona, por el trasfondo ético y social que implica el delito en sí, y logra que se haga justicia, el hombre sea condenado por sus actos. No hacía más que tomar el caso con seriedad, con respeto, autoridad, decisión y propósito.

La presión que ejerce para exigir justicia, para exigir que se haga lo correcto, a diferencia de muchos otros de los agentes, varios que llegan sólo por la paga ‘fácil’ (no necesitan más que su título de preparatoria para que los acepten en el programa, le dice una de las voluntarias a Kathryn), llaman la atención de Madeleine Rees, Directora de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en la región, quien ofrece a Kathryn un cargo en la Oficina de Asuntos de Género. Es ahí que la protagonista desentierra una larga red de corrupción interna dentro de la organización, en la que policías y altos cargos de responsabilidad dentro de la ONU estarían implicados en la trata de mujeres, jóvenes traídas ilegalmente al país y obligadas a trabajar en bares y prostíbulos ofreciendo servicios sexuales a los clientes, sometidas violentamente, prácticamente secuestradas viviendo bajo vigilancia en condiciones de hacinamiento, en síntesis, convertidas en esclavas sexuales.

Luego de una falsa redada en un bar, Kathryn descubre que el todo es una puesta en escena para aparentar orden y seguridad, pues son los policías corruptos y los agentes dentro de la ONU, como parte del equipo de la Fuerza Internacional de Policía (agentes como ella que llegaron a trabajar temporalmente), los que reciben sobornos de los traficantes para voltear la cara al problema y pretender que esta práctica ilegal no sólo no exista, sino que puedan beneficiarse de ella (ellos a veces son parte de la red que trae a las chicas ilegalmente al país), en tanto que el soborno puede ser monetario o pagado con favores sexuales como ‘clientes’ del bar.

El mayor problema reside tanto en la falta de interés de muchas esferas para resolver el problema, como en las propias trabas burocráticas del sistema que no permiten encontrar una solución para ayudar a las mujeres. La Agencia de Desplazamiento Global, por ejemplo, a donde Kathryn lleva un par de jóvenes que rescata de esos bares, quienes necesitan ayuda médica, accede apoyar sólo si las chicas aceptan la repatriación a sus lugares de origen; pero cuando una de ellas no tiene sus documentos en orden (no tiene pasaporte ni hay quien responda por ella en su país), deciden que no pueden sino dejarla a su suerte y regresarla al departamento de policía, donde Kathryn sabe que los agentes corruptos la llevarán de vuelta al bar de donde la rescató.

El hecho de que tantas figuras clave dentro de un sistema u organización que asegura existe para resguardar a la población, sea el mismo que comete tales actos ilegales de tráfico de personas, entre otros crímenes, se convierte en una realidad de injusticia contra la que Kathryn no puede, porque no tiene el poder, para combatir, revelar, desmantelar y frenar. Estamos para ‘monitorear’, no para ‘investigar’, le dicen cínicamente. La propia ONU, su propio gobierno, no quieren hacer nada, porque los contratos con las empresas de seguridad privada implican tantos millones de dólares que la pérdida es un riesgo que no están dispuestos a apostar.

Kathryn envía sus investigaciones a Asuntos Internos, sólo para darse cuenta que, días después, todos sus casos son cerrados, oficialmente hablando. Todos los agentes de la Fuerza Internacional de Policía, el cuerpo especial al que pertenece Kathryn, tienen inmunidad, así que todos los agentes corruptos que están implicados en la ilegalidad no podrán ser acusados ni llevados a juicio, precisamente por su inmunidad (es por ello que hacen libremente lo que hacen), y no hay nada, técnica y legalmente, que alguien pueda hacer para frenar la red de corrupción y el negocio del tráfico de personas.

Inmunidad pero no impunidad, comenta Madeleine, frustrada también por la forma como ve que ni ella puede hacer algo por resolver y ayudar a un grupo extenso de jovencitas que han sido convertidas en esclavas frente y por las mismas personas que se supone han sido enviadas ahí a protegerlas. Violación de derechos humanos realizada por personas que dicen defender esos derechos humanos, que es, en el fondo, un ideal, más que una realidad, porque el dinero, el negocio y el beneficio para unos sobrepasa la ética respecto a la comunidad. Una red de corrupción cometida por un enemigo cercano, intocable, impensado (es el propio tío de una de estas chicas, por ejemplo, el traficante que promueve y la convence de aceptar lo que ella cree será un viaje de sólo unos días, en el que no tendrá que hacer nada más que ‘irse de fiesta’ con algunas personas, según le prometen).

Odio racial, violencia de género, discriminación, corrupción, ilegalidad, injusticia; en corto, una lucha que parece imposible y la búsqueda por hacerla posible. Al final Kathryn se da cuenta que contra lo que pelea es mucho más grande que ella, es una corrupción con el poder de esconder la verdad, elaborar su propia versión de los hechos, desplazar o asesinar a quienes se oponen y eliminarla a ella si así lo decidieran. Sufre amenazas para que no siga investigando y al final la despiden.

Tras esto Kathryn encuentra la forma (también rompiendo algunas leyes) de conseguir de vuelta sus archivos, para entonces filtrarlos a los medios de comunicación y generar a través de esa plataforma un espacio para denunciar y hacer público el problema, traer a la mesa el debate y obligar a hablar de una realidad que de otra forma el mundo no podría ni conocer. Sus palabras podrán crear cierta conciencia, quizá no completamente, pero sí en algún grado. ¿Se resolvió al cien por ciento el problema después de esto? No, nadie podría realmente asegurar que la operación ilegal fue desmantelada, o que si se logró ello, no resurgió después a través de otros medios. Al menos la verdad, la información y los hechos develados pueden sentar un precedente, o ser un antecedente que dé pie a que otras luchas similares encuentren mejores y más significativos resultados. Lo importante es la acción ética de denuncia, la inconformidad ante el abuso de poder y la crítica hacia la corrupción que existe en los organismos internacionales al servicio de las élites financieras a nivel mundial.

Sus palabras son negadas por la ONU y su denuncia desestimada y acusada de falsa, pero por cada individuo que voltea la cara, al menos potencialmente, también se logra que alguien ponga atención y deje de ser indiferente al problema. Su elección es un pequeño paso en una gran problemática, que se repite en cada rincón del mundo, demostrando que el esclavismo subsiste como forma de explotación aún en la actualidad.

Dirigida por Larysa Kondracki, quien coescribe el guión junto con Eilis Kirwan, la película se inspira en la propia historia de vida de la verdadera Kathryn Bolkovac, quien denunció a través de la BBC un caso de tráfico de personas en Bosnia y Herzegovina, donde estuvo en 1999, trabajando para la Organización de las Naciones Unidas, bajo un contrato con DynCorp International, una empresa militar privada estadounidense. Ello convierte a “Secretos peligrosos” en un documento-testigo del convulso mundo social de finales del siglo XX y, tal vez, del presente siglo.

Ficha técnica: Secretos Peligrosos - The Whistleblower

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