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Las horas

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

El tiempo es una medida no para delimitar la vida, sino para marcar la duración de una secuencia de hechos. La vida no es ese espacio entre uno y otro punto, sino todo lo que acontece durante el viaje o recorrido.

¿La vida se vive en momentos, experiencias, vivencias, recuerdos, horas o minutos? “Hay que mirar la vida de frente, mirarla siempre de frente y conocerla por lo que es. Al final, hay que conocerla, amarla por lo que es. Y luego, ponerla en su sitio”, dice el personaje de Virginia Wolf en la película Las Horas (Reino Unido-EUA, 2002), dirigida por Stephen Daldry y escrita por David Hare, que se basa en la novela homónima de Michael Cunningham.

La historia cinematográfica sigue a tres mujeres en diferentes épocas históricas, retratando cómo se ven afectadas, relacionadas o identificadas a partir de la novela La señora Dalloway, escrita por Virginia Wolf, una literata británica representante del modernismo, conocida por su acercamiento a la figura femenina a través de textos que reflejan las dificultades de ser mujer en un proceso de desarrollo, búsqueda de identidad, adaptación y entendimiento en pleno siglo XX. Protagonizada por Meryl Streep, Nicole Kidman, Julianne Moore, Ed Harris, Allison Janney, Toni Collette, Jeff Daniels, Stephen Dillane, John C. Reilly, Claire Danes y Miranda Richardson, la cinta estuvo nominada a nueve premios Oscar, mejor película, director, actriz (Kidman), actriz de reparto (Moore), actor de reparto (Harris), guión adaptado, música original, diseño de vestuario y edición; aunque sólo ganó uno, el de mejor actriz.

Virginia Wolf sufrió en la vida real un trastorno bipolar que la cinta retrata a través de la angustia de la escritora para balancear su vida personal y profesional, creativa pero también independiente, con los altibajos propios de una enfermedad que por momentos la dejaba decaída hasta un grado desesperado depresivo.

“Toda la vida de una mujer, en un solo día. Y en ese día, toda su vida”, explica el personaje de Wolf durante la historia; y con ello no sólo habla que la narrativa se desarrolla durante sólo un día de la vida de estas tres mujeres, sino también de cómo ese día significativo de su vida cambia, porque ellas cambian, porque las experiencias son tan determinantes y los hechos tan significativos, que sus decisiones son de aquellas que impactan de tal manera que todo lo que son se ve reflejado en esos instantes, mismos que las obliga a enfrentar su pasado, presente y futuro. La frase también es una forma poética de hablar de que un día puede ser toda una vida, porque una vida puede transformarse para siempre en sólo un instante, en sólo unas horas. No es medir sino entender esos momentos importantes, representativos y valiosos que marcan a las personas, no por el tiempo en que pasan, numérica y simplistamente hablando, sino por cómo esas horas son, poéticamente hablando, los momentos que dejan una impresión y huella en la persona.

La primera historia, si bien las tres se van intercalando, comienza en 1923 y sigue a la propia Virginia Wolf. En ese día su hermana y sobrinos tienen planeado visitarla, pero también ella comienza a escribir una nueva novela (La señora Dalloway). Su proceso creativo es meticuloso y vuelca todo su interés y atención en aquella palabra escrita que le permite explorar los pensamientos de una mujer, su personaje (de alguna forma reflejo de ella misma) en relación con temas como la soledad y la duda hacia sí misma. Deambular en sus reflexiones la aleja de lo que, para sus ayudantes en casa, debería ser su prioridad como esposa y mujer, la gestión del hogar. Más tarde, al reflexionar sobre la vida social y aparentemente relajada de su hermana, se pregunta si el aislamiento en el que se encuentra viviendo en el campo, que le recomendaron para mantener controlado su estrés y ataques de ansiedad, es algo que reciente o no, que la estanca o que le molesta.

La siguiente historia se desarrolla en 1951. Una mujer embarazada, casada y con un hijo pequeño, comienza a leer la novela La señora Dalloway. Es el cumpleaños de su esposo y, si bien se convence que atenderlo a él y a su familia debe ser su único pensamiento prioritario, ella se siente infeliz en una vida de la que más bien se considera atrapada, cautiva, prisionera. Luego de considerar el suicidio, elige vivir, pero no en la misma dinámica que la hace odiar su propia existencia. Eventualmente deja a su familia, un hecho que se da a conocer en la tercera historia, desarrollada en 2001.

En este tercer relato una mujer organiza una fiesta para su amigo, un escritor y poeta enfermo de SIDA que recibirá un premio importante. La actitud desmedida de esta mujer por complacer a los demás la mantiene alejada de tener que preguntarse sobre sus propias necesidades y su propia vida, hasta que el escritor, el hijo de la mujer embarazada de la historia de 1951, decide suicidarse, obligando a que la protagonista de este segmento se cuestione su propio propósito y compromiso para consigo misma.

¿Por qué y para qué se vive?, es la pregunta clave, interrogante que en realidad se puede aplicar atinadamente para el estado en que se encuentran la mayoría de los personajes. “¿Por qué alguien tiene que morir?”, pregunta el esposo de Virginia luego que ella decide que en la novela que escribe uno de los personajes debe hacerlo. “Alguien debe morir para que los demás valoremos la vida. Es contraste”, contesta ella. La cuestión aquí no habla realmente sobre el sufrimiento o el encontrar, crear, hacer o sentirse víctimas, sino que enfatiza precisamente el contraste, la vida frente a la muerte, no como algo evidente, o necesario, o sólo valorable cuando se pone el uno frente al otro, sino en relación a la importancia de entender la dimensión de una decisión de vida y cómo ello afecta a los demás que la comparten. “No se puede encontrar paz evitando la vida”, repite el mismo personaje de Wolf en otro punto de la historia.

Los tres relatos, en efecto, abordan el tema de la muerte, en cómo afecta el sentir y vivir de quienes se ven de alguna forma envueltos, directa o indirectamente, por estas decisiones. “Eso es lo que hace la gente. Están vivos el uno por el otro”, dice el personaje del poeta enfermo. La cuestión importante es, ¿es eso adecuado, correcto o incorrecto?, ¿Cómo dimensionarlo o cómo adaptarlo a la vida misma?, ¿Es vivir por los demás una forma esclavizadora (no altruista) de vivir la vida; o en cambio, vivir en convivencia es saber disfrutar la libertad a la par de aceptar y respetar la solidaridad? ¿Acaso la idea contraria, vivir para uno mismo, es un pensamiento narcisista, o al contrario, una manera de celebrar la propia individualidad y reconocimiento de los logros del ser para permitirse así desarrollarse en su contexto? El hombre es un ser social, pero eso no significa nunca que deba olvidar su individualidad, su independencia, su identidad y su propia persona.

No hay entonces una respuesta correcta o incorrecta, son las circunstancias, los momentos de la vida misma los que cambian para cada individuo. La mujer embarazada del relato de 1951 dice que eligió la vida, y que eso significó para ella dejar a su familia atrás, dejar de vivir para ellos y buscar su propia identidad, encontrar su propio camino, algo por lo que la juzgan, porque parece incorrecto socialmente hablando, pero que para ella, en ese momento, escenario, realidad y situación, era lo necesario que debía hacer para sobrevivir, para vivir y para existir.

“¿Qué significa arrepentirse cuando no tienes alternativa?”, reflexiona ella. No es el único ejemplo en que, si bien la empatía y fraternidad con el otro es importante, sólo lo es mientras no se convierta en alejarse de uno mismo. “Cuando me muera deberás pensar en ti”, le dice su amigo a la mujer del relato ambientado en 2001. Ella es una persona en una soledad escondida que piensa que la resolución para su inseguridad y evasiva a enfrentarse a ella misma es rodearse de las apariencias. “Siempre haces fiestas para cubrir el silencio”, le insiste él.

Cuando la mujer embarazada del segundo relato debe describir a alguien de qué trata el libro que está leyendo (La señora Dalloway), ella dice: “Es sobre una mujer increíble. Es la anfitriona y es increíblemente segura. Hará una fiesta. Como es segura, todos piensan que está bien. Pero no lo está”. La idea, la descripción en sí, no solo funciona como un hilo conductor entre los tres relatos de la película, sino que es acertado también para describir a cada una de estas mujeres, personas en crisis que aparentan una estabilidad emocional que en los hechos se tambalea, y una realidad de convivencia social que, al sacarlas de ese aislamiento y fachada perfecta, las hace enfrentarse a sí mismas, sus dudas, miedos y angustias.

Es entonces aquello que las hace vulnerables no una debilidad, sino una fortaleza. Lo que necesitan es no escudarse en algo que puede verse y sentirse como una flaqueza, sino usarlo como una forma de crecimiento, superación y cambio, y en lugar de rendirse por ello, aprender a luchar para que no se convierta en un verdadero motivo de fragilidad.

Las horas no son horas medidas en espacios de 60 minutos, porque no se trata de algo literal; las horas son la vida misma, momentos decisorios, intensos, experiencias, contratiempos, selección de alternativas, reflexiones, anhelos, sueños, decepciones, risas y alegrías; no es pasar de un punto A a uno B; es todo eso que sucede y que nos marca para siempre, antes, durante y después de todo.

Ficha técnica: Las horas - The Hours

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