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Hannah Arendt

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

¿Qué se espera de un medio de comunicación? ¿Hablar con la verdad, con imparcialidad y con objetividad, reportar los hechos, analizar las causas? ¿O se espera, predispuestamente, que se externe con palabras lo mismo que la sociedad en masa ya opina?

En muchas ocasiones las opiniones y análisis de los profesionales de la comunicación no son repetición de lo que la gente promedio decide querer escuchar y, por ello, los autores son reprendidos, rechazados o censurados.

Esto es lo que le sucede a la filósofa alemana Hannah Arendt cuando escribe un análisis relacionado con el juicio de Adolf Eichmann, miembro del partido Nazi alemán durante la Segunda Guerra Mundial, al trabajar como reportera para la revista The New Yorker (un texto después publicado como libro, “Eichmann en Jerusalén: Un estudio sobre la banalidad del mal”), tal como lo presenta la trama de la película Hannah Arendt (Alemania-Luxemburgo-Francia-Israel, 2010), protagonizada por Barbara Sukowa, dirigida por Margarethe von Trotta y escrita por la misma directora en colaboración con Pam Katz.

Arendt, a través de su trabajo, estudió temas como el poder, la autoridad, el totalitarismo y, como ejemplifica el texto realizado y publicado a partir del juicio de Eichmann, “la banalidad del mal”, conjunta en ideas con otros estudios sobre filosofía existencial (análisis de la condición humana, la libertad y la responsabilidad individual), que la autora ya había desarrollado. Para ella la condición humana  no es algo inherente al hombre en general, sino que cada individuo es producto de sus propias acciones, que está en constante evolución, es decir, que con su trabajo, con sus decisiones, con la forma en que el individuo se relaciona con los otros, es como define su personal condición humana.

Como judía que durante la Segunda Guerra Mundial debió huir de su país por la persecución del partido nacionalista alemán, la filósofa se interesa en el juicio por lo que sobre él se pueda decir y lo que en él pueda ocurrir. “Huimos de los campos de concentración de nuestros enemigos para caer en los campos de detención de nuestros amigos”, recuerda ella, cuando sus estudiantes le preguntan qué le sucedió una vez que dejó Alemania, refiriéndose a los franceses como los amigos, quienes al ser invadidos por los nazis, debieron ceder ante la presión, incluso cuando momentos antes eran aliados de los judíos.

La mujer se topa con un juicio que resulta ser totalmente opuesto a lo que ella se imagina y considera justo; la gente está segura de que se hará justicia al poner en el estrado a un hombre que realizó actos crueles, pero la persona que se presenta frente a la corte, dice Hannah, no es un malévolo de mente, sino un burócrata mediocre.

Ella analiza cómo el juicio se vuelve un espectáculo. “No puedes juzgar la historia, pero puedes juzgar al hombre”, le dice uno de sus compañeros, también sobreviviente judío. Esto es lo que se hace durante el proceso legal, que toma lugar en Jerusalén. La comunidad busca venganza por los crímenes cometidos y su medio para hacerlo es Eichmann, a quien incluso ponen en una jaula de vidrio durante el proceso. Para que no pueda hacernos daño, razonan ellos.

A través de los testimonios y la defensa de Eichmann, “sólo seguía mis órdenes”, Arendt mira más allá del espectáculo o la forma catártica en la que el pueblo de Jerusalén actúa cuando acusa a Eichmann, quienes aprovechan para dejar salir todo ese resentimiento, miedo, malestar y tristeza acumulado, provocado por la corriente Nazi. Arendt logra darse cuenta que el actuar del teniente coronel de las SS nazis (Escuadras de defensa, organización paramilitar que operaba como guardia personal de Hitler y posteriormente como ejercito paralelo del partido nazi dentro del mismo ejército alemán), su posición, su mentalidad y su comportamiento, responden al modelo totalitario en el que se movía el movimiento Nacionalsocialista.

El totalitarismo como régimen político coarta la libertad; dirigido por un partido político único, la autoridad jerárquica asume todo el poder a través de mecanismos de control y represión (la propaganda o la policía secreta, por ejemplo).

Estudiando este escenario y basándose en lo que observa durante el juicio, la teórica razona cómo, para Eichmann, sus acciones no pueden ser juzgadas tan severamente, porque según él, lo único que hacía era obedecer órdenes. Para él no hay correcto o incorrecto; tenía órdenes y las cumplió, eso era lo que le importaba. ¿No había un conflicto entre tu lealtad y tu conciencia?, le preguntan al acusado. “Hacía lo me decían”, insiste él.

El sistema totalitario Nazi, con su educación ideológica, analiza Arendt, lo que hace es que el hombre se vuelva incapaz de pensar. La gente acata porque pierde su individualidad. “Es un don nadie”, insiste ella, refiriéndose a Eichmann. Su mente no es cruel y malvada, sino que simplemente sigue órdenes. De este análisis resulta su término “La banalidad del mal”. Analizando al acusado como individuo, la filósofa estudia cómo las acciones del teniente coronel pudieron haber sido realizadas por cualquier otro hombre, por alguien común y corriente, y no forzosamente por alguien con pensamientos de maldad.

Su estudio le trajo críticas por parte del público que la escuchó y la leyó. Muchos la acusaron de traidora y defensora de los nazis y, según la película, la censura más grande llegó cuando en una sección de su escrito, basándose en lo que se dijo en el juicio, Arendt critica también al pueblo judío, diciendo que el número de muertes habría sido menor si hubieran tenido mayor organización. Se plantea que los líderes judíos sabían lo que venía y además  fueron advertidos de los planes del movimiento Nazi, pero ellos no hicieron nada al respecto.

Este análisis fue criticado, estudiado y también analizado y debatido posteriormente. El trabajo de Arendt propone cómo el hombre renuncia a su libertad de crítica, elimina sus sentimientos de solidaridad, presionado, condicionado, por el miedo a la autoridad, como afirman también otros autores; explorado con el experimento de S. Milgram, efectuado en 1963, justamente como consecuencia del juicio a Eichmann, y su otrora experimento de la cárcel de Standford efectuado en 1971 por F. Zimbardo. Milgram resumiría el experimento en su artículo “Los peligros de la obediencia” en 1974 escribiendo: “Los aspectos legales y filosóficos de la obediencia son de enorme importancia, pero dicen muy poco sobre cómo la mayoría de la gente se comporta en situaciones concretas. Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio”.

La escritora y teórica responde ante sus detractores, segura de sus palabras y el sustento de su análisis. Cuando se decide hablar en público, explica que su escrito no acusa o defiende, simplemente profundiza sobre el ser. El régimen Nazi progresó porque hacía creer que los judíos eran superfluos. “El castigo no debe estar necesariamente ligado a un delito”, dice ella se les convencía a los partidarios, es decir, se les plantaba la idea de que los judíos debían morir no por algo específico, sino por ser judíos. Un mensaje con carga ideológica de control que aún prevalece en algunas partes del mundo, aunque el sujeto señalado sea otro, en donde, por ejemplo, las mujeres son marginadas por el único hecho de ser mujeres.

Arendt vislumbra también la forma en la que el juicio contra Eichmnn no está directamente relacionado con sus crímenes, sino que se vuelve una plataforma de condena general por el pasado histórico que él representa. Eichmann fue condenado a morir en la horca al finalizar el juicio.

Es importante preguntarse entonces: ¿Qué se espera de un filósofo? Raciocinio, análisis, propuestas y pensamiento. ¿Exposición de teorías que indaguen sobre el ser, incluso cuando estas ideas no siempre empaten con el pensamiento colectivo? Hannah Arendt además rechazaba la etiqueta de “filósofa”, prefiriendo que sus trabajos fueran denominados como “teoría política”, un término que cae dentro de las ciencias sociales, en su análisis sobre los sistemas políticos en la sociedad. En su opinión la filosofía evoca el contemplar, el interpretar, cuando, siguiendo a Marx, se inclinaba por privilegiar la acción.

Ficha técnica: Hannah Arendt

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