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Justicia para todos

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Un sistema judicial debe hacer cumplir las leyes bajo un principio de justicia, donde culpables sean sentenciados a pagar por sus faltas e inocentes puedan reencontrar libertad o ser compensados, de alguna manera, por los daños sufridos. Sin embargo, el mismo funcionamiento del sistema también abre una brecha que permite romper las leyes y aprovecharse de las fallas a favor de los culpables. El fantasma que recorre al mundo judicial es el de la interpretación: de hechos, de leyes, de vacíos normativos, de testimonios. Una de las vías para hacerlo es la corrupción; otra, la burocracia.

Justicia para todos (EUA, 1979) es una película que aborda estos temas. Dirigida por Norman Jewison, escrita por Valerie Curtin y Barry Levinson, protagonizada por Al Pacino, John Forsythe, Christine Lahti, Jack Warden, Craig T. Nelson y Jeffrey Tambor, entre otros, la película estuvo nominada a dos premios Oscar: mejor actor principal y mejor guión original. La historia se adentra en la rutina caótica de un abogado, Arthur Kirkland, sobreviviendo a las vicisitudes del sistema legal en el que se desenvuelve, en su camino parar ayudar a los inocentes a quienes representa.

Uno de sus clientes es un joven que ha sido enviado a la cárcel cuando, tras ser detenido en la carretera por manejar con una luz trasera del auto rota, su nombre empata con el de un criminal previamente buscado para su detención. Ya en la cárcel es acusado como responsable del ataque a un guardia de la prisión, luego de que el cuchillo utilizado en el ataque es encontrado en su celda, plantado ahí por los verdaderos culpables. El joven es inocente de todos los cargos pero lleva más de un año detenido injustamente porque el juez con quien se llegó a un acuerdo para dejarlo libre no apareció el día del juicio y aquel que sí, el juez Fleming, se niega a aceptar la evidencia de la inocencia sólo porque se presentó tres días después del plazo aceptado, ejemplo claro de intransigencia burocrática.

A pesar de la enemistad entre juez y abogado, Fleming elige a Kirkland para representarlo cuando es acusado del cargo de violación. “Si realmente es inocente, no me necesita”, insiste el protagonista, sabiendo que el acusado lo ha elegido por cuestiones políticas y de imagen. Le dicen que lo primordial es su integridad moral, y lo es, pero porque todo es parte de un plan para aparentar una cierta imagen de inocencia hacia Fleming: Kirkland sólo defendería a una persona a quien odia si ésta es inocente.

La imagen como careta también es utilizada para alimentar el frenesí de los medios, que utilizarán esa relación pasada de enemistad para distraer la realidad del caso de violación hacia los chismes y rumores que se puedan hablar con relación a estos dos personajes. Al final se trata, más que de un proceso de justicia, de un circo de espectáculo donde cada parte es sólo un actor más en la obra. La cultura del espectáculo implantada en el centro del sistema legal que se supone de sustento y sentido a la estructura social.

Kirkland es manipulado con un propósito: corroer aún más al sistema judicial que se vive con la corrupción que se propaga. Creyendo que podrá controlarlo y sobornarlo, Fleming ofrece a su abogado un trato para sacar de la cárcel al joven erróneamente detenido al que representa, a cambio de sus servicios como defensor. La jugada es hacerse del control por sobre otros jueces y abogados, sometiendo al defensor de lo correcto, a Kirkland. Sabiéndose además culpable de los cargos de violación en su contra y obligando al otro a defenderlo, apelando por su obligación como abogado defensor, Fleming pretende ganar, humillar y mostrarse superior, tanto del sistema mismo como ante Kirkland.

“Ser honesto no tiene mucho que ver con ser abogado”, menciona el protagonista en un punto de la historia, siendo testigo de la decadencia de su amigo y colaborador, un joven abogado quien gana casos encontrando detalles técnicos que liberan a sus clientes, hasta el día en que gana el caso de un hombre acusado de asesinato, quien vuelve a incurrir en este crimen al día siguiente de haber sido liberado.

Gail Packer, miembro del comité de ética que revisa los expedientes durante esas fechas, platica con Kirkland al respecto. Ella le dice, luego de que él le comenta su preocupación por su amigo, que la vida personal de un abogado no debe interferir con su trabajo, olvidando que los principios morales y la conducta ética de cualquier individuo forman parte de su esencia, de su manera de ver y entender el mundo; luego, son inseparables de las decisiones que cada quien asume [lo que no implica que no puedan modificarse en algún momento]. Vida y trabajo van relacionados, como sucede en la realidad de cualquier otra persona desempeñándose en una profesión cualquiera. Gail y su comité esperan que aquellos que trabajan para hacer cumplir las leyes no se vean afectados por los casos que evidencian la injusticia o la corrupción del sistema para el que trabajan, pero esto no es posible, porque su trabajo refleja, obligatoria y directamente, en su estilo de vida, en pensamiento y acción, y viceversa.

“La gente está harta de la ley”, comenta el fiscal contra quien se enfrente Kirkland en el caso Fleming. Sus métodos son duros y está decidido a enviar al culpable a la cárcel, pero sus motivos no caen en la búsqueda de la justicia dentro del marco legal, sino que se sustentan en el odio y el espectáculo. Aunque el fiscal sepa que Fleming es culpable y corrupto, no busca que él pague por sus faltas, sino que pretende demostrar con el acto (ganar el caso), enviar al acusado a la cárcel para entonces hacerse de fama y, al mismo tiempo, dar una imagen de aparente buen funcionamiento del sistema. Otra farsa dentro de un régimen legal que falla en funcionar y le falla a sus ciudadanos, imponiendo un nivel de justicia que pretende ser honesto y equitativo pero que nunca logra alcanzarlo.

“A veces hay que defender al culpable”, le dice uno de sus amigos jueces a Kirkland, porque, continúa él, si delatas a un cliente culpable a pesar de que tu deber como abogado es defenderlo, no previenes un crimen, sino que traicionas a un cliente. Es como si el propio sistema obligara al abogado defensor a romper con su propia ética moral para cumplir con la de su profesión; una contradicción que al mismo tiempo entra en conflicto con el derecho del ciudadano para defenderse e intentar probar su inocencia.

Un juicio en el que se enfrentan culpables contra inocentes, un acusado frente a un acusador, también coloca en bandos contrarios los derechos de los ciudadanos frente a las leyes de su sistema jurídico, (cuando las leyes deberían estar diseñadas para servir en beneficio de los ciudadanos) donde ambas partes buscarán ganar, independientemente de lo justo o lo correcto. Grietas en el sistema legal que se acrecientan por y gracias a la corrupción que se desprende de esa doble ética, que encuentra un laberinto todavía más grande cuando, a la par, se desenvuelve bajo las directrices de otros sistemas de organización (burocráticos) igual de fallidos.

Ficha técnica: Justicia para todos

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