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El gran debate

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Debatir es discutir, es examinar con atención y detenimiento, es argumentar con conocimiento sobre el tema en cuestión, es escuchar para poder refutar con certeza; no implica pues una pelea, o confrontación violenta, sino una exposición equilibrada, sustentada en opiniones hechas con razonamiento, e involucra su argumentación, es decir, demostración de la proposición de una forma que convenza.

Opiniones, conocimiento, estudio, determinación, confianza y decisión, todas son características importantes de quien debate, pero también, todas son características importantes en una persona proactiva que lucha por algo, porque no sólo es importante la forma como se dirige con sus ideas, o ideales, sino lo que dice en su discurso y cómo lo dice (sustenta, propone y expone). De todo ello habla la película El gran debate (EUA, 2007), protagonizada por Denzel Washington, Forest Whitaker, Nate Parker, Jurnee Smollett y Denzel Whitaker, dirigida por el propio Washington y escrita por Robert Eisele, con una historia de éste junto a Jeffrey Porro.

Al centro del relato se encuentra Melvin B. Tolson, un profesor de la Universidad de Wiley, en Marshall, Texas, que en 1935 dirige a un grupo de alumnos que forman parte del equipo de debate de la institución, camino hacia una histórica contienda frente a sus similares de la prestigiosa Universidad de Harvard. Tolson no sólo se convierte en mentor de los estudiantes al enseñarles la importancia del discurso y la argumentación al hablar y debatir, sino que él mismo se encuentra asesorando a los trabajadores de la zona motivándolos a formar sindicatos para así exigir sus derechos como asalariados, lo que no es muy bien visto por su comunidad, que lo tacha de revolucionario radical, no porque sus ideas por la lucha a favor de las minorías sean algo malo, sino porque la gente no logra entender la dimensión de esta lucha o los métodos necesarios para hacer que suceda. Aquí la narrativa nos lleva a la importancia de vincular la teoría con la práctica, la reflexión individual o colectiva con nuestra cotidiana existencia. El profesor así lo hace y orienta a sus alumnos a ser consecuentes con ello y consigo mismos, incluso si ello da pie a confrontar a su propio entorno familiar, como sucede con uno de sus discípulos.

Es entonces que el poder de la palabra con sustento ideológico y científico es tan importante, porque ese argumento razonado, el pelear por los derechos de los trabajadores y abrir camino así a la igualdad, sólo es posible si hay una justificación que la apoye; no es hablar por hablar, exigir por exigir, o pelear por pelear, es hacerlo con estrategia, método y objetivo, es dejar ver que lo que se pide es en efecto un reclamo justo. En corto, no es una lucha al vacío, sino un camino argumentado, justificado, pensado, planeado y sustentado, por lograr alcanzar justicia.

“La educación es la única salida”, dice uno de los personajes, hablando de cómo una formación académica es una forma de superación de uno mismo; educación para salir de la ignorancia y la oscuridad, dice este personaje, y se refiere al conocimiento como forma de entendimiento, reflexión y comprensión. ¿Cómo puede una comunidad exigir sus derechos si no sabe cuáles son sus derechos?, pero también, ¿cómo puede alguien, sabiendo sus derechos, abrirse camino para que éstos sean respetados, si no es con habilidad argumentativa, con conocimiento de leyes, normas y valores?

Lo que Tolson enseña a sus alumnos, e incluso a las personas que asesora en la formación de sindicatos, no son cifras y datos, sino cómo analizarlos, es decir, razonamiento para organizar y sustentar esos datos. Les exige a sus alumnos, por ejemplo, no sólo aprender a hablar con dicción en público y pararse frente a un grupo de personas que pueden o no querer escucharlos, les enseña también la mejor forma de decir las cosas y expresar las ideas, con sustento, lógica, coherencia, impacto, convencimiento y elocuencia. Esas son las bases de un buen orador, porque aquel no es alguien que se limita a pararse con porte o hablar fuerte, es alguien que lo hace además con calidad de ideas y pensamiento.

La idea final de estos educadores, y que es motivación también de los estudiantes, es la formación de mentes preparadas para hacer grandes cosas, porque lo que aprenden son herramientas para enfrentar problemas, buscar soluciones y luchar por ideales; pensar por ellos mismos en lugar de seguir siempre y sin cuestionar los lineamientos establecidos. En el debate las partes no sólo responden lo contrario a lo que dice el otro, sino que se justifica el porqué de la posición que se asevera. No es entonces un ir y venir de ideas que se contradicen, es, más bien, expresar con claridad y sustento esa proposición que se establece; algo que finalmente se debería hacer todos los días y no sólo en un ejercicio de debate. Tolson, por ejemplo, se sostiene en ello cuando dice a los trabajadores que su labor tiene valor y debe exigirse ese valor, porque trabajar de gratis no dista mucho de ser un esclavo. No se contrapone entonces por el simple hecho de llevar la contraria y confrontar a los empleadores, sino que expone su propuesta, a favor de un ideal diferente, con lógica y sustento, aun a riesgo de enfrentar al sistema jurídico prevaleciente.

Otro ejemplo se hace presente en la lucha contra el racismo, presente durante el relato. Convencer al otro de su importancia, relevancia y razón no sólo es decírselo y repetírselo a los demás, es también construir con claridad y argumento la tesis expuesta en el mensaje, para esclarecer esos mismo puntos que la sostienen, analizando para respaldar con razones científicas y humanistas, y no descansar simplemente en sueños o deseos no tangibles.

En el debate final contra Harvard, el tema que se pone sobre la mesa es: ‘la desobediencia civil es un arma moral en la pelea por la justicia’. El equipo de Wiley tiene que defender la postura, mientras que el equipo de Harvard refutarla. Mientras los otros se sostienen en conceptos como leyes, obediencia, orden y recato, el equipo de Wiley opta por demostrar cómo la desobediencia puede ser importante y necesaria cuando se exige un cambio por la justicia porque, ¿cómo lograr que cambien las leyes si nunca se desafían?

“La desobediencia civil es un arma moral en la lucha por justicia. ¿Pero cómo puede la desobediencia ser alguna vez moral? Bueno, creo que depende de la definición de las palabras”, dice el orador del equipo de Wiley, y ejemplifica con un evento ocurrido en India en 1919, cuando el gobierno disparó contra personas que protestaban y se justificó diciendo que era para darles una ‘lección moral’. Los que protestaban respondieron no con violencia, pero sin abandonar su lucha, a lo que Gandhi llamó una ‘victoria moral’. Cuál de las dos es la definición de moral, pregunta este joven durante el debate.

Finalmente en su última intervención pone como ejemplo algo que les sucedió a él y a sus otros compañeros en su equipo de debate, viajando con su profesor, en su traslado a una de sus competencias académicas. Presenciaron el linchamiento de un hombre afroamericano a manos de gente de raza blanca. Él entonces expone: “Mi oponente dice que nada que debilite al imperio de la ley puede ser moral. Pero no hay ley alguna en Jim Crow Sur, no cuando a los Negros se les niega una casa, los apartan de escuelas, hospitales, y no cuando los linchan. San Agustín dijo "Una ley injusta no es una ley", lo que significa que tengo un derecho, incluso un deber, para resistir... con violencia o desobediencia civil. Deberían orar para que elija la última”.

Lo que expone es importante, el deber que tiene una persona, a veces eligiendo cualquier medio que le queda, por levantar la voz y exigir derechos, por hacer lo correcto y demandar que se haga lo correcto. No es, sin embargo, actuar con impulsividad o visceralmente, no es acudir a la violencia por el simple hecho de apelar al caos, es, en primera instancia, razonar ese camino para lograr llegar a tener éxito en aquello que se pide. ¿Cómo? Con argumentos, con diálogo, con conocimiento, verdad y educación. Sólo es posible si hay una formación, si se le enseña a la gente a pensar, a entender qué es aquello que funciona y qué no funciona, cómo cambiarlo y por qué cambiarlo.

No se puede convencer al otro si no se está convencido uno mismo, pero esto no puede suceder sin las bases de análisis que dan lógica al razonamiento y, por tanto, a la acción, cualquier acción en la vida de que se trate que implique una toma de decisión. ¿Discute una persona consigo misma, con el razonamiento convincente, en los momentos importantes clave de su vida? ¿Acaso es importante hacerlo? Como diría aquel personaje durante su debate final, “depende de la definición de las palabras” o, en su caso, cómo cada persona entiende, a veces de manera diferente, las diferentes realidades de la vida y de su vida.

Ficha técnica: El gran debate - The Great Debaters

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