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Vacaciones en Roma

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

Existen costumbres sociales que ayudan a mantener un orden general entre la sociedad, su importancia recae en la forma en que procuran armonía entre las personas: un saludo cordial, el respeto hacia alguien ajeno, la educación y el comportamiento en público, por mencionar algunos ejemplos.

La protagonista de Vacaciones en Roma [Roman Holiday en idioma original] (EUA, 1953), Mary Ann (Audrey Hepburn), es una joven princesa, miembro de la realeza que durante un viaje por Europa encuentra la oportunidad de escabullirse de sus actividades protocolarias en busca de la aventura, para conocer la vida ordinaria de una joven cualquiera en el mundo. Al quedarse dormida en la calle en Roma, producto del somnífero que le habían dado para tranquilizarla, es ayudada por un reportero norteamericano, Joe Bradley (Gregory Peck). Cuando él se entera de la verdadera identidad de la joven, no le dice nada y se asegura de poder pasar el día con ella a fin de averiguar alguna información exclusiva y entonces escribir un reportaje que será bien cotizado para su publicación. El día en Roma se vuelve una convivencia inocente y amable ante el descubrimiento del mundo real por parte de una joven  a quien nunca le había sido permitido salir de su jaula de cristal.

La historia habla tanto del tema de libertad como de la forma en que puede coartarse. Ann quiere salir al mundo porque quiere vivir. Conoce sus responsabilidades como princesa, pero también necesita respirar esa experiencia fuera de la burbuja en la que permanentemente la mantienen. La joven está inquieta por conocer el mundo, lo cual es natural en la mente de las personas de su edad. La vigilancia constante y extremo cuidado con que se le trata, combinado con la rutina conservadora y monótona de sus actividades, la han llevado al punto de aburrimiento, pero también de desesperación; su mente clama por un poco de independencia: vivir en la espontaneidad y elegir por voluntad propia situaciones tan triviales de su entorno como lo es un corte de cabello o la asistencia a un baile por la noche.

El anonimato permite a la princesa experimentar, crecer, conocer, vivir e imaginar. “Podría hacer algunas cosas que siempre quise hacer”, dice ella, al darse cuenta que puede permitirse un día detrás de bambalinas, un día donde no existan horarios ni compromisos que cumplir, un día en el cual poder decidir qué hacer, cómo hablar, cómo moverse, cómo asombrarse. La experiencia es sólo eso, una forma de explorar el mundo por 24 horas según sus propios intereses y expectativas, anhelos, deseos, emociones y curiosidad, algo que en su vida ordinaria no tiene la posibilidad de vivir al cien por ciento, dadas las costumbres y restricciones sociales que tiene que cumplir como miembro de la realeza y lo que se espera de ella, en comportamiento, pensamiento, actitud, e incluso, sentimientos.

Durante la rueda de prensa que se lleva a cabo una vez que ella ha regresado a la embajada, por ejemplo, los periodistas le preguntan cuál ha sido la ciudad que más le gustó visitar durante su viaje; Ann se queda pensativa recordando sus aventuras del día anterior, al tiempo que su equipo le insiste responder que todas las ciudades son igualmente bellas, especiales, cada una tiene su atractivo, tal se espera protocolariamente como respuesta, como lo políticamente correcto, pero ella se apresura a interrumpirse para hacer saber indirectamente a Joe, que es Roma su mayor placer; su mensaje es su forma de decir (para sí misma y para su amigo y enamorado) que los eventos que tomaron lugar en su compañía fueron espaciales, mientras el resto del mundo pensaba, según el comunicado oficial, que Ann estaba en cama, enferma.

Joe Bradley, por su parte, inicialmente sabe que puede aprovechar su relación con Ann para su beneficio, para ganar dinero a partir de la información exclusiva que pueda obtener de su encuentro con la princesa, pero en la propia convivencia con ella encuentra que su comportamiento no puede ser egoísta porque ella tampoco lo es; Sacar provecho de la relación a pesar del buen trato con que le corresponde ella, sería tomar una actitud  de conveniencia y oportunismo. Bradley no es así, el haber ayudado a Ann cuando creía que era una extraña desconocida dormida en una banca lo demuestra; él sabe que no puede tomar un camino diferente, en contra de su propia ética y moral, menos cuando tras su tiempo juntos ha llegado a apreciar a la joven y estimar su carisma, buenos modales, actitud positiva y amable semblante. Ella actúa de manera respetuosa y eso es lo que recibe a cambio de aquellos con quienes se topa, por ley básica de convivencia y buenas costumbres en reciprocidad, respeto, solidaridad y buen trato mutuo.

La princesa Ann vive con emoción el respiro que la experiencia le ofrece, en contraste con las limitaciones que encuentra a su alrededor día a día. Como ejemplo está el calmante que le receta el doctor antes de que ella salga en secreto de la embajada, administrado para apaciguar un simple llanto, un llanto que no es otra cosa más que la forma en que la joven puede expresar ese pesar por el que transita. “Llorar es algo perfectamente normal”, les dice el doctor cuando le llaman para revisar la salud de la joven. Aunque la actitud de la princesa es ordinaria en cualquier otro contexto, llorar como forma de desahogo, las estrictas reglas que su ambiente social le dictan hace que su comportamiento sea tachado como inaceptable.

La joven princesa se rebela en el sentido de buscar autonomía, de lograr ser ella misma, lo que encuentra a raíz de su paseo por Roma al lado de Joe y el amigo fotógrafo de éste, Irving (Eddie Albert). Lo importante para Ann es hacerse escuchar y saber al mismo tiempo cuándo escuchar al otro, promoviendo así relaciones de respeto, solidaridad y consideración de manera recíproca. Así lo encuentra, lo siente, con Joe, así lo demuestra cuando a su regreso a la embajada solicita un trato diferente por parte de sus acompañantes. Ann madura con las experiencias vividas y cambia con esa nueva forma de ver el mundo, ya sea gracias a un paseo por las calles de Roma, la visita a la “boca de la verdad” (una estatua que, según se cuenta, si alguien que miente mete su mano, ésta la comerá), entre otros rincones de la ciudad como cafés, tiendas, fiestas nocturnas en barcos y demás.

Dirigida por William Wyler y escrita por Dalton Trumbo, Ian McLellan Hunter y John Dighton (historia -y guión- original de Dalton Trumbo, quien en un inicio no apareció en los créditos al ser uno de los perseguidos en Hollywood por el Macartismo, investigados por supuesta afiliación comunista), la película estuvo nominada a diez premios Oscar, mejor película, director, guión y actor de reparto para Eddie Albert, entre ellos, ganando tres estatuillas, las de mejor actriz para Hepburn, mejor argumento para película (o narración para el cine) para Trumbo y mejor vestuario para películas en blanco y negro, por Edith Head.

Ficha técnica: Vacaciones en Roma - Roman Holiday

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