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Snowden

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

La seguridad es la ausencia de la posibilidad de riesgo, que se define como la ‘aproximación de daño’; pero dañar no es sólo herir o molestar, es también perjudicar material o moralmente. Entendiéndolo así, la seguridad no se puede excusar en el daño, no se puede herir a otros con tal de asegurar la seguridad propia, pues sería una contradicción de principios. ¿Pero qué pasa cuando esto se hace así de todas maneras?

En 2013, Edward Snowden, un contratista trabajando para el gobierno de Estados Unidos, reveló en una serie de documento publicados, con el apoyo del periódico británico ‘The Guardian’ y el estadounidense ‘The Washington Post’, que las autoridades de su país, específicamente dentro de agencias gubernamentales como la CIA o la NSA, espiaban la información personal de sus ciudadanos, y de muchas otras personas alrededor del mundo, en nombre de la procuración de seguridad para los mismos ciudadanos y del interés general de su país.

La noticia abrió una conversación alrededor de los principios éticos y morales que estas acciones representan, subrayando la naturaleza ilegal de cualquier tipo de espionaje: geolocalización, grabar conversaciones telefónicas, acceder, acumular y utilizar información privada subida a la red o que se encuentra en una computadora personal, e incluso leer los correos y mensajes de texto enviados y recibidos.

Recreando dramáticamente los hechos que llevaron a la decisión del analista, se traza la película Snowden (Alemania-Estados Unidos, 2016), protagonizada por Joseph Gordon-Levitt, Shailene Woodley, Zachary Quinto, Melissa Leo, Tom Wilkinson, Scott Eastwood, Timothy Olyphant, Ben Schnetzer, Rhys Ifans y Nicolas Cage. El filme está dirigido por Oliver Stone, quien escribió el guión junto con Kieran Fitzgerald, con una historia basada en dos libros: ‘The Snowden Files’ de Luke Harding y ‘Time of the Octopus’ de Anatoly Kucherena.

Snowden trabajaba para la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA, por sus siglas en inglés). Su labor como ingeniero de sistemas era crear programas específicos de seguridad, o eso es lo que le decían estaba haciendo. Esto lo llevó a diferentes puntos alrededor del mundo, Suecia y Japón específicamente, como lo detalla la película. Es trabajando ahí que descubre, gracias a que sus habilidades destacadas en el ramo convencen a sus superiores de invitarlo a operaciones más importantes y secretas, que la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) tiene acceso a mucha información personal de la gente, aunque realiza este espionaje de forma secreta.

La dinámica, como se lo explica uno de los empleados para la NSA, es que su programa de software funciona como un buscador ordinario, sólo que los resultados que arroja son, por ejemplo, los correos electrónicos, mensajes de texto, llamadas telefónicas, llamadas por Skype, información de los perfiles en las redes sociales o historial de búsqueda en Internet de la persona específica a la que se quiere investigar.

El joven entiende la manera poco ética e ilegal del acto, porque sabe que está castigado por la ley. Así se lo explicaron al llegar a la agencia: de acuerdo con la constitución de su país, este tipo de espionaje no está permitido. Sin embargo, el gobierno se respalda en un Tribunal de Vigilancia de Inteligencia Extranjera de los Estados Unidos (FISA en inglés), para emitir, en nombre de la seguridad nacional, órdenes fiscales que den luz verde a esta técnica de recaudación de información.

Observando cómo funciona la dinámica, Snowden se da cuenta que esta medida es sólo una autojustificación, una excusa utilizada como careta, en donde sólo hace falta decir que la persona en cuestión está siendo investigada por motivos de sospecha de actos en contra de la seguridad, para dejar pasar por alto todas las violaciones a los derechos que se están realizando, incluido el de violación a la privacidad.

Para entenderlo, Snowden tiene que vivirlo, y lo experimenta con un caso en el que investigan a un banquero. Él termina monitoreando la información personal no sólo de este hombre, sino de las familias y conocidos del sujeto, o los conocidos de sus conocidos. El joven recalca que, con esta especie de cadena dominó, el gobierno termina espiando a miles de personas, sólo porque alguien que conocen, conoce a alguien más, que es conocido de la persona a la que realmente quieren implicar. Pareciera que el fin último fuera, a partir de un punto relativamente entendible, el investigar a personas que parecen ser potencialmente una amenaza para el país, permitirse espiar a todos, sin importar quiénes sean éstos. ‘El terrorismo es la excusa, pero el control social y económico es la verdadera razón’, concluye Snowden; el simple deseo de sentimiento de supremacía de su gobierno.

La vigilancia a través de la tecnología se convierte en un arma que induce el miedo. “La cultura del miedo gana”, dice en un punto de la historia uno de los personajes. Aquí, el gobierno investiga por el temor a que el otro sepa algo que ellos no supieron primero y se crean programas de vigilancia y seguimiento cibernético sólo para sentirse en control de la situación. Durante una misión que el analista presencia, la herramienta de ‘geolocalización’, que ubica dónde en el mapa mundial está situado un aparato tecnológico, se convierte en la clave para destruir un objetivo durante una operación militar. En ese momento el joven repara en las consecuencias de sus actos y la forma como el programa que él creó está siendo realmente utilizado. La guerra del mañana no está en el campo de batalla, en el mundo físico, sino en el ciberespacio; “está en todas partes” dice otro personaje.

Pero en la informática quien toma la delantera es aquel preparado para los ataques cibernéticos, saber defenderse de ellos, organizarlos o recabar información sin que el otro lo sepa, una realidad ejemplificada durante una operación en Japón en la que el mismo Snowden, según relata en la película, implantó programas de software en puntos estratégicos de la red de ese país para, en caso de ser necesario, tomar el control de su sistema.

De esta manera se violan derechos humanos, en una serie de acciones extraoficiales, no reconocidas, disfrazadas u ocultas, para hacer así difusas las faltas éticas cometidas. Cuando Snowden le explica a su novia que sabe que el gobierno puede espiar a la gente a través de la activación de las cámaras de video de sus computadoras, ella dice que esto no le preocupa directamente, porque no tiene nada que esconder. Lo que ella no valora es que no se trata de un tema de transparencia, explicado con el dicho ‘el que nada debe, nada teme’; sino que la acción, el activar una cámara personal sin que el otro lo sepa, es una transgresión a su intimidad.

“La gente no quiere libertad, sino seguridad”, explica uno de los trabajadores de la CIA. Bajo esa idea de ‘proteger’, los encargados de estos programas deciden ‘rodear’ las reglas para encontrar el camino que más les convenga, es decir, se violenta deliberadamente la ley, se le ignora, o se crean nuevas leyes, para hacer viable el espionaje y la invasión de la privacidad de los ciudadanos.

Durante una plática, la novia del chico le cuestiona por qué no unirse a las protestas en contra de la guerra, en una escena en la que gente está pidiendo firmas como forma de solidaridad. Él dice que prefiere no ‘atacar’ a su país, una respuesta automática basada más en la precaución, debido al control laboral en el que se desenvuelve, que en la construcción de un juicio propio. Ella contesta que el acto no se basa en la crítica, sino en el cuestionar. Cuestionar no es atacar ni ir en contra del otro, es proponer el debate con argumentos.

En este caso las acciones de Snowden, el filtrar documentos con información clasificada, para algunas personas se trata de una búsqueda por la verdad, para abrir pie al debate, pero para otros representa un acto de traición, es visto como un ataque directo hacia su país, Estados Unidos. Dos perspectivas de puntos de vista distintos, según los intereses que se defiendan. En cuyo caso, ¿no son las acciones del gobierno, expuestas por la evidencia presentada por Snowden, también un acto para embestir, en una ofensa igualmente directa hacia las personas? ¿Cuáles son las ramificaciones, y hacia dónde se dirigen, de la existencia de un programa de vigilancia secreta, que denunciado o no, existió? O peor aún, todavía existe.

La inquietud final con que se queda la gente varía: las consecuencias de las decisiones de un hombre o las consecuencias de las decisiones del gobierno estadounidense. El impacto global y a largo plazo de uno de estos dos escenarios, es mayor que el otro. Pero el mayor problema es que el dilema ético continúa presente: la supervigilancia y el espionaje de ciudadanos como instrumento de coerción social para respaldar a la elite económica, para hacer sentir y creer que el supuesto interés nacional es el interés de todos, la seguridad como pretexto para violentar derechos humanos, para eliminar el ejercicio de libertad.

Ficha técnica: Snowden

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