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Parque Jurásico

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Evolución es transformación continua. Especies que cambian conforme pasa el tiempo, según lo define el naturalista inglés Charles Darwin (1809 – 1882), quien añade que la selección natural es parte vital de ese proceso de adaptación. Se trata entonces de la forma natural (o curso lógico) como las diferentes especies cambian, crecen, se van modificando y van dando paso a nuevas.

“La naturaleza se abre camino”, dice uno de los personajes en la película Parque Jurásico (EUA, 1993), dirigida por Steven Spielberg y escrita por Michael Crichton y David Koepp, que se basan en la novela homónima de Michael Crichton, dando a entender que las especies evolucionan no sólo mediante la sobrevivencia de los que mejor se adaptan a los cambios (Darwin dice), sino también a que los cambios en la naturaleza se producen en el interior natural, biológico digamos, de cada especie, o más aún, de cada ser viviente en particular.

La cinta, protagonizada por Sam Neill, Laura Dern, Jeff Goldblum, Richard Attenborough, Bob Peck, Martin Ferrero, Samuel L. Jackson, Wayne Knight, Joseph Mazzello y Ariana Richards, trata de un empresario que quiere, a solicitud de los inversionistas de su proyecto, el aval de un grupo de expertos en diferentes ramas de la ciencia para un parque de atracciones caracterizado por la presencia de dinosaurios, cuyo ADN ha sido mutado genéticamente y luego clonado.

Mientras la aventura y el relato de supervivencia y acción crece por una serie de errores humanos que provocan que los dinosaurios puedan salir de sus jaulas y atacar, empujando a los visitantes a huir para salvarse, el planteamiento trae consigo más que secuencias fantásticas y una revolución tecnológica, sobre todo para su época, en el terreno de los efectos visuales, pues también plantea preguntas importantes sobre temas como la evolución, la experimentación científica y genética y sus peligros, la ambición corporativa y las consecuencias de los imprevistos de la vida, la incertidumbre, y la mala planeación o preparación para afrontarlos.

Como siguiendo la Ley de Murphy (que a grandes rasgos dice que si algo puede salir mal, así será), lo que sucede dentro del relato es una catastrófica saga de decisiones equivocadas que dan paso a lo que mejor define la cinta por sí misma: el caos. Tal como lo explica uno de los personajes, la teoría del caos se sustenta en conceptos como la impredecibilidad, variables cambiantes, causa-efecto múltiples y el azar. Hay cosas que se pueden suponer y proyectar, pero eso no significa que salgan exactamente igual a como se espera, o que sucedan exactamente igual dos o más veces, porque las condiciones y la situación en la que se desenvuelven los elementos participantes cambian por todo tipo de factores. “Si algo nos ha enseñado la historia de la evolución es que no podemos refrendar la vida. Se libera. Se extiende a nuevos territorios y rompe barreras. La evolución encuentra su camino de forma dolorosa, tal vez peligrosa”, explica aquel personaje.

El personal de los laboratorios de este parque espera tener el control de la situación porque ha mantenido todo bajo la lupa de sus microscopios, pero ese control nunca es posible de alcanzar al cien por ciento porque no pueden esperar que animales que no conocen actúen de la forma como ellos quieren que actúen, en lugar de la que su instinto natural les dicta. No prevén tampoco que la modificación genética que han hecho al ADN cambie de una forma u otra al dinosaurio en sí. Éste caza, depreda, destruye y no puede ser contenido por un grupo de humanos que no conocen lo que significa la dimensión de un ecosistema antiguo y extinto, traído a la actualidad. Subestimarlo es subestimar a la evolución misma y a la naturaleza como fuerza incontrolable que se rige bajo sus propias reglas. “No es posible reprimir un instinto primitivo que tiene 65 millones de años”, dice uno de los paleontólogos, cuando se dan cuenta que el Tiranosaurio Rex no hace caso a la cabra que los cuidadores le presentan como alimento en medio de su jaula. El tiranosaurio no quiere comer, quiere cazar.

Esta gente además ha automatizado las funciones dentro de las instalaciones del parque, han olvidado muchas medidas de seguridad creyendo que no habría problema pasarlas por alto y tampoco han previsto todas las necesidades que una atracción de esta magnitud representa para el público al que se dirigen, los niños. Si a eso se le suma la caída del sistema provocada adrede por un trabajador que ha encontrado la forma de ganar dinero robando información confidencial para venderla al mejor postor (ambición, egoísmo, deslealtad, como características de la conducta humana), más una tormenta tropical azotando la zona en esta isla del Atlántico, en efecto, todo lo que puede salir mal, saldrá mal, y cada elemento de riesgo aumentará potencialmente, y peligrosamente, por esos tropiezos e imprevistos para los que estas personas no están preparadas. No se trata de un escenario pesimista, sino de una realidad provocada por el hombre, por las circunstancias naturales, por las modificaciones genéticas que recrean a especies extintas naturalmente, situación que eventualmente explota frente a los involucrados.

Las malas decisiones tienen consecuencias y hacer las cosas en la propia vanidad del ser es, de alguna forma, la ostentación del individuo en su arrogancia, en su máxima expresión de soberbia, presumiendo y explotando sus propios avances tecnológicos e industriales, en una forma de colonización de la Tierra (o el planeta), por un deseo de maravillar al prójimo a partir de sus propios logros, pero sobretodo, en busca de obtener ganancias, de invertir capital para explotar la tierra, la manipulación genética, el desarrollo tecno-científico y las emociones humanas.

No dimensionar la situación puede significar tanto presunción como falta de preparación y organización. Hacer las cosas antes que los demás (aprovecharse de la oportunidad más que aprovechar la oportunidad) por una simple sed de poder, que provoca precipitaciones, es forzar a algo sin dejar que corra su curso natural (una idea con impacto directo en el tema de la clonación y la experimentación genética).

Para todos, la presencia de los dinosaurios y el parque significan algo diferente, un descubrimiento o avance científico, una posibilidad de explorar lo desconocido, un negocio, un acuerdo estratégico empresarial y hasta una fuente de ingresos. Los científicos se pueden maravillar con la presencia de los animales y el cómo su creación fue posible, mientras los abogados ven en ellos un negocio que potencialmente traerá grandes ingresos a sus manos. La ambición no es sólo ser el primero, sino el más grande, y el todo se convierte en un circo, metafórica y literalmente hablando. “Sus científicos están tan preocupados por saber si podían, que no se detuvieron a pensar si debían”, reclama el paleontólogo.

La reflexión es importante porque cuestiona la falta de ética, pero al mismo tiempo analiza cómo estas personas se escudan en un estandarte de aparente progreso, con fines mucho más allá que el del mero avance científico. El progreso como estímulo y meta del quehacer humano que con tanto optimismo han proclamado los defensores de la industrialización a ultranza, de la urbanización como mejor forma de vida y del saber de expertos como la palabra definitiva para hacer las cosas, sin ponerse a considerar el aspecto humano, solidario y de interés colectivo que el bienestar social también exige. El sabotaje de las instalaciones, por ejemplo, es producto de un acto de venganza de uno de los trabajadores, que ha encontrado a quien vender la información genética que hace posible el proyecto, en un intento también de la competencia (corporativa y del capital), por no quedarse rezagados. Su traición satisface su ego y el robo llena esa satisfacción, mientras la venganza, hacer que los sistemas operativos colapsen, no es más que ese sentimiento traducido en una necesidad de llenar su ambición y perjudicar al otro. En suma, valora el progreso en términos de su bienestar personal, igual que lo hace el empresario que desarrolla el proyecto del parque de diversiones, o los científicos que sienten que dominan a la evolución natural.

“Nunca ha tenido el control. Esa es la ilusión”, le reclama una de las personas invitadas como observadores al visionario creador del parque, con respecto a cómo el proyecto no es más que un espejismo, nunca realmente tangible, real o posible. Él, el empresario, explica que de niño tenía un circo de pulgas, que en realidad no tenía pulgas, sólo juegos que se movían mecánicamente. La gente, sin embargo, parecía convencida de ver a los animales. Por tanto, él espera esa misma reacción, ese mismo asombro de parte de los asistentes al parque, pero esta vez a partir de algo real, dinosaurios que están ahí, no que la gente se imagina que están ahí. En este caso su sueño es más grande que él, porque es un imposible, algo que, como le dicen, nunca estuvo realmente en sus manos para poder presentárselo al mundo.

Los dinosaurios, la recreación de su medio ambiente semejante al de hace millones de años, las modificaciones genéticas, y la intención de ofrecer todo ello como atracción turística, es más que simple entretenimiento-espectáculo, es más bien, o antes que nada, experimentación científica, posibilidad de creación y reproducción; también naturaleza y evolución, o como dicen algunos, jugar a ser dios y empresario al mismo tiempo. ¿Por qué crear entonces a los dinosaurios? ¿Entretenimiento para el público o poder, dinero y control sobre los demás? Más interesante reflexionar es preguntarse si los involucrados alguna vez se cuestionaron si la iniciativa estaba destinada a fracasar, o si sopesaron, antes de comenzar, las consecuencias de jugar, apostar y manipular el curso natural de la evolución. Al final, el verdadero responsable de la catástrofe no es el dinosaurio siguiendo sus instintos, sino el hombre siguiendo los suyos.

Ficha técnica: Parque jurásico - Jurassic Park

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