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Memento

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

¿Qué es la verdad? ¿Conclusiones obtenidas a partir de hechos y datos? ¿Correspondencia entre la realidad de un suceso, persona o contexto y la información que se presenta de éste? ¿Recapitulación en concordancia, transparente y sin juicio, de aquello que sucede en el mundo y/o a las personas?

Cuando se dice que la verdad es relativa, el enunciado se refiere a que ésta cambia entre una persona y otra, porque cada quien la asimila según sus experiencias y forma de razonamiento, que es diferente entre uno y otro porque cada individuo también lo es. Si cada quien hace o decide su propia verdad, ¿entonces qué es la verdad?

“¿Me miento a mí mismo para ser feliz?”, reflexiona Leonard, el protagonista de la película Memento (EUA, 2000), escrita y dirigida por Christopher Nolan, cuyo guión se basa en el cuento corto de Jonathan Nolan titulado ‘Memento mori’, que se traduce como ‘recuerda que vas a morir”.

Nominada al Oscar en las categorías de mejor guión original y mejor edición, la cinta está protagonizada por Guy Pearce, Carrie-Anne Moss y Joe Pantoliano. La historia se centra en Leonard, un hombre que busca venganza por la muerte de su esposa y quien está decidido a encontrar a la persona responsable. Su problema es que sufre de amnesia anterógrada, que se caracteriza por la inhabilidad de crear nuevos recuerdos, o de guardarlos en la memoria a largo plazo, lo que lo convierte a él mismo en su propio mayor obstáculo.

La película destaca por su narrativa no lineal; un relato que inicia por su conclusión y luego avanza en dirección hacia atrás, por segmentos, hasta llegar a los hechos que llevaron a los personajes hacia tal desenlace, culminando en el punto de partida del viaje de cada uno; una estructura que pone al espectador en el mismo plano de incertidumbre que su protagonista, quien es víctima de la condición de su memoria.

Sin la posibilidad de retener y/o recordar prácticamente nada, Leonard no tiene referencias de lo que ha vivido momentos u horas antes, por ende, no tiene a nadie en quién confiar, ni siquiera puede confiar en él mismo, por lo que debe recurrir a formas de grabar sus vivencias personales para establecer ‘su’ verdad para el futuro. Fotografías instantáneas, tatuajes con información y mensajes escritos de su puño y letra son sus herramientas de apoyo. La idea en que basa su técnica es que los tatuajes o las fotografías son permanentes e inviolables, serían pues la “verdad” de los “hechos objetivos”, inalterables, en suma son la “realidad”, o su realidad. De lo que no se da cuenta es que su plan falla porque, aunque la información no cambia, la forma de interpretarla, de analizarla, la valoración que se hace de ella, se modifica según la situación y el contexto, incluso conforme las experiencias son percibidas por el mismo sujeto, en este caso Leonard. Y es que las deducciones, en cada mismo escenario, pueden variar porque la experiencia y la perspectiva cultural y emocional nunca es la misma.

Cuando Leonard decide creer y fiarse, más que en el sentido común, en las imágenes y lo que en ellas está escrito, traza su propio camino al fracaso, porque sus conclusiones se definen a partir de información procesada que refleja el contexto en que la lee. Por ejemplo, si sus tatuajes le dicen que debe buscar a una persona de género masculino y tes blanca, la cantidad de hombres que pueden cubrir estos parámetros es tan infinita que cada nueva ocasión que la lea, fijará como objetivo a una nueva persona diferente.

De igual manera, si sus notas al reverso de las fotografías leen ‘No confíes en esta persona’, refiriéndose a quien aparece en la imagen, significa que Leonard mismo se está limitando, porque no hay nada que le asegure que esa persona nunca le dirá la verdad, o que cuando lo haga, él no la creerá, o que el otro, sabiendo lo que dice la fotografía de él o ella, juegue a mentir y engañar cuando mejor la parezca, para manipular a Leonard a su antojo.

Lo más interesante es que la narración, vista a partir de los ojos de un hombre con problemas de memoria, lleva al espectador a creer en la poca veracidad de los hechos y según los cuenta el protagonista, quien es en realidad, narrativamente hablando, un narrador no fiable, es decir, de quien su credibilidad está en entredicho. Así que cuando el texto dice que no se debe confiar en Teddy, un hombre que afirma ser un policía encubierto que le está pasando información a Leonard, el espectador mismo se condiciona a no creer en las palabras del personaje. ¿Dice la verdad o dice sólo la verdad que a él le conviene? ¿Cómo saberlo?

“No quieres la verdad, inventas tu propia verdad”, le dice Teddy a Leonard. En efecto, los datos y los hechos pueden no cambiar, pero lo que no se puede tatuar, ni traspasar, ni implantar, es la certeza. Leonard está predestinado a dudar y a desconfiar, a cuestionar su mundo, pero ya no desde el punto de vista crítico y con objetividad de análisis, sino con sospecha e incredulidad. “Puedes cuestionarlo todo porque nunca nada es seguro”, le dice Natalie, una mujer que Leonard cree le ayudará a llegar hasta su objetivo.

Estar seguro de algo no sólo significa que la información puede aseverarse con completa firmeza, sino también con confianza. Para lograrlo se necesita un cruce de información. Lo que se dice con lo que se aprende, lo que se observa con lo que se esconde en el subtexto. “Tenía que leer las mentiras de la gente”, explica Leonard respecto a su empleo analizando los casos de reclamaciones falsas en una compañía de seguros, y añade que lo importante para su labor era aprender a leer entre líneas, dejar a la gente hablar y captar el significado de ciertas señales del lenguaje corporal. En corto, construir un entendimiento del mundo a partir de varias fuentes de datos y no sólo de una exclusiva. El error de Leonard, en su afán de recordar para saber, provocado por esa desconfianza, recae en que deja de creer en sí mismo y en su instinto, para fiarse en su lugar únicamente en lo que ve escrito, creyendo que ello lo hace prueba fehaciente de veracidad.

Como muestra de ello está la historia que Leonard cuenta sobre un hombre de uno de sus casos, quien decía no poder recordar nada a corto plazo. Todos creían que era un acto fingido, teatralizado, para poder reclamar el seguro médico, sin embargo, se determinó que su mal no era una condición física, sino psicológica. Creyendo que para que su cerebro reaccionara, era necesario crear un estímulo lo suficientemente fuerte, emocionalmente hablando, y se le pidió a ese hombre someterse a varias pruebas de condicionamiento, en el entendido de que ante el ensayo y error el hombre aprendería patrones de comportamiento. Esto nunca sucede, porque no importan cuántas veces cae en un error, su cerebro no lo procesa, y por ende, tampoco lo aprende.

Basándose en esa historia Leonard intenta crear su propio modelo de condicionamiento; si no puede aprender del error, decide vivir por lo menos en la rutina y la repetición. “La memoria es traición”, dice uno de sus tatuajes. “La memoria no es de fiar”, añade después él. Porque si no puede creer en aquello o aquellos que le rodean, lo que le queda es confiar en el hábito de la cotidianeidad, para que la costumbre se convierta en un mundo familiarizado en el cual vivir, a reserva de que la monotonía termine por empujarlo a la supervivencia, en este caso traducida en auto sabotaje. Porque además, si bien él puede hacer lo más para no cambiar, no tiene poder sobre el resto del mundo para que hagan lo mismo. Desde luego lo trágico de la historia es que esa desconfianza en los demás, ese predominio de la subjetividad en la interpretación de “la realidad”, ese mundo en donde prevalece lo simple opinión sobre el análisis y la valoración, es dominante en la rutina cotidiana de millones de individuos sometidos a la dinámica capitalista de explotación, en virtud de que los medios masivos de comunicación [internet, redes sociales, radio-televisión y medios impresos] graban, imprimen t plasman en la mente del colectivo sus “verdades”, procesando la información para las masas, moldeando la opinión de los ciudadanos.

“Necesitamos recuerdos para recordarnos quiénes somos”, dice Leonard. Tal vez la verdad es sólo una percepción de la realidad, tan verdadera para una persona como ella misma se convenza de ello; posiblemente errónea dentro de un determinado contexto pero cierta para quien se disuade de ella. Leonard no tiene la capacidad de recordarlo todo, pero, en el mundo real, nadie tiene la capacidad para recordar cada detalle de su vida, al contrario, todos, como Leonard, somos susceptibles a modificar recuerdos y cambiar los hechos pasados. La vida no es como fue, sino como la recordamos, afirma García Márquez en uno de sus textos, y sin duda cada quien va viviendo conforme su cultura, sus necesidades y sus valores, pero los recuerdos que le quedan influyen también sobre su conducta presente y su forma de entender e interpretar la cotidianeidad. Finalmente la memoria no se aprende, debido a que es una función biológica, lo que se aprende es la habilidad para recordar, que se refuerza gracias a las ‘huellas’ que quedan (la cicatriz tras de una cortada, por mencionar el ejemplo más sencillo y pragmático), resultado de esas experiencias.

Ficha técnica: Amnesia - Memento

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