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The Purge Anarchy: 12 horas para sobrevivir

Diana Miriam Alcántara Meléndez
Diana Miriam Alcántara Meléndez

En cualquier saga cinematográfica la primera película usualmente plantea el concepto base de una forma concreta pero abierta, para dar pie a continuar con las pautas que conformarán el universo ficticio en que se desenvuelve la historia. Con el trazo puesto sobre la mesa, ya sea que el planteamiento haya sido una visión general de la premisa, o bien la exploración detallada de sus vertientes narrativas o temáticas, la secuela o secuelas tienen la oportunidad de indagar y expandir tanto historias como contenido, enriqueciendo personajes, argumentos, relatos, análisis y opiniones.

Esto es exactamente lo que sucede en la cinta 12 horas para sobrevivir o The Purgue Anarchy (EUA, 2014), de la saga La Purga, en esta ocasión escrita y dirigida por James DeMonaco y protagonizada por Frank Grillo, Carmen Ejogo, Zach Gilford, Kiele Sanchez, Zoë Soul y Michael K. Williams. La historia se desarrolla en una distopía futura en la que un día al año en los Estados Unidos de América cualquier delito es considerado legal, no sancionable y, por tanto, permitido por 12 horas consecutivas sin responsabilidad para quienes los cometen. 

Esta fiesta nacional anual conocida como La Purga tiene supuestamente el objetivo de permitir a las personas liberar sus angustias y agresividad a fin de, se alega, purificarse, un concepto tan simbólico como tergiversado en su interpretación porque parte de la idea falsa de que la única forma de encontrar paz, tranquilidad y sentido a la vida es cediendo a los impulsos negativos; cierto, limitándolos, reprimiéndolos o controlándolos durante todo el año, pero celebrándolos durante 12 horas de “libertad total”, absoluta, para ejercer cualquier violencia imaginable, como si la sociedad realmente ‘necesitara’ herir, abusar del prójimo y explotar sus emociones más primitivas para poder sobrevivir y progresar. 

¿Qué significa entonces para esta sociedad la idea de purificar? La purificación normalmente es entendida como la acción de eliminar lo que daña, lo que contamina; en términos religiosos se asume como la limpieza del alma o del espíritu, la redención de los pecados, que tendría su equivalente moral en el afán de mantener una conducta ética de respeto al prójimo y al conjunto social. En la narrativa, sin embargo, no se trata de una limpieza que sana, sino que devasta, destruye, asesina. La palabra es entendida como eliminar aquello que contamina a la sociedad, pero, ¿quién lo decide y bajo qué parámetros?

La Purga aparentemente ha reducido las tasas de crimen y los niveles de pobreza, aunque, mejor dicho, ha reducido el número de población que conforma las esferas más pobres de la sociedad. Son ellas las que son incapaces de protegerse durante la jornada de violencia, pues mientras los más ricos, pudientes y adinerados instalan alarmas, equipos especializados de vigilancia y rejas de seguridad reforzadas en sus residencias, contratan servicios de vigilancia de élite para salvaguardar sus vidas, o compran armamento e instrumentos de cualquier tipo para atacar o contraatacar a diestra y siniestra, las personas viviendo en la esfera social contraria, los pobres, apenas pueden defenderse y sobrevivir, porque no cuentan con la solvencia económica para armarse o protegerse. Es pues, en esencia, el grupo poblacional en el poder socioeconómico el que organiza y gestiona esta celebración anual; purga que representa una ‘purificación de clases sociales’, para eliminar a la población con menos recursos, a quienes se considera personas desechables.

La película ejemplifica con varias historias de vida cómo la clase obrera, trabajadora, tiene menos oportunidades de sobrevivir en un mundo marcado por la desigualdad. “La Purga no existe para reducir la criminalidad ni purificar el alma de quienes liberan su agresividad. La Purga existe únicamente por el dinero. ¿Quién morirá esta noche? Los pobres”, reflexiona Carmelo, uno de los líderes de la oposición que plantea la importancia de cuestionar el sistema a partir de la constante e inequitativa realidad que se vive: los ricos, los dueños del dinero, se aprovechan de las carencias evidentes en que se encuentran los más pobres, vulnerables ante la agresividad de los poderosos.

Ese es el argumento de los que se oponen a la purga, denunciando que el verdadero objetivo es eliminar, aniquilar a la población sin recursos, permitiendo prevalecer a quienes cuenten con solventes económicos para asegurarlo. Vive quien puede pagar para no morir o quien tiene el dinero para financiar los medios para asesinar. La inequidad, desigualdad y división de clases se hace más evidente que nunca, dejando a la deriva, en estado de indefensión, como en todo sistema jerárquico, al que está en la base de la pirámide, al más necesitado y desprotegido.

Pero la Purga tiene un trasfondo todavía más significativo, ya que está directamente relacionado con el acto violento que en sí implica la jornada establecida, las 12 horas donde todo está totalmente permitido. Si cualquier crimen y delito deja de estar prohibido, la pregunta clave es qué motiva a las personas a participar activamente en la purga, sobre todo tomando en cuenta que las infracciones más comunes son las relacionadas con violencia, por ejemplo, tortura y asesinato.

En este mundo distópico la sociedad parece funcionar armónicamente al menos 364 días al año, pero no es porque se haya encontrado verdadera paz, solidaridad y progreso entre personas, sino porque hay 12 horas anuales en las que la gente tiene libertad de hacer lo que le plazca; esa es tanto su esperanza como su condicionamiento. Sin límites, restricciones o normas a seguir, el colectivo aprovecha este lapso de medio día para desinhibirse, vengarse, sacar sus frustraciones o ceder a sus impulsos más viscerales y salvajes. No todos participan, no todos anhelan romper el orden natural y salir impunes ante sus infracciones, pero quien lo hace, ¿lo hace porque disfruta la violencia?, ¿porque acumula resentimientos que eventualmente llegan a un punto de ebullición y anhelan destrucción y venganza? ¿Es la violencia parte innata de la esencia humana? 

La película ofrece un abanico de personajes atravesando por la Sexta Purga Anual, con la intención de dar al espectador una idea amplia sobre qué mueve y qué motiva a los habitantes de este país alternativo y cómo viven la celebración anual en la que todos son el enemigo y nada ni nadie están seguros.

Algunos personajes, por ejemplo, esperan la celebración para vengarse de aquellos que les hicieron mal; otros sólo quieren atacar por odio y rencor almacenado, o bien como diversión y entretenimiento, producto de un contexto social en que la deshumanización es constante y la crueldad tan común como espectáculo que se deja de ser crítico hacia ella.

En la narrativa, uno de los personajes centrales es Leo Barnes, un hombre  participando este año en la Purga para asesinar al sujeto que atropelló y mató a su hijo, dado que salió impune y no enfrentó la cárcel debido a un tecnicismo legal que circunstancialmente se inclinó a su favor. Barnes cree que sus acciones están justificadas, viendo el crimen que comete como una forma de rectificar un error provocado por un sistema legal fallido e imperfecto. Respalda su acción bajo el alegato de que lo que hace no está mal, porque lo hace en un día en que el mismo sistema jurídico lo permite. 

El inconveniente es que tanto él como personas que han atravesado por situaciones similares, fácilmente pueden ver la jornada como un camino viable para hacer justicia por su propia mano, sin temor a ser castigados, no importa qué tan entendible o justificable sea su argumento. Es parte del problema con la Purga, la sensación de que poder cometer crímenes, porque durante ese lapso de 12 horas está respaldado por el gobierno, signifique en paralelo imponer sus propias normas. Una vez que esto sucede llega precisamente la anarquía violenta, sin sentido, ejemplificado en pantalla mediante personajes que matan a otros porque, según ellos, simplemente están ‘ejerciendo su derecho’, porque la situación está permitida por las autoridades.

Anarquía significa que hay una ausencia de gobierno (ni dios ni estado), sin embargo, aunque esto debería promover el apoyo mutuo, solidaridad e igualdad entre personas, en cambio se asume como un libertinaje en el que, ante la ausencia de un orden estructural, reina el caos y con ello la irracionalidad. En la película, por ejemplo, personas pagan por matar e individuos aceptan morir a cambio de una remuneración económica que usan para apoyar a sus familiares y seres queridos; específicamente en pantalla, un hombre mayor que está enfermo, incapaz de continuar pagando sus medicamentos, dependiendo de su hija para que esto suceda, -quien tampoco gana lo suficiente- prefiere morir que continuar batallando con una deuda que nunca va a finiquitar, una enfermedad que va a empeorar y una situación social que no va a mejorar pronto.

Si todo está permitido, nada está prohibido, al menos así lo razonan la mayoría de las personas, abriendo la puerta para hacer lo que deseen, individualista o egocéntricamente, acomodando las piezas del tablero a su beneficio sin temor a ser castigados, señalados o juzgados por sus acciones. Lo que olvidan es que esta situación también alimenta los sentimientos de venganza y odio, las injusticias y la inequidad. 

Quienes se benefician de todo ello son los que venden armas, trafican con personas o instalan equipos de vigilancia en casas, residencias, departamentos y negocios, es decir, aquellos que encuentran cómo explotar la situación en su beneficio dadas las circunstancias, agravando el problema, porque para ellos lo mejor no es el fin de la violencia ni el acuerdo o la reconciliación, sino la continuación del enojo, la incertidumbre y la constante sensación de vulnerabilidad.

Lo inquietante por tanto es el trasfondo que se esconde tras la Purga, es decir, el tipo de orden gubernamental que la facilita y promueve; por extensión, el tipo de ideología política que se impone y permea. Una máxima autoridad, los Nuevos Padres Fundadores de América (NFFA), que se aprovechan del miedo de la gente y su deseo por el cambio para forzar nuevas normas que parecieran la solución a los problemas, específicamente sociales y, aquí, directamente relacionados con la delincuencia. La medida que se toma, no obstante, es cruel, violenta, radical, en lugar de ética y conciliadora, pues fomenta rechazo, venganza, salvajismo, destrucción, insensibilidad e inhumanidad, apoyándose en la corrupción sistemática y estructural, además de la desigualdad social.

El nuevo régimen afecta y daña más que ayudar, porque lo que quiere es disfrazar la situación, de manera que aparenta preocuparse por la comunidad y su bienestar, cuando en realidad selecciona a qué esferas sociales favorecer. La supervivencia del más fuerte se consigue con un poco de suerte y, sobre todo, con mucho dinero. Los gobernantes se conceden inmunidad, previniendo represalias en su contra; también ordenan secretamente el asesinato de ciertos círculos sociales, de los barrios más pobres, argumentando que es necesario para conseguir la meta, confesando así que éste es el verdadero objetivo: deshacerse de las personas ubicadas en el nivel más bajo de la escala social; el genocidio sucede a plena vista, aunque no es detectado porque se oculta en la legalidad del proceso. En esencia la consigna sirve a intereses tanto económicos como políticos.

Resolver disputas, conflictos, problemáticas o discusiones no puede hacerse a través de la agresividad,  violencia o sadismo, que es lo que promueve la Purga, porque también implica control y sometimiento, convirtiendo al de enfrente en víctima y mártir, un juego del fuerte contra el débil, de ganar y perder. La sociedad no progresa, sólo se vuelve más exclusiva y excluyente.

Barnes, el personaje que se dice a sí mismo que está en busca de justicia, pero que más bien quiere venganza y canalizar el rencor y furia que siente, al final, cuando tiene enfrente al hombre que ha estado buscando, no puede evitar razonar que matar no resuelve nada, que ello sólo alimenta el problema social de fondo: una sociedad que está perdiendo de vista la línea que divide lo correcto de lo incorrecto, lo moral de la desfachatez, la honestidad del descaro, como consecuencia de esas jornadas de  muerte, dolor, injusticias, antipatía, odio y rabia mal canalizada.

Convertirse en asesino no cambia el hecho de que su hijo haya muerto ni la realidad de un sistema legal, político y social que le falló, como hace con muchas personas en posición similar a la suya. Eso es lo que esperan los gobernantes detrás de la Purga: que la gente se aniquile mutuamente, que el eslabón más débil desaparezca, que las personas mientan, provoquen, hostiguen, engañen, agredan y desestabilicen, hasta que su propia libertad egocéntrica sea lo único que les importa.

La idea se presenta como algo aparentemente sencillo y fácil: sobrevivir; todavía más para aquellos que se mantuvieran al margen de participar activamente en la jornada. Sin embargo, sobrevivir en este escenario significa muchas cosas más, porque todos participan, incluso cuando sólo se hace indirectamente. Sobrevivir matando, o sobrevivir cazando gente para venderla al mejor postor; sobrevivir muriendo para que otros tengan oportunidad de prosperar. Sobrevivir siempre a expensas de la muerte.

La violencia no es la respuesta, sea que hablemos de la Purga o de cualquier situación de la vida real, porque está ligada a la ira y la represalia, a un ciclo de ofensa, agresión y castigo. Es tan extraño, porque está presente en el contexto cotidiano, que se hable de terminar con la violencia obligando a que suceda (la paz de los sepulcros), porque esto significa conseguirlo por medio de más violencia. 

¿Estamos condenados a la desigualdad, al salvajismo y al odio? ¿Es el compañerismo un ideal utópico? ¿Son el capital, la privatización, la propiedad privada, la acumulación y la división de clases sociales causantes del problema y no de la solución? 

Lo preocupante es que trasladado al mundo actual, todo aquello que alimenta el problema, es decir, la purga, ya existe en la cotidianidad del siglo XXI: la constante marginación de personas y grupos sociales, la venta de armas sin control, la trata de personas sin consecuencias, la marginación, el odio social, la corrupción institucional, la discriminación sistemática, el miedo constante, la ansiedad por la inseguridad y la delincuencia o la violencia como elemento moderador, celebrada, promovida e incentivada, glorificada en lugar de condenada, casual pero coincidentemente presente en casi toda dinámica de la vida humana.

Ficha técnica: 12 horas para sobrevivir - The Purge Anarchy 

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