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La iniciación

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La violencia genera más violencia porque se crea un círculo vicioso lleno de mensajes negativos que se repiten, tales como odio, revancha, conflicto y confrontación. Es una dinámica ‘ojo por ojo’ que propicia también la búsqueda de control, la lucha por el poder y, por tanto, la supremacía sobre el otro, la sumisión del ‘débil’, el abuso de los sometidos, la explotación de los vulnerables, en suma, el ejercicio de la “ley de la selva” o la práctica inducida del darwinismo social que busca eliminar a los “incapaces” para la sobrevivencia.

Si hay relaciones de convivencia social que propician y promueven esto, el resultado es un ciclo repetitivo que no hace más que dañar a la misma sociedad. Base, por cierto, del sistema económico que descansa en una competencia despiadada para sobrevivir. Ambientada en una universidad estadounidense, en un proceso de iniciación para estudiantes que solicitan pertenecer a una fraternidad, la película La Iniciación (EUA, 2016) representa uno de estos escenarios. Dirigida por Andrew Neel y escrita por David Gordon Green, Andrew Neel y Mike Roberts, que se basan en el libro Goat: A memoir, de Brad Land, la cinta está protagonizada por Ben Schnetzer, Nick Jonas, Gus Halper, Daniel Flaherty, James Franco y Austin Lyon.

Brad Land es un joven de 19 años que tras un robo con violencia, tiene un solo objetivo en mente (o su hermano le insiste en un solo objetivo), iniciar la universidad y solicitar una vacante para unirse a la misma fraternidad a la que el mayor, Brett, pertenece. Brad se ve atraído por el aparente código de honor y solidaridad que, asume, implicará saberse protegido por sus similares; sin embargo, se va dando cuenta que la actitud y valores sociales de los otros no coinciden con los suyos, pues, la unión entre ellos se mide más por el poder de su puño y su ánimo fiestero que por una amistad y solidaridad real.

La tensión se intensifica cuando las pruebas de iniciación se tornan en más que bromas y fiestas, pues llegan a un punto de humillación que Brett, al ver que su hermano es blanco de un abuso denigrante, termina por rechazar y denunciar a la fraternidad, dejando a Brad la reflexión de si aquel es el vehículo hacia el coraje, el valor, la rebelión y la redención que busca, ya que se siente culpable tanto por lo que le sucedió, el asalto, y luego, también, la muerte de su compañero de cuarto, quien tuvo un ataque cardiaco, y muere, no mucho después de ser golpeado durante una broma de iniciación.

La realidad para Brett es más sencilla de entender; quiere lo mejor para su hermano y confía en que sus compañeros de fraternidad serán el respaldo que les brinde protección y seguridad, pero mientras reniega y jura venganza de los sujetos que golpearon a Brad luego de engañarlo y robar su auto, no hace nada contra sus hermanos de fraternidad, quienes, como parte del proceso de iniciación, hacen de alguna manera lo mismo, primero obligan a los nuevos a beber alcohol hasta vomitar o desmayarse, y luego comienzan un proceso de humillación (plagado de golpes e insultos) por el mero gusto de hacerlo, paralelismo indistinto que Brett primero ignora y luego analiza hasta cambiar de actitud.

Brett se da cuenta que es incoherente detestar que extraños sean violentos hacia su familia, pero celebrar que sus propios compañeros de casa hagan exactamente lo mismo, bajo la excusa de que todo es una broma, parte del ‘rito de iniciación’ para entrar a la fraternidad.

Para los jóvenes de Phi Sigma Mu, el nombre de la hermandad, su justificación es su propia venganza catártica. Ellos están convencidos de que pueden ser tan crueles y violentos como quieran con los novatos, porque ellos mismos pasaron por el mismo rito y dinámica de abuso cuando solicitaron su entrada.

En lo que se basa su comportamiento es en la idea que tienen de conceptos como la autoridad, el poder, el vigor, el control y la superioridad, disfrazadas en un alardeo de teorías que idealizan los grupos sociales a su alrededor y que definen lo que entienden por su masculinidad, ya sea en el terreno físico o sexual, principalmente. No presumen de sus logros académicos, sino de con cuántas chicas han estado, a cuántas fiestas han asistido, cuántas peleas han ganado o cuánto dinero tiene su familia. En suma, el esquema de éxito que la sociedad alaba reivindicando la fuerza como medio para ascender y el abuso o explotación como mecanismo de reproducción social, en donde, el más “macho” (dentro de su sociedad machista) es el mejor.

Es una combinación entre apariencias y presión social que se alimenta y retroalimenta en un ciclo que las propicia y venera al mismo tiempo, producto, igualmente, de un vacío emocional. Defenderse representa para ellos valor, que miden según una actitud altanera, machista y de mano dura, fuerte en el sentido de resistente a los golpes y abusos, para poder en su momento darlos, o ganarse el derecho hacerlo.

Su visión se limita al punto de vista que conocen porque lo repiten generación tras generación. Lo aprenden en su propia iniciación y luego lo recrean, en el intermedio elogiando al adulto que, incluso terminado su paso por la universidad, sigue el mismo estilo de vida desenfadado e irresponsable que vivió durante esa etapa de su vida. No avanzan más porque no tienen las herramientas para hacerlo, y aunque aseguran que su honor es defender a los suyos, nunca dejan en claro qué es lo que los identifica realmente. ¿Cuáles son los valores que respeta el grupo, si es que los hay?

Acoso y humillación son sólo el principio del problema, pues traen con ello insensibilidad, indiferencia y denigración; aprovecharse del otro, enfrentarlo a las rudezas en el trato, esto último no como un acto de formación de carácter, sino como un acto de venganza. ¿Realmente creen que si el otro resiste el golpe (literal y figurativo), es ‘digno’ de ser parte de los ‘suyos’? El problema es no ver nada de malo en la realidad de abuso y violencia, porque están convencidos de que no es más que un simple ‘juego’.

Insisten que la iniciación es un ritual que todos hacen, aceptan y repiten, a su manera, y si bien la película puede o no exagerar en su drama (o acomodar el drama para hacer funcionar mejor la narrativa), lo cierto es que el escenario se repite, con sus similitudes y discrepancias, en otras realidades parecidas. No es querer preparar y educar a la persona para la realidad de injusticia y explotación que existe en el mundo en que se vive (si tan sólo esa fuera la idea central detrás de estas dinámicas), sino usar aquellas palabras como pretexto para continuar promoviendo actitudes sobre todo sexistas: el varón o individuo protector, masculino, machista, alfa, superior, fuerte, conquistador, exitoso y, bajo esos estándares, perfecto.

No es, sin embargo, sinónimo de coraje, fuerza, fortaleza y valor. “Estoy harto de tener miedo todo el tiempo”, confiesa Brad a su compañero de cuarto cuando deja ver que está desesperado por entrar a la fraternidad para probarse, más a él mismo que a los otros (en buena medida producto de aquellas ideas preconcebidas que se tienen del hombre como la persona fuerte, dura, dominante y protectora de los demás), que está en el mismo nivel de comportamiento, actitud y pensamiento que sus compañeros, o de lo contrario se sentirá un fracasado. Pero siente culpa por su ingenuidad (los asaltantes lo engañaron para atacarlo fingiendo que estaban borrachos y necesitaban alguien que los llevara a su casa) y al mismo tiempo por su falta de astucia y valor para reaccionar. “No sé por qué no me defendí”, le dice a su hermano.

Entiende finalmente que lo que le hicieron aquellas personas no dista tanto de lo que vive en el proceso de iniciación, donde los otros obligan a los candidatos a dormir amarrados y en el lodo, los encierran en jaulas, les exigen realizar todo tipo de tareas y mandados a su servicio, o los golpean a su gusto, demandando sumisión, acato; en síntesis, los humillan, les quitan su dignidad.

Un abuso al extremo, sin límites ni, aparentemente, consecuencias, sin freno, repercusiones o un mínimo de conciencia social, ética y humana. Pero en lugar de intentar cambiar al otro, con más violencia y/o una respuesta en el mismo espectro, Brad deja que las autoridades escolares indaguen en el asunto y tomen las medidas necesarias, mientras él mismo afronta su remordimiento, estancamiento, odio, vergüenza, dolor y culpa, perdonando de alguna forma a sus atacantes (o uno de ellos, el que sigue vivo), que habrían sido atrapados por la policía.

¿Romper el ciclo es suficiente? Probablemente no, pero es suficiente para Brad y ese es un importante paso adelante, porque si violencia genera más violencia, el cómo poner un alto parece un camino evidente, si bien no fácil de tomar.

Ficha técnica: Goat - La Iniciación

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